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domingo, 26 de abril de 2020

REENCUENTRO



         Hay familias que han dormido esta noche inquietas porque hoy, por primera vez a pesar de que yo dije por error que el lunes pasado, van a volver a pisar la calle con los pequeños. No será como antes pero el desconfinamiento empieza con justicia por los niños. Podrán salir hasta tres con uno de sus adultos de referencia por espacio aproximado de una hora como máximo, en un espacio aproximado de hasta un kilómetro. Podrán sacar algunos juguetes pero no se abren los espacios habituales de juego y hay que mantener las distancias de seguridad de los dos metros  y con mascarillas, de modo que el experimento no deja de ser un ensayo con todas las precauciones posibles de lo que ojalá termine siendo la punta de lanza para recuperar todo lo que hemos perdido con la pandemia, que es mucho. Si este primer paso no tiene consecuencias sanitarias adversas, el próximo lunes, dos de mayo, aparecerá el segundo en el que se podrá salir a hacer deporte individual y paseos en circuitos cercanos a las viviendas. Parece como si retomáramos la vida con pies de plomo.

         Las diferentes tomas de contacto con esa vida habitual que vivíamos como si nada se han puesto caras, muy caras. Tendremos que ir aproximándonos a la diversidad de secuencias de nuestro modo de vida de forma diferente. Aprender a vivir de nuevo con un estilo desconocido, evitando el contacto físico, por ejemplo, manteniendo unas distancias que nos resultan completamente insólitas y que se van a convertir en habituales hasta que no dispongamos de una vacuna que frene este virus que se ha colado en nuestras vidas sin que nadie lo invite. O tal vez sí. No sabemos cómo ha surgido. Quizá con tiempo y con ciencia podamos explicar qué ha pasado en realidad. Por ahora sólo tenemos voceros que van y vienen de aquí para allá proclamando todo tipo de explicaciones sin mucho fundamento. No consiguen que sepamos nada sólido porque nadie sabe nada a ciencia cierta, pero sí que con sus teorías apresuradas e imprudentes consiguen que vivamos esta grave situación con un poco más de inquietud, por si la propia pandemia no fuera suficiente por sí misma.

         El criterio de esperar a la vacuna obliga a que tengamos que caminar hasta entonces como de puntillas, con la amenaza de que en cualquier momento pueda surgir un rebrote y tengamos que volver a recluirnos de nuevo, cosa que resultaría inevitable aunque muy dolorosa. Este virus fue desconocido desde el principio y nos obliga a salir a la calle mirando a izquierda y derecha porque nos lo podemos encontrar detrás de cualquier esquina. Ante él nos sentimos como desnudos y necesitamos la vacuna que nos permita hacerle frente para que nos permita volver a nuestra vida conocida o aproximada. Y todo esto se nos ha venido encima en el plazo de dos meses, más o menos. Ahora parece que el bicho ya pululaba por nuestras calles un tiempo indefinido antes pero como nadie lo conocía, podía andar de aquí para allá con toda tranquilidad. Ya le hemos visto la cara microscópica de consecuencias desconocidas pero peligrosas. Ahora sabemos cómo se las gasta y hemos reaccionado contra él reivindicando nuestra forma de vida.

         Algunas lecciones sí que podríamos sacar del contacto con este virus. Nos ha pillado con una ciencia que, al menos en España, llevaba varios años rebajando su presupuesto como si nada. O sea que en pañales. Las deslocalizaciones industriales han dado como resultado que todos los requisitos médicos imprescindibles para combatirlo haya que comprarlos fuera al precio y condiciones que nos los quieran vender porque no disponemos de industria propia para abastecernos. Aquella sanidad de la que alardeábamos como una de las mejores del mundo ha demostrado tener los pies de barro porque los poderes públicos la han ido vaciando de presupuesto por lo que muchos de sus espacios y de sus profesionales se han inhabilitado o se han marchado a otros países a prestar sus servicios porque aquí, en el suyo, no encontraban un puesto digno. Ojalá aprendamos, pero no es fácil. Construir siempre cuesta sudores y requiere esfuerzos sostenidos que no sé si estamos dispuestos a costear.


