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domingo, 28 de junio de 2020

BROTES


         En estos momentos  superamos ya los 10 millones de infectados en todo el mundo. El foco comenzó en China, se desplazó después a Europa y en estos momentos se encuentra en América. China y Europa ya doblegaron la primera ola de contagios. América se encuentra todavía sin terminar de doblegar la curva. España, desde donde escribo, ha vuelto a la nueva normalidad como el resto de Europa. Lo que pasa es que el proceso no deja de ser una división administrativa, estadística o didáctica porque la realidad es que el virus no se ha ido y que todos seguimos siendo susceptibles de infección porque los estudios que se han hecho sobre la cantidad de personas que hasta el momento se encuentran con el virus superado anda alrededor del 5 o 7 por ciento de la población. Parece que el confinamiento, que en España ha sido bastante severo, ha logrado que la gente no se contagie de manera masiva pero, a la vez, también ha logrado que la mayor parte de la gente, más del 90 por ciento se encuentren con posibilidad de contagio porque no hemos logrado todavía ni una vacuna ni un medicamento eficaz que nos defienda.

         Hemos vivido los 98 días de aislamiento en nuestros domicilios como un drama, y lo ha sido. Pero ahora que hemos salido a la calle nos encontramos con que para reservarnos frente al virus, que sigue con nosotros, lo que tenemos no es más que medidas de distanciamiento personales y mascarillas que dificulten la transmisión del virus entre las personas. Ninguna de las dos medidas nos resultan gratas y nos hemos cansado de ellas por lo que, aunque las autoridades sanitarias y políticas no cejan de insistirnos en que tenemos que hacer frente al virus porque sigue con nosotros, cada vez nos resulta más difícil creerlo y actuar en consecuencia. Tanto más cuanto que ahora no hay medidas especiales y solo se cuenta con la solidaridad de las personas para que tomen conciencia de que la mejor y única protección eficaz es la de cambiar nuestras costumbres hasta tanto no encontremos una barrera eficaz.

         Y es verdad que estamos cambiando. No hay más que salir a la calle y ver la cantidad de gente con mascarillas con la que nos cruzamos. Nosotros no teníamos historia de protección de nuestras vías respiratorias, hasta el punto de que nos resultaba extraño ver a los orientales con ellas puestas que lo achacábamos a su defensa contra la contaminación. Podemos decir que el problema sanitario se encuentra disponible y bastante mejor preparado que al principio para soportar los posibles brotes que están surgiendo en determinadas concentraciones humanas que surgen por actitudes irresponsables de algunos grupos que, o bien ignoran las recomendaciones o, sencillamente, se sienten al margen de su cumplimiento, como si no fuera con ellos. Y la vacuna no llega. En los primeros días no paraban de aparecer noticias de que la vacuna estaba a la vuelta de la esquina. Hoy vamos sabiendo que no era más que propaganda y que la tal vacuna, que seguro que llegará, tardará lo que tenga que tardar y, desde luego, bastante más de lo que nos anunciaban.

         Estamos mejor que al principio, es verdad. Hemos dejado en el camino a 28000 conciudadanos que no han podido superar el virus, más de la mitad mayores de 70 años especialmente vulnerables a sus efectos. Los que hasta el momento seguimos vivos hemos sido testigos de una pandemia desconocida, cuyos efectos nos van a acompañar todavía bastante tiempo. Si dispusiéramos de una dosis de humildad suficiente, igual nos dedicábamos a entender que nos visita un enemigo común y que entre todos estaríamos en mejores condiciones de combatirlo, pero no estoy yo muy seguro de que seamos capaces de aprender algo tan simple. Nos miramos unos a otros y vemos un mundo que ha permanecido casi paralizado 98 días y ahora ha de enfrentarse a un enorme problema social y económico porque parar los motores de la sociedad ha sido difícil pero reanudar su funcionamiento no lo va a ser menos. Probablemente lo va a ser más, bastante más y eso es lo que nos queda por delante.

domingo, 21 de junio de 2020

NORMALIDAD



         Después de 98 días de estado de alarma, desde anoche a las doce, coincidiendo casualmente con la entrada del verano, nos encontramos por fin, con lo que el gobierno ha dado en llamar nueva normalidad. Ya hemos constatado que no nos parecemos mucho a quienes y a lo que éramos antes del quince de Marzo, cuando empezó este baile. Lo primero es que somos oficialmente 28000 españoles menos, lo cual es un pico. Pero más que los muertos en sí, la gente lamenta que no ha podido acompañar a sus muertos hasta el último momento ni se ha podido agrupar para despedirlos como de costumbre: los creyentes con su rito religioso y los demás concentrando alrededor del muerto a los amigos y vecinos que libremente hubieran querido. Este cambio de costumbres tradicionales es de lo más referido por los que se les preguntan sobre lo que más le ha afectado de la pandemia. Mientras nuestros rituales son los conocidos parece como si nuestras alegrías y nuestros dolores se desenvolvieran en casa y supiéramos más o menos, las dimensiones de cada acontecimiento.

