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domingo, 7 de junio de 2020

TERCERA



         Decíamos la semana pasada que la división en fases no era más que una forma de que la gente percibiera un proceso metodológico, porque básicamente los contenidos de cada fase eran los mismos. Se trataba y se trata de evitar aglomeraciones de personas, sobre todo en espacios cerrados: máximo de diez en la primera fase, de quince en la segunda y de veinte en la tercera. Se sigue recomendando el frecuente lavado de manos y la obligatoriedad de mascarillas en todo momento, sobre todo en espacios cerrados, en transportes públicos y en lugares donde sea difícil mantener la distancia de seguridad de dos metros más o menos. Esta distancia de seguridad está quedando como verdadero producto estrella para combatir esta pandemia. Es verdad que los contagios y las muertes ya han bajado sustancialmente, pese a las complicaciones políticas surgidas por la recogida de datos desde los distintos centros de poder, sobre todo cuando son de distinto signo político. Las medidas relajan la vida y hacen posible que se vuelvan a tomar las calles, los negocios y los lugares de ocio, con lo que la vida va volviendo a tomar ritmo.

         Toda esta desescalada respondía a criterios estrictamente clínicos. La prioridad era la salud y las medidas políticas se iban tomando en función de ella. Como es cierto que la agudeza de la pandemia baja, sin abandonar del todo los criterios clínicos, nos damos cuenta de que aparecen otros que hasta el momento estaban agazapados bajo el paraguas de la salud pero que, ahora que la salud se eleva, levantan su cabeza. España tiene una industria bandera, que es el turismo. Significa el quince por ciento de toda su riqueza y que puso el marcador a cero el quince de marzo y desde entonces no ha llegado ni un solo turista. Todo el servicio que el año pasado se movilizó para atender a los más de 80 millones de visitantes que llegaron se redujo a cero de la noche a la mañana y en cero sigue hasta el momento.

         Es una presión demasiado fuerte y el gobierno se ha visto obligado a relajar las medidas. Ya ha dado una fecha, 1 de julio, para dar por oficialmente doblegada la pandemia y abrir la vía turística para naturales y extranjeros. Todos sabemos que  las cifras del año pasado serán inalcanzables pero se trata, al menos, de salvar la temporada, el enorme paro que lleva inactivo tres meses ya y que puede seguir así si no se va abriendo la mano. En medio de tanta angustia colectiva se ha colado una medida nueva en forma de derecho de la que se había venido hablando esporádicamente pero que nadie se había atrevido a tomar hasta el momento: EL INGRESO MÍNIMO VITAL. Alrededor de un millón de las familias más pobres, van a disponer de una cantidad modesta al mes, entre 500 y 1000 euros dependiendo de los miembros que la compongan, que se van a convertir en un seguro de vida para los gastos más acuciantes. A grandes males, grandes remedios. Seguramente si no hubiéramos llegado a este nivel de crisis, los técnicos estarían todavía dándole vueltas al concepto hasta dilucidar si eran galgos o podencos y las familias más vulnerables en colas cada día más largas para conseguir comida como estamos viendo cada día.

         Lo que han dado en llamar NUEVA NORMALIDAD empezará a regir el próximo 1 de julio pero ya vamos sabiendo que las mascarillas han venido para quedarse y la distancia de seguridad también y esto es completamente nuevo. Al parecer las dos medidas se necesitan hasta que exista una vacuna contra el virus o alguno de los medicamentos se demuestre eficaz. Ninguna de las dos cosas están a nuestro alcance en este momento a pesar de las guerras entre las superpotencias, EEUU y China sobre todo, anunciando a bombo y platillo que a la vuelta de la esquina sacan la esperada vacuna, no porque sea verdad, que vaya usted a saber, sino para que el mundo entero los mire y se entere de que uno de los dos van a desarrollar el discurso hegemónico en el futuro inmediato.


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