domingo, 19 de abril de 2020

AÑORANZA


         En este largo confinamiento por el covit 19 algunos venimos reclamando desde el principio un tratamiento más abierto para los niños. Le semana pasada los llegué a comparar por pura desesperación con las mascotas y sugerí, incluso, que si lo que los diferenciaba era un collar, se podría pensar antes que verlos en la casa encerrados tantos días cuando a ellos, en realidad esta pandemia ni les va ni les viene. Hoy me alegra, es un decir, que a partir de mañana vamos a poder ver a menores de 12 años por la calle, bien es verdad que junto a un adulto y sólo para los asuntos establecidos: pasear a las mascotas, comprar el pan o ir al supermercado. Me alegro por todos: ellos porque algo de aire libre van a poder ingerir y el resto porque se nos va a poner una cara más humana y más sensible con los más pequeños. No quiero insistir de nuevo en las consecuencias de tan largo alcance por causa de tanto encierro que no entienden y que es contrario a las leyes universales de desarrollo de las personas. Espero y deseo que sea el comienzo de una serie de relajaciones que nos permitan de nuevo gozar de la vida en directo.

         Podría haber concluido el párrafo con la vuelta a la normalidad pero me he retenido a conciencia porque tenemos que saber que este asunto de la normalidad nunca ha significado muchas cosas en concreto pero me temo que a partir de nuestra vuelta a la calle va a significar muchas menos. El otro día mi hija Alba me mandó una rama de celindo florecido porque sabe que su olor es uno de mis delirios desde hace mil años y sólo florece unos días al año, en esta época. Sin embriagarme varias veces de esa fragancia insólita y celestial este año sé que no soy el mismo. Tengo uno a cien metros de mi casa, en plena calle, que me ha surtido de olor estos diez últimos años. Ya en la salida de la ciudad, ese bofetón de amarillo de los jaramagos que son los reyes de los campos en barbecho y de los bordes de todos los caminos también me faltan. Son como piezas de mi vida de las que tengo que prescindir por causa del virus y que no se lo voy a perdonar nunca porque me va a hacer un poco más extraño en esta vida.

         Podría continuar con otras cosas y aspectos de valor que este año hay que dejar de lado y seguiremos viviendo, aunque ya no seremos los mismos. Por mi pasión de lector no añoro la soledad física. La lectura me permite vivir miles de vidas con la imaginación pero sí me falta la presencia de los míos. En mi familia nunca hemos sido muy zalameros, más bien con espacio suficiente como para que cada uno se mueva con holgura pero sí nos hemos mirado y nos hemos sentido cerca y ahora eso sólo nos es permitido a través del móvil o del ordenador y, francamente, no es lo mismo. Cuando me conecto con mi hijo mayor Nino, su hija África no para de dar la vara metiéndose en la imagen para ocupar la pantalla, esa que ocupa con normalidad con sus juegos cuando viene de visita en condiciones normales. Cuando mi Elvira, la menor, duerme en mi casa nos instalamos de manera natural en distintas dependencias de la casa y nos pasamos las horas muertas, ella con sus estudios y yo con mis lecturas, ambos conscientes de la presencia del otro.

         Aparte de alegrarme de que los más pequeños puedan ver la luz un poco a partir de mañana y de mencionar algunas secuencias de mi normalidad, cada uno tendrá la suya, las comento consciente de que va a pasar mucho tiempo para volver a vivir secuencias como esas. No sé si lo que llega va a ser mejor que lo que hemos dejado atrás pero hoy no me imagino cómo va a ser un mundo en el que no pueda tocar a las personas, susurrarles al oído, abrazarnos y sentirnos uno cada vez que nos apetezca. Es posible que algún día podamos recuperar alguno de los gestos que comento pero parece que va a pasar bastante tiempo durante el que no vamos a poder ni vernos las caras. Esto no es ni más ni menos que un mundo que no conocemos. Los más jóvenes puede que se adapten porque ese va a ser el suyo pero algunos ya con una edad, creo que nos vamos a sentir extraños, sin fuerza ni ganas para tanta distancia.

