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domingo, 24 de junio de 2012

DUDAS

He repetido en varias ocasiones que mi pretensión en este blog está reñida con la prisa. Que pretendo detenerme todo lo que considere oportuno en cada uno de los temas que aborde y que pretendo abordar cualquier asunto que me parezca de interés dentro del desarrollo der las personas. Que considero un valor importante el propio hecho de detenerme en los asuntos y hablar de ellos, no tanto para encontrarles solución, que unas veces podrá ser y otras no tanto, cuanto por el simple hecho de hablar de ellos y de provocar que salgan a la luz, que no se oculten en el silencio porque me parece que es el mismo0 silencio el peor enemigo y el simple hecho de hablar de ciertas cosas ya les aporta una claridad, una cercanía, una luz por la que podemos introducirnos los que estemos interesados. La mayor parte de los capítulos que preceden y seguramente también de los que sigan de ahora en adelante, abordan determinados asuntos relacionados con el desarrollo de las personas. Este, en cambio, pretende alertar sobre la excesiva claridad con la que muchas veces nos referimos a determinados temas, sencillamente porque en la vida no se producen tan claros y pueden llamar a engaño si alguien saca la conclusión errónea de que es así como han de verse. Y lo contrario también. Nos encontramos muchas veces con que analizamos las distintas problemáticas: celos, dificultades del desarrollo, y a medida que las vamos mencionando creemos que los pequeños en los que estamos pensando las padecen y es posible que sea cierto pero que este hecho no signifique que haya que analizarlas como determinantes porque en cierto modo todos podemos ofrecer manifestaciones problemáticas de signo muy diverso y sin embargo que eso no implique que nuestra armonía se vea deteriorada. Una cosa es nuestra capacidad interior para poder detectar en ella muy diversas problemáticas educativas o cualidades positivas, cosa que puede ser perfectamente normal y hasta saludable y otra bien distinta que alguno de los aspectos que detectemos en nuestro análisis nos esté influyendo negativamente y precise de modificaciones para encontrar un enfoque distinto y beneficioso. También es cierto que por muy positivos que podamos sentirnos con cualquier menor, siempre es susceptible de mejorar el análisis y el tratamiento de su desarrollo pero tenemos que ser conscientes de que el elemento armonía ya es un valor por sí mismo y hay que pensar muchas veces cualquier propuesta de mejora vaya a ser que introducir cualquier mejora pueda ser perjudicial si lo valoramos en conjunto por la perturbación de un conjunto armónico dentro del que el sujeto en cuestión se puede estar desenvolviendo el pequeño con comodidad. Estoy pensando, por ejemplo, en las nuevas corrientes de estimulaciones precoces tan en boga en este tiempo. Podemos asumirlas con ligereza con el argumento de encontrar mejoras parciales ciertas, pero sin darnos cuenta de las dificultades de conjunto en que introducimos a los pequeños. Podemos estar, muchas veces sin pretenderlo, metiendo a los pequeños en laberintos innecesarios y creando problemas de largo alcance cuando partíamos der situaciones idóneas que hubieran podido evolucionar muy bien sólo con haberlas dejado desarrollarse en su conjunto. Si un menor puede asumir su control de esfínteres, por ejemplo, hacia los dos años más o menos, no veo dónde se puede fundamentar un argumento para forzar el aprendizaje y someter al menor a un estrés innecesario por el simple argumento de que el pequeño logre ese control seis meses antes. Algunas veces los adultos somos culpables de estrés inducidos cuando las mejores soluciones estaban al alcance de nuestra mano y sólo requerían un poco de templanza y de confianza en las posibilidades de los pequeños.