         Los primeros días de la alarma, los supermercados se quedaron desabastecidos por completo, sobre todo sorprendentemente, de papel higiénico. El propio gobierno y la patronal de las grandes cadenas salieron a los medios a insistir en que tranquilidad, que al día siguiente las tiendas volverían a estar abastecidas como siempre y la gente fue comprobando que era así. Tuvimos que aprender a guardar colas en la calle, cosa que solo conocíamos en los que reclamaban ayudas caritativas, a guardar la distancia de dos metros, la presencia de las mascarillas cuando su abastecimiento fue posible, que no fue inmediato porque todos los países estaban desabastecidos de estos materiales y hubo que batirse el cobre en China, principal proveedor mundial hasta que las industrias nacionales se pusieron las pilas, que tardaron poco pero que la espera se hizo eterna porque los materiales se necesitaban en el momento. La guerra por conseguirlos antes que los demás fue implacable y nada aleccionadora.

         No fue la única guerra la de los materiales. La de los números se estableció casi desde el primer momento. Hablábamos de que era algo nuevo y desconocido, pero eso era de boquilla porque lo que reclamábamos con más fuerza eran certezas del tipo que fuera. Necesitábamos saber cuántos éramos los afectados, cuánto tardaban en llegar los materiales, cómo estábamos con relación a los países de nuestro entorno y quién se iba a hacer responsable de lo que nos estaba pasando. Esta última responsabilidad era casi de cajón que iba a recaer sobre el gobierno. En cierto modo porque era lo normal y en otro cierto modo porque la  oposición pensó que era un buen momento para apretar al gobierno y lograr derribarlo, sin poder garantizar una alternativa viable. No lo han conseguido hasta el momento aunque no dejan de intentarlo cada día, lo que quiere decir que el clima político se hace irrespirable. Como si no tuviéramos bastante con la propia pandemia.

         La presencia del virus se manifiesta en focos de contagio, más o menos grandes, pero localizados hasta el momento. Su foco principal ha girado y se encuentra en América, quienes con más o menos acierto, se defienden del primer envite como lo hicimos nosotros desde mediados de Marzo. Las lagunas de conocimiento siguen en pie y en este momento ni existe una vacuna que pueda enfrentar la capacidad infecciosa, ni un medicamento que permita aliviar los efectos del covit 19. La mayoría de los muertos ahora no son nuestros sino de la otra zona del mundo. Es verdad que sabemos algunas cosas que no sabíamos al principio, por ejemplo, que la mejor medicina somos nosotros con nuestro aislamiento. Ha sido a fin de cuentas la barrera más eficaz para contener la infección y hasta para doblegarla, por el momento. Pero nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.


domingo, 14 de junio de 2020

SALIDA


         La semana próxima será, salvo caso de fuerza mayor, el final del estado de alarma, aprobado a mediados de marzo, como forma legal prevista en la Constitución para situaciones parecidas a la que ha provocado el coronavirus. A partir del 22 de junio, lunes rige la legislación normal y cada persona podrá ir y venir por todo el territorio nacional sin limitación alguna. Esto no quiere decir que la pandemia esté superada porque el virus sigue entre nosotros como podemos comprobar por los repuntes localizados que están surgiendo en distintos puntos del país. Lo que sí quiere decir es que la curva estadística que nos ha puesto en crisis de manera alarmante desde marzo ha sido doblegada y que el país se atreve a entrar en la nueva normalidad con la conciencia de que ha salido de la primera embestida del virus pero alerta porque el virus sigue actuando en el mundo y, entre nosotros incluso, de vez en cuando deja salir su capacidad de infección y hasta de muerte. Los técnicos dicen que parece que la fuerza infecciosa ha disminuido; como si el bicho fuera consciente de que si quiere sobrevivir entre nosotros tiene que moderar su capacidad de infección.

         Cada eslabón de libertad que se nos ha ido ofreciendo, la población lo ha tomado como con furia, dejando de manifiesto que el efecto de la reclusión ha actuado como una camisa de fuerza de la que nos libramos como si explosionáramos. Al principio se propusieron sanciones a las personas que no siguieran las indicaciones que se iban imponiendo, pero a medida que ha pasado el tiempo, la propia administración, aunque en ningún momento ha eliminado las sanciones porque siempre hay personas que se sienten por encima de los demás y piensan que las normas no van con ellos, ha visto que la solución más eficaz no podía estar en ese terreno sino que había que reclamar el compromiso de cada persona como la mejor y última garantía de éxito en el cumplimiento de unas obligaciones excepcionales que se alargaban en el tiempo y que en la desescalada manifestaban la dificultad creciente sin el compromiso de todos.

         En todas las fases hemos ido viendo personas y pequeños grupos que se han saltado la normativa y que la administración se habrá encargado de sancionar convenientemente pero la inmensa mayoría del país está cumpliendo con lo propuesto por el gobierno. Muchos hemos lamentado que la situación política se ha colado demasiado en medio de la pandemia, enrareciendo el aire en un momento en el que lo más urgente era y sigue siendo vencer al virus y volver cuanto antes a la mayor normalidad posible. Ya se sabe que en una democracia hace falta un juego de fuerzas que actúen en distintos frentes de gobierno y oposición para que unas sirvan de contrapeso a las otras, pero en los momentos más críticos han sobrado luchas políticas de corto alcance y han debido primar los esfuerzos consensuados para salir del bache en el que el virus nos tenía metidos hasta los ojos.