domingo, 12 de abril de 2020

LLANO



         Cómo sustraerse a la pandemia mental que significa la aparición de este COVIT 19. No hay cadena de noticias que no abra y cierre con este asunto. En el mundo ya hemos rebasado los 2 millones de casos infectados. En este momento EEUU alcanza  por sí solo los 500000 y el señor Trump ha pasado de reírse del bicho hace apenas un mes a promover cada día un poco más de prioridad para este asunto, bien entendido que son los estados los que dentro de cada territorio deben tomar las medidas pertinentes y las que han tomado hasta el momento no parecen suficientemente potentes  para retener el crecimiento. Ya sabemos, eso sí, que la mayoría de los infectados son los afroamericanos y los latinos lo que no debe extrañarnos demasiado porque este virus, como el resto de las desgracias,  sí entiende de pobreza y tal vez sea este capítulo el que menos estamos considerando como en todas las demás pandemias que en el mundo han sido. El tío San ha tomado la cabeza de esta plaga y veremos las dimensiones que adquiere, porque hasta hoy no para de subir. La pobreza está suficientemente extendida como para que sea un motivo de preocupación desconocer hasta qué punto va a afectar a la mitad del mundo pobre.

         En lo que toca a España hemos llegado en la fase ascendente a crecimientos del 30% entre un día y otro. Hoy nos damos con un canto en los dientes cuando las estadísticas nos señalan un crecimiento del 3% sostenido en esta última semana. Con este descenso tan notorio y con la cuarta semana de confinamiento de la población se ha terminado la guasa de la novedad y empezamos a vivir la angustia de no poder salir a la calle y de empezar a interiorizar que nuestra vida ha cambiado como de la noche al día. Quédate en casa ha pasado a ser la consigna estrella porque nos damos cuenta día a día de la enorme dificultad que supone su cumplimiento. El permiso de sacar a las mascotas es poco menos que en un circo si el asunto no fuera tan grave. Hay mascotas que salen de la mano de varios dueños cada día y  lo que antes era que les diera el aire y cumplieran sus necesidades fisiológicas, ahora se convierte poco menos que en maratones a los que el ingenio de los vecinos cómplices los someten. El cerco se ha estrechado contra esos abusos.

         Sobre los niños reconozco que la misma angustia por la dimensión del problema me ha hecho que no entrar todavía a fondo. Sí que empezamos a ver en las noticias como algo pintoresco a pequeños que tiran de sus familias en dirección a la puerta de la calle porque no pueden entender cómo es posible que nadie se acuerde que ellos necesitan el aire, el sol, los columpios…, las calles en definitiva, que empiezan a echarlas de menos desesperadamente. Sé que aparecen en las noticias como detalle pintoresco  pero no es un detalle sino un elemento trocal que va a tener consecuencias importantes en sus vidas. No tengo la más mínima animadversión por las mascotas. Tampoco dispongo del saber suficiente como para ofrecer una propuesta que nos saque de esta situación de hoy para mañana. Pero no puedo dejar de lamentar que miles de pequeños sigan en sus casas encerrados días y días, que ya va para un mes en España,  mientras miles y miles de mascotas disfrutan de un poco de aire y de ejercicio con el acompañamiento de sus seres queridos. Si pienso en los discapacitados intelectuales, por ejemplo, sabe dios lo que estará pasando por sus cabezas con el confinamiento.

         Insisto en que no tengo una propuesta de solución para este complejo y vidrioso asunto que se no ha metido por las puertas y nos está agobiando cada día un poco más y veremos lo que dura. Tampoco quisiera estar en el pellejo de las personas que deben tomar las decisiones que después nos afectan a todos. Sólo escribo estas reflexiones como forma de rumiar esta frustración continuada que parece que no tiene fin y también, por qué no, por si algo de lo que cuento tuviera utilidad para quien pueda leerme, que mayores cosas se han visto. Sólo con esa intención de reflexionar por reflexionar y sabiendo que lo que diga no pasa de ser una opinión individual, aislar a los más pequeños y reclamar para ellos, al menos el mismo derecho que el que se concede a las mascotas, creo que no es mucho pedir. Si hay que pensar en el complemento de los collares para que no se escapen, entonces me callo porque no me gustaría agravar el gasto familiar hasta ese punto. Bastante hay ya con lo que hay. 



