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domingo, 21 de junio de 2020

NORMALIDAD



         Después de 98 días de estado de alarma, desde anoche a las doce, coincidiendo casualmente con la entrada del verano, nos encontramos por fin, con lo que el gobierno ha dado en llamar nueva normalidad. Ya hemos constatado que no nos parecemos mucho a quienes y a lo que éramos antes del quince de Marzo, cuando empezó este baile. Lo primero es que somos oficialmente 28000 españoles menos, lo cual es un pico. Pero más que los muertos en sí, la gente lamenta que no ha podido acompañar a sus muertos hasta el último momento ni se ha podido agrupar para despedirlos como de costumbre: los creyentes con su rito religioso y los demás concentrando alrededor del muerto a los amigos y vecinos que libremente hubieran querido. Este cambio de costumbres tradicionales es de lo más referido por los que se les preguntan sobre lo que más le ha afectado de la pandemia. Mientras nuestros rituales son los conocidos parece como si nuestras alegrías y nuestros dolores se desenvolvieran en casa y supiéramos más o menos, las dimensiones de cada acontecimiento.

         Los primeros días de la alarma, los supermercados se quedaron desabastecidos por completo, sobre todo sorprendentemente, de papel higiénico. El propio gobierno y la patronal de las grandes cadenas salieron a los medios a insistir en que tranquilidad, que al día siguiente las tiendas volverían a estar abastecidas como siempre y la gente fue comprobando que era así. Tuvimos que aprender a guardar colas en la calle, cosa que solo conocíamos en los que reclamaban ayudas caritativas, a guardar la distancia de dos metros, la presencia de las mascarillas cuando su abastecimiento fue posible, que no fue inmediato porque todos los países estaban desabastecidos de estos materiales y hubo que batirse el cobre en China, principal proveedor mundial hasta que las industrias nacionales se pusieron las pilas, que tardaron poco pero que la espera se hizo eterna porque los materiales se necesitaban en el momento. La guerra por conseguirlos antes que los demás fue implacable y nada aleccionadora.

         No fue la única guerra la de los materiales. La de los números se estableció casi desde el primer momento. Hablábamos de que era algo nuevo y desconocido, pero eso era de boquilla porque lo que reclamábamos con más fuerza eran certezas del tipo que fuera. Necesitábamos saber cuántos éramos los afectados, cuánto tardaban en llegar los materiales, cómo estábamos con relación a los países de nuestro entorno y quién se iba a hacer responsable de lo que nos estaba pasando. Esta última responsabilidad era casi de cajón que iba a recaer sobre el gobierno. En cierto modo porque era lo normal y en otro cierto modo porque la  oposición pensó que era un buen momento para apretar al gobierno y lograr derribarlo, sin poder garantizar una alternativa viable. No lo han conseguido hasta el momento aunque no dejan de intentarlo cada día, lo que quiere decir que el clima político se hace irrespirable. Como si no tuviéramos bastante con la propia pandemia.

         La presencia del virus se manifiesta en focos de contagio, más o menos grandes, pero localizados hasta el momento. Su foco principal ha girado y se encuentra en América, quienes con más o menos acierto, se defienden del primer envite como lo hicimos nosotros desde mediados de Marzo. Las lagunas de conocimiento siguen en pie y en este momento ni existe una vacuna que pueda enfrentar la capacidad infecciosa, ni un medicamento que permita aliviar los efectos del covit 19. La mayoría de los muertos ahora no son nuestros sino de la otra zona del mundo. Es verdad que sabemos algunas cosas que no sabíamos al principio, por ejemplo, que la mejor medicina somos nosotros con nuestro aislamiento. Ha sido a fin de cuentas la barrera más eficaz para contener la infección y hasta para doblegarla, por el momento. Pero nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.


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