         La problemática de salud está pasando a segundo término porque la situación se ve más o menos controlada, salvo repuntes infecciosos alarmantes que todavía no se pueden descartar. Ahora emergen en toda su extensión las secuelas económicas y sociales que la pandemia traía en su cola. Un país como España, cuya principal industria era el turismo, cortado en seco durante tres meses. Veremos, desde el uno de Julio que van a poder volver los turistas, cuanto se puede salvar este año del inmenso destrozo por tanto tiempo de paralización. Las empresas que se han quedado en el camino y cómo hay que hacer para poner el país en marcha de nuevo. Las mejores previsiones apuntan a que nos va a costar dos años de recuperación esta crisis que nadie esperaba. Podemos haber aprendido muchas cosas sobre la fragilidad y sobre las dificultades imprevistas pero no tengo mucha seguridad que las estemos aprendiendo. La vida siempre nos ofrece posibilidades de aprender pero nuestros intereses miserables se ponen delante la mayor parte de las veces.

domingo, 7 de junio de 2020

TERCERA



         Decíamos la semana pasada que la división en fases no era más que una forma de que la gente percibiera un proceso metodológico, porque básicamente los contenidos de cada fase eran los mismos. Se trataba y se trata de evitar aglomeraciones de personas, sobre todo en espacios cerrados: máximo de diez en la primera fase, de quince en la segunda y de veinte en la tercera. Se sigue recomendando el frecuente lavado de manos y la obligatoriedad de mascarillas en todo momento, sobre todo en espacios cerrados, en transportes públicos y en lugares donde sea difícil mantener la distancia de seguridad de dos metros más o menos. Esta distancia de seguridad está quedando como verdadero producto estrella para combatir esta pandemia. Es verdad que los contagios y las muertes ya han bajado sustancialmente, pese a las complicaciones políticas surgidas por la recogida de datos desde los distintos centros de poder, sobre todo cuando son de distinto signo político. Las medidas relajan la vida y hacen posible que se vuelvan a tomar las calles, los negocios y los lugares de ocio, con lo que la vida va volviendo a tomar ritmo.

         Toda esta desescalada respondía a criterios estrictamente clínicos. La prioridad era la salud y las medidas políticas se iban tomando en función de ella. Como es cierto que la agudeza de la pandemia baja, sin abandonar del todo los criterios clínicos, nos damos cuenta de que aparecen otros que hasta el momento estaban agazapados bajo el paraguas de la salud pero que, ahora que la salud se eleva, levantan su cabeza. España tiene una industria bandera, que es el turismo. Significa el quince por ciento de toda su riqueza y que puso el marcador a cero el quince de marzo y desde entonces no ha llegado ni un solo turista. Todo el servicio que el año pasado se movilizó para atender a los más de 80 millones de visitantes que llegaron se redujo a cero de la noche a la mañana y en cero sigue hasta el momento.

         Es una presión demasiado fuerte y el gobierno se ha visto obligado a relajar las medidas. Ya ha dado una fecha, 1 de julio, para dar por oficialmente doblegada la pandemia y abrir la vía turística para naturales y extranjeros. Todos sabemos que  las cifras del año pasado serán inalcanzables pero se trata, al menos, de salvar la temporada, el enorme paro que lleva inactivo tres meses ya y que puede seguir así si no se va abriendo la mano. En medio de tanta angustia colectiva se ha colado una medida nueva en forma de derecho de la que se había venido hablando esporádicamente pero que nadie se había atrevido a tomar hasta el momento: EL INGRESO MÍNIMO VITAL. Alrededor de un millón de las familias más pobres, van a disponer de una cantidad modesta al mes, entre 500 y 1000 euros dependiendo de los miembros que la compongan, que se van a convertir en un seguro de vida para los gastos más acuciantes. A grandes males, grandes remedios. Seguramente si no hubiéramos llegado a este nivel de crisis, los técnicos estarían todavía dándole vueltas al concepto hasta dilucidar si eran galgos o podencos y las familias más vulnerables en colas cada día más largas para conseguir comida como estamos viendo cada día.

         Lo que han dado en llamar NUEVA NORMALIDAD empezará a regir el próximo 1 de julio pero ya vamos sabiendo que las mascarillas han venido para quedarse y la distancia de seguridad también y esto es completamente nuevo. Al parecer las dos medidas se necesitan hasta que exista una vacuna contra el virus o alguno de los medicamentos se demuestre eficaz. Ninguna de las dos cosas están a nuestro alcance en este momento a pesar de las guerras entre las superpotencias, EEUU y China sobre todo, anunciando a bombo y platillo que a la vuelta de la esquina sacan la esperada vacuna, no porque sea verdad, que vaya usted a saber, sino para que el mundo entero los mire y se entere de que uno de los dos van a desarrollar el discurso hegemónico en el futuro inmediato.