domingo, 5 de abril de 2020

PICO



         A lo largo de tres inmensas semanas sin poder salir de casa, porque esa parece ser la mejor vacuna contra el COVIT 19, hemos escuchado enciclopedias de datos y de opiniones de modo que nos hemos convertido en monográficos del virus. Tenemos virus hasta en la sopa, y nunca mejor dicho. Es más, tenemos hasta guerra de cifras. Ahora resulta que las cifras que China ha ofrecido no tienen nada que ver con su realidad que, según occidente, ha sido muy superior. En la misma Europa no es el mismo recuento de víctima si estamos en Francia que no contabiliza los ancianos de las residencias que si estamos en España que sí. Parece que la realidad no cuenta porque lo que llega a la gente no son respiradores ni UCIs ni neumonías sino discursos que salen de unas fuentes interesadas que, tanto si quieren como si no, son sesgadas aunque no sea más que porque junto a la información oficial aparecen todo tipo de noticias falsas a las que el virus y sus consecuencias sirven como palanca aceptable para la lucha política de desgaste al gobierno. Y con eso y un bizcocho nos estamos volviendo cada día un poco más locos o un poco más desinformados, que viene a ser lo mismo.

         Ya parece constatado que por lo menos nos queda tanto encierro como el que hemos tenido porque la curva estadística del virus nos dice que ya hemos alcanzado el pico y ahora estamos bajando lentamente pero no se van a dar las garantías de que no pueda haber repunte hasta que prácticamente hayan desaparecido los nuevos casos. En ese momento empezaríamos a volver a la normalidad por partes. Una normalidad que empezamos a saber que no va a ser aquella que dejamos cuando comenzó el encierro sino otra muy distinta. Habrá cosas que ya nunca volverán a ser las mismas y otras que no cambiarán ni por una pandemia ni por nada. Que habrá pobres y que habrá ricos no hay mucha duda y que ambos se parecerán como dos gotas de agua a los que ya estaban casi desde el principio de los tiempos.

         Mientras tanto, aquí van unas cuantas perlas para que no se diga. Un partido político de España ha demandado al presidente del gobierno ante los jueces como responsable de todas las muertes por el virus, que ya superan las 11000. Que este virus no es más que la III guerra mundial y que se da por terminada con la victoria de China y Rusia sobre EEUU y Europa. Que el virus no es un ser vivo sino que ha surgido de los laboratorios chinos y es capaz de vivir en el momento en que se adhiere a un lóbulo pulmonar. Quizá convenga que pare, no tanto porque no pueda ser cierto cualquier cosa de las miles que se andan diciendo, sino porque la verdad no la vamos a saber en este momento en el que, dramáticamente, nos estamos manteniendo más de propaganda y no porque nadie lo pretenda de manera expresa, que puede haber alguien que lo pretenda,  sino porque no lo vamos a saber con el fragor de la refriega que en este momento atravesamos. Tampoco estoy seguro que lo logremos con el tiempo.

         Empezamos diciendo que la normalidad que nos espera puede que sea distinta a la normalidad que conocíamos hasta ahora. Para mí el valor de la propaganda adquiere una dimensión mayor de la que tenía. Ya sabía que las guerras siempre las cuentan los vencedores y, por tanto, su versión es de parte interesada. Los datos van a tener más o menos valor dependiendo de la fiabilidad que nos ofrezca la fuente de la que salen. Hay que darse cuenta de la fuerza que puede llegar a tener un virus incipiente que nos ha puesto a todos patas arriba en pocos meses. Ahora no tiene mucho sentido que yo diga, por ejemplo, que jamás he asistido a un partido de futbol porque me ha dado pánico la inmensidad de personas juntas al mismo tiempo y que, pese a ser una persona que me encanta vivir en comunidad, abomino de las multitudes. Si me quieres encontrar nunca me busque donde haya mucha gente. Necesitamos espacio para valorarnos como personas. Presiento que este no va a ser el último escrito sobre el virus. Tardará en formar parte de nuestras vidas como una pieza más y no como una amenaza.