En
estos momentos superamos ya los 10
millones de infectados en todo el mundo. El foco comenzó en China, se desplazó
después a Europa y en estos momentos se encuentra en América. China y Europa ya
doblegaron la primera ola de contagios. América se encuentra todavía sin
terminar de doblegar la curva. España, desde donde escribo, ha vuelto a la
nueva normalidad como el resto de Europa. Lo que pasa es que el proceso no deja
de ser una división administrativa, estadística o didáctica porque la realidad
es que el virus no se ha ido y que todos seguimos siendo susceptibles de
infección porque los estudios que se han hecho sobre la cantidad de personas
que hasta el momento se encuentran con el virus superado anda alrededor del 5 o
7 por ciento de la población. Parece que el confinamiento, que en España ha
sido bastante severo, ha logrado que la gente no se contagie de manera masiva
pero, a la vez, también ha logrado que la mayor parte de la gente, más del 90
por ciento se encuentren con posibilidad de contagio porque no hemos logrado
todavía ni una vacuna ni un medicamento eficaz que nos defienda.
Hemos
vivido los 98 días de aislamiento en nuestros domicilios como un drama, y lo ha
sido. Pero ahora que hemos salido a la calle nos encontramos con que para
reservarnos frente al virus, que sigue con nosotros, lo que tenemos no es más
que medidas de distanciamiento personales y mascarillas que dificulten la
transmisión del virus entre las personas. Ninguna de las dos medidas nos
resultan gratas y nos hemos cansado de ellas por lo que, aunque las autoridades
sanitarias y políticas no cejan de insistirnos en que tenemos que hacer frente
al virus porque sigue con nosotros, cada vez nos resulta más difícil creerlo y
actuar en consecuencia. Tanto más cuanto que ahora no hay medidas especiales y
solo se cuenta con la solidaridad de las personas para que tomen conciencia de
que la mejor y única protección eficaz es la de cambiar nuestras costumbres
hasta tanto no encontremos una barrera eficaz.
Y es
verdad que estamos cambiando. No hay más que salir a la calle y ver la cantidad
de gente con mascarillas con la que nos cruzamos. Nosotros no teníamos historia
de protección de nuestras vías respiratorias, hasta el punto de que nos
resultaba extraño ver a los orientales con ellas puestas que lo achacábamos a
su defensa contra la contaminación. Podemos decir que el problema sanitario se
encuentra disponible y bastante mejor preparado que al principio para soportar
los posibles brotes que están surgiendo en determinadas concentraciones humanas
que surgen por actitudes irresponsables de algunos grupos que, o bien ignoran
las recomendaciones o, sencillamente, se sienten al margen de su cumplimiento,
como si no fuera con ellos. Y la vacuna no llega. En los primeros días no
paraban de aparecer noticias de que la vacuna estaba a la vuelta de la esquina.
Hoy vamos sabiendo que no era más que propaganda y que la tal vacuna, que
seguro que llegará, tardará lo que tenga que tardar y, desde luego, bastante
más de lo que nos anunciaban.
Estamos
mejor que al principio, es verdad. Hemos dejado en el camino a 28000
conciudadanos que no han podido superar el virus, más de la mitad mayores de 70
años especialmente vulnerables a sus efectos. Los que hasta el momento seguimos
vivos hemos sido testigos de una pandemia desconocida, cuyos efectos nos van a
acompañar todavía bastante tiempo. Si dispusiéramos de una dosis de humildad
suficiente, igual nos dedicábamos a entender que nos visita un enemigo común y
que entre todos estaríamos en mejores condiciones de combatirlo, pero no estoy
yo muy seguro de que seamos capaces de aprender algo tan simple. Nos miramos
unos a otros y vemos un mundo que ha permanecido casi paralizado 98 días y
ahora ha de enfrentarse a un enorme problema social y económico porque parar
los motores de la sociedad ha sido difícil pero reanudar su funcionamiento no
lo va a ser menos. Probablemente lo va a ser más, bastante más y eso es lo que
nos queda por delante.