Con la
traca final de la Cabalgata y sus consecuencias más el epílogo de roscones a
tutiplén, damos por concluido el proceso navideño de 2023 y 2024. A la espera
de haber aprendido, como la prudencia sugiere, yo no voy a pontificar desde más
púlpito que la modestia de este señor mayor que os escribe. Seguramente este
proceso de ¡Felices Pascuas y Próspero Año Nuevo! que acaba de concluir, no
tiene mucha más lección que la de cualquiera de los anteriores que en el mundo
han sido. Desde mi posición de venerable espectador de lo que acontece, que
poco más doy a estas alturas por mis propias limitaciones físicas, no he podido
resistirme a nombrar, por fin, la palabra que llevo en la punta de la lengua,
casi desde el principio del jolgorio y no la he querido sacar por si mi
apreciación no se cumplía. Pero los días han ido pasando implacables y, según
mi criterio, ni un solo paso se ha producido, que pudiera modificar su
contenido. La llamé tumulto, cuando
apenas era un pensamiento imberbe que no se atrevía a ver la luz pero han ido
pasando los días y la incipiente bola ha ido tomando forma y hoy, que ojalá sea
el fin, se manifiesta como tal tumulto de
cuerpo entero.
La
Academia dice que tumulto es un alboroto producido por una multitud, una
confusión agitada o un desorden ruidoso. Pues todo eso, elevado a una potencia
importante, es lo que espero que hayamos terminado de vivir en el día de hoy, a
ver si recuperamos algo de salud física y mental, que buena falta nos hace. El tumulto tuvo su origen en la razón
comercial de montar un buen agosto trayendo y llevando artículos de cualquier
pelaje que animaran el conveniente trapicheo que justifique el proceso de
soltar toda la guita posible por los posibles compradores y llenar los bolsillos
de los principales instigadores del tumulto,
que resulta ser el destino final de semejante animación y exacerbada locura. No
es el de la Navidad el único tumulto
destacable, que el año nos reserva variedad suficiente como para perder la
cabeza en más de una ocasión y, si se tercia, olvidarse de encontrarla sine
díe.
En medio del proceso, este año hemos
podido competir sobre si el rey Baltasar debía ser un señor pintado de negro o
un negro autóctono, que ya tenemos suficiente a nuestro alrededor, de los que
se cuelan desde las pateras, para tener que seguir con unas tradiciones que nos
recuerdan miserias pasadas, de cuando nos impactaba cruzarnos con un negro, por
si mordían. Es un litigio como otro cualquiera, una manera bastante inútil de
pasar el tiempo sin que tengamos que ver cómo saltan en pedazos por miles los
palestinos de Gaza, mientras el señor Netanyahu aparece en la tele con su
impecable traje de guerrero valiente, para informarnos que todavía no es
momento de parar la guerra porque hay que seguir esquilmando palestinos, que
sobran demasiados. Me gustaría que los pequeños confundan lo que de verdad pasa
con lo que ellos pueden hacer con sus juguetes porque si de verdad están viendo
lo que pasa, no quiero pensar dónde vamos a poder escondernos antes que
mirarlos a los ojos para decirles que este es el mundo que decidimos dejarles.
Me interesa volver a la idea del tumulto porque a medida que voy hablando, me voy dando cuenta de tal vez el tumulto en el que nos intentamos desenvolver pueda estar relacionado con pasar y cruzar por situaciones tan dramáticas sin que se nos caiga la cara. A fin de cuentas, no parece que haya mucha diferencia entre una calle bombardeada en Gaza, con una imagen del destrozo del terremoto de Japón, el volcán de Islandia, la cola de la lotería nacional o la puerta de entrada y salida que cualquiera de los grandes almacenes que nos acosan con sus, cada vez más depurados, mensajes publicitarios. En medio de semejante vorágine, lo que importa es que terminemos por no distinguir, dónde está la verdad y dónde la mentira o si, al final, todo es verdad y nosotros, lo que de verdad somos, apenas simples polichinelas, bailando al son que nos tocan y con el sentido de realidad cada vez más lejos de nuestras vidas. Queridos pequeños, qué dolor tener que miraros a la cara.
Muy acertado tu texto de hoy. Yo que huyo de los tumultos como de la peste, puedo decir que esta Navidad lo he logrado. Pasando seguramente por una criatura antisocial. Igual me da. Más rabia tengo con no poder detener esos tumultos bélicos, por desgracia cada día más cotidianos. Dónde están sus buenos propósitos?
ResponderEliminarGracias, amiga. Ya tenemos algo que compartimos: los tumultos. Alguien me ha dicho que me han faltado las rebajas. Yo creo que siempre tenemos tumultos de los que poder huir. Un beso
EliminarDeprimente, pero real.
ResponderEliminarComo siempre.
En fin...
Hasta dentro de un año, con suerte, para vivir y contar lo mismo.
Buenas noches amigo.
Feliz nuevo Año. A ver si conseguimos algo de Esperanza.
Igual vemos la luz al final del Túnel, y no sea un tren de mercancías...
Que no falten ni el Buen Humor ni el Amor.
Salud.
Besotes.
En estos momentos, no sé cómo. El dolor nos cubre como un manto y nadie parece ver la salida, al menos, por ahora. Un beso.
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