He
crecido menospreciando la rutina. Supongo que el sentimiento habrá sido
parecido en casi todos casos, hasta el punto de que se trata de una palabra
degradada, demasiado conocida de tan elemental y tan básica. Archisabida
incluso, como sin mérito. Se da por supuesto que casi todo el mundo la sabe y
la practica. No parece tener un mérito especial su conocimiento ni su
aplicación. Está presente en cualquier estructura de comportamiento y no existe
un solo esquema de vida que no lleve aparejada su rutina correspondiente, razón
por la cual, ni su conocimiento ni su aplicación en cada caso tiene un mérito
social reconocido. Es más, comentar que cualquier comportamiento es rutinario,
lleva implícito un punto de degradación o, sencillamente, de poco valor, de
algo que lo conoce y practica cualquiera y su cumplimiento no tiene apenas
valor alguno, hasta el punto que conocer a alguien que cumple sus rutinas de
comportamiento de manera habitual puede llegar a desenvolverse socialmente y
pasar casi desapercibido porque su comportamiento no destaca y pasa
desapercibido.
Cuando
me enfrenté profesionalmente al primer grupo de menores, ya llevaba a mis
espaldas unos diez años de ejercicio profesional como maestro. Recuerdo con
toda claridad la angustia de la noche antes. Me sentía desnudo de recursos ante
los 20 menores de tres años con los que había de enfrentarme a la mañana
siguiente y no sabía qué podía hacer con ellos. Con el recuerdo tan lejano como
lo veo en este momento y lo mucho que ha pasado desde entonces, tanto bueno
como malo, soy capaz de ponerme delante de los ojos la angustia de aquella
madrugada de insomnio ante lo desconocido, cuando me consideraba un profesional
de reconocido prestigio y de larga trayectoria. Fue uno de esos momentos en la
vida, en que te ves sin recursos suficientes para afrontar una situación que
sabes que es nueva y te sientes indefenso para afrontarla. En esos momentos
quisieras desaparecer del mapa y que te tragara la tierra o, das un paso adelante,
asumiendo el riesgo de lo nuevo, y que salga el sol por Antequera.
En esa
situación tan angustiosa conocí el verdadero valor de la rutina y, a partir de
entonces, la valoro cada día más. Cuando tuve conciencia de que mis códigos de
vida y los de aquellos pequeños que me miraban de frente eran tan distintos,
ofrecerles un esquema de comportamiento que fuera capaz de ocupar el tiempo que
teníamos que compartir, significó interiorizar que con aquellas estructuras
elementales de comportamiento: sentarnos en círculo, hablar por turnos, decir
nuestros nombres, comernos la fruta, lavarnos las manos, salir al patio, jugar
en grupo…, en realidad eran recursos que yo había utilizado poco, porque mi
experiencia anterior había sido con mayores, 13 0 14 años que ya tenían
asumidos esos recursos elementales, o eso creían ellos. A partir de esos
primeros días de aprendizaje profesional, cada vez me he ido reafirmando en la
importancia tan decisiva de la rutina. Algo así como los pilares que sustentan
una casa, un bloque de pisos o los esquemas de comportamiento básicos para
resolver cualquier situación nueva que la vida nos depara.
La
rutina es como el esqueleto del comportamiento, Si la tienes, eres capaz de
afrontar cualquier situación de manera ordenada, entrando y saliendo cuando los
momentos lo requieren. Si no dispones de una rutina previa, tu comportamiento
se parece a un blandiblú, que te mueves sin orden, que no sabes si entras o si
sales de las situaciones que atraviesas y que pasas de una a otra sin orden ni
concierto. Creo que la pista para el tema de hoy me la ha ofrecido una novela, La librería y la diosa, que acabo de
leer y que termina con el nacimiento del hijo de la protagonista, Valentín. Una
vez superado el magma del nacimiento la madre se encuentra desnuda frente al
hijo desnudo…, y ahora qué. Esa secuencia creo que es la que me ha llevado a mi
momento de desnudez profesional por el que pasé el primer día que me enfrenté a
un grupo de pequeños sin conciencia de sus rutinas básicas. La vida puede ser
un continuo aprendizaje.
Quel bien, Antonio querido.
ResponderEliminarMuchas felicidades y todo lo mejor para el Nuevo año.
Besos
Lo mismo te deseo a tí. Salud.
EliminarMe parece excelente, oportuno, bien escrito, y sobretodo, esencial en un maestro o un psicólogo, o un padre/madre, destacar el valor y la utilidad de las rutinas mentales y conductuales, como automatismos ahorradores de tiempo, energía, atención y errores.
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