Hay
familias que han dormido esta noche inquietas porque hoy, por primera vez a
pesar de que yo dije por error que el lunes pasado, van a volver a pisar la
calle con los pequeños. No será como antes pero el desconfinamiento empieza con
justicia por los niños. Podrán salir hasta tres con uno de sus adultos de
referencia por espacio aproximado de una hora como máximo, en un espacio
aproximado de hasta un kilómetro. Podrán sacar algunos juguetes pero no se
abren los espacios habituales de juego y hay que mantener las distancias de
seguridad de los dos metros y con
mascarillas, de modo que el experimento no deja de ser un ensayo con todas las
precauciones posibles de lo que ojalá termine siendo la punta de lanza para
recuperar todo lo que hemos perdido con la pandemia, que es mucho. Si este
primer paso no tiene consecuencias sanitarias adversas, el próximo lunes, dos
de mayo, aparecerá el segundo en el que se podrá salir a hacer deporte
individual y paseos en circuitos cercanos a las viviendas. Parece como si
retomáramos la vida con pies de plomo.
Las
diferentes tomas de contacto con esa vida habitual que vivíamos como si nada se
han puesto caras, muy caras. Tendremos que ir aproximándonos a la diversidad de
secuencias de nuestro modo de vida de forma diferente. Aprender a vivir de
nuevo con un estilo desconocido, evitando el contacto físico, por ejemplo,
manteniendo unas distancias que nos resultan completamente insólitas y que se
van a convertir en habituales hasta que no dispongamos de una vacuna que frene
este virus que se ha colado en nuestras vidas sin que nadie lo invite. O tal
vez sí. No sabemos cómo ha surgido. Quizá con tiempo y con ciencia podamos
explicar qué ha pasado en realidad. Por ahora sólo tenemos voceros que van y
vienen de aquí para allá proclamando todo tipo de explicaciones sin mucho
fundamento. No consiguen que sepamos nada sólido porque nadie sabe nada a
ciencia cierta, pero sí que con sus teorías apresuradas e imprudentes consiguen
que vivamos esta grave situación con un poco más de inquietud, por si la propia
pandemia no fuera suficiente por sí misma.
El
criterio de esperar a la vacuna obliga a que tengamos que caminar hasta
entonces como de puntillas, con la amenaza de que en cualquier momento pueda
surgir un rebrote y tengamos que volver a recluirnos de nuevo, cosa que
resultaría inevitable aunque muy dolorosa. Este virus fue desconocido desde el
principio y nos obliga a salir a la calle mirando a izquierda y derecha porque
nos lo podemos encontrar detrás de cualquier esquina. Ante él nos sentimos como
desnudos y necesitamos la vacuna que nos permita hacerle frente para que nos
permita volver a nuestra vida conocida o aproximada. Y todo esto se nos ha
venido encima en el plazo de dos meses, más o menos. Ahora parece que el bicho
ya pululaba por nuestras calles un tiempo indefinido antes pero como nadie lo
conocía, podía andar de aquí para allá con toda tranquilidad. Ya le hemos visto
la cara microscópica de consecuencias desconocidas pero peligrosas. Ahora
sabemos cómo se las gasta y hemos reaccionado contra él reivindicando nuestra
forma de vida.
Algunas
lecciones sí que podríamos sacar del contacto con este virus. Nos ha pillado
con una ciencia que, al menos en España, llevaba varios años rebajando su
presupuesto como si nada. O sea que en pañales. Las deslocalizaciones
industriales han dado como resultado que todos los requisitos médicos
imprescindibles para combatirlo haya que comprarlos fuera al precio y
condiciones que nos los quieran vender porque no disponemos de industria propia
para abastecernos. Aquella sanidad de la que alardeábamos como una de las
mejores del mundo ha demostrado tener los pies de barro porque los poderes
públicos la han ido vaciando de presupuesto por lo que muchos de sus espacios y
de sus profesionales se han inhabilitado o se han marchado a otros países a
prestar sus servicios porque aquí, en el suyo, no encontraban un puesto digno.
Ojalá aprendamos, pero no es fácil. Construir siempre cuesta sudores y requiere
esfuerzos sostenidos que no sé si estamos dispuestos a costear.