domingo, 17 de junio de 2012

EL OTRO

En síntesis el recorrido vital no es más que una sucesión de desgarros que con más o menos dolor nos llevan desde creernos que somos todo y que el mundo funciona a nuestro servicio o en función de nosotros al principio de la vida hasta terminar por sentirnos completamente inútiles y cediendo la vida convencidos de que es lo mejor que podemos hacer. Todo este arco evolutivo no se produce sin esfuerzo y con mucho tiempo de por medio. También a través de una sucesión de pasos intermedios porque difícilmente seríamos capaces de asumir todo el recorrido de una sola vez. Llegaba a resultar hasta cómico cuando sabíamos de sobra que era dramático. El experimento consistía en entrar a un aula de niños de dos años y decir en alta voz: “Mi mamá es mía”. Y esperar. No tardaba mucho en empezar la rebelión de “No, es mía”. “Es mía”. “Es mía” Y era imposible evitar una guerra interna sin solución posible porque todos llevaban razón y ninguno podía quedar satisfecho con la resultante de las disputas verbales. O bien terminaban llegando a las manos y había que imponer un poco de orden para seguir con lo que se estuviera haciendo o había que esperar sencillamente al agotamiento a sabiendas de que no era posible encontrar ninguna solución satisfactoria, sencillamente porque cada uno estaba hablando de una mamá distinta y ninguno era capaz en aquellos momentos de meterse en la cabeza esa idea. Afortunadamente hay muchas otras actividades y secuencias que pueden alegrar la vida a los dos años, pero la de ser capaces de entender que cuando hablamos de una mamá no estamos hablando de la mamá de cada uno no es una de ellas. De ahí que el problema no tenga solución posible en ese momento. Cada uno piensa que no existe otra mamá que la suya y cuando otro suelta la misma frase, sencillamente cree que se la está robando y eso no puede permitirlo por nada del mundo. El conflicto, por tanto, está servido. Donde dice mamá podríamos poner cualquier otra persona o situación que puedan compartir todos. El resultado sería similar. Pasa que con lo de mamá la reacción es más inminente, más automática y más vistosa como si dijéramos. Unos cuantos meses después, alrededor de los tres años ya sí es posible detenerse a explicar que cada uno tiene una mamá y que todas son distintas y que cuando se dice que mi mamá es mía nadie está intentando quitarle a nadie su mamá sino que cada uno tiene una mamá. Es uno de los pasos evolutivos importantísimos: “Existo yo y fuera de mí, todo lo demás”. Unos meses antes se podía producir la peregrina secuencia de que cuando el pequeño no quiere verte, por ejemplo, no te dice que te vayas, sino que te suprime de su presencia por el expedito sistema de taparse los ojos, sencillamente porque para él, si no te ves es que nos estás. Todo un conjunto de nociones elementales de la vida funcionan con esa claridad y con esa contundencia y sólo si somos capaces de entenderlo nos podernos comunicar con los pequeños. De lo contrario, nada de nada. Pues una noción tan elemental, en la vida no se va a ver modificada ya hasta la adolescencia, en la que alcanzaremos un nuevo logro y es el de ser conscientes de que pertenecemos a un grupo humano: pandilla, país, pueblo, raza…. Y eso nos pone enfrente y nos fuerza a luchar para crearnos un espacio vital donde vivir diferenciados. Si nuestra cultura es aceptable, esa lucha será pacífica, de lo contrario podrá llegar a ser extremadamente violenta, pero el argumento será el mismo en todos los casos: el derecho a la existencia.

domingo, 10 de junio de 2012

MÚSCULO

Hemos delimitado la época en la que el riesgo físico es más alto, entre los 18 y 36 meses, por la apremiante necesidad de fortalecer todo el aparato muscular que con la iniciación de la marcha ha desplegado todas sus capacidades y necesita hacerse con el dominio del movimiento y encontrar el ámbito de acción en el que se han de mover. No es raro sino frecuente encontrarse a los niños corriendo de acá para allá, de pared a pared por ejemplo, sin más límites que las propias pareces con las que chocan una y otra vez. Si no fuera por eso, seguramente veríamos cómo los niños casi no tienen límite en su esfuerzo. Muchas veces los vemos que se duermen por puro agotamiento pero su cabeza todavía mantiene la orden de que hay que seguir moviéndose. Es como la explosión muscular por excelencia en la que se introducen y sólo a base de ejercicio esa capacidad aparentemente ilimitada va tomando forma y va haciéndole ver que no lo puede todo sino que ha de dosificar sus fuerzas para poder realizar todo lo que pretende. Muchas veces los vemos comenzar con una energía desbordante y luego se vienen abajo porque sus capacidades ya no le permiten mantener el esfuerzo que pretenden. Todo esto parece muy fácil pero la realidad nos muestra que es bastante complejo y desesperante porque quisiéramos muchas veces que nos escucharan y que aprendieran a dosificar los esfuerzos pero no nos damos cuenta de que no es posible porque ellos están inmersos en una vorágine de músculos que piden todos a la vez ser desarrollados y apenas les permiten a los niños utilizar la cabeza para otra cosa que para asumir todos los retos que se ponen a mano. Es precisamente a través del ejercicio muscular como los niños van aprendiendo hasta dónde y hasta dónde no son capaces de llegar. El agotamiento es casi siempre una frustración no deseada que la naturaleza les impone. Si nos fijamos, muchas veces los vemos completamente dormidos y participando todavía del ejercicio que hubieran tenido entre manos y que ni el propio sueño les ha permitido quitarse de la cabeza. Esta es la época de los grandes aprendizajes, de esos de los que casi con seguridad no nos vamos a acordar cuando pasen los años sino que se van a quedar en nuestra memoria profunda como una nebulosa aunque con un poder determinante sobre nosotros. En esta época parece que ha ganado la batalla cualquier idea ligada a la seguridad, lo que significa que los niños disponen de unos espacios muy reducidos de riesgo y sin riesgo el aprendizaje que podemos asumir es nulo o muy deficitario. Claro que tampoco se trata como hay quien promueve, que a los niños se les deje hacer lo que quieran porque es verdad que su conciencia de los límites es casi nula y sería tanto como abandonarlos al albur de las dificultades de la vida sin armas. Pero también es verdad que la potencia que hoy tiene cualquier idea ligada a la seguridad hace que los niveles de riesgo sean demasiado pequeños o casi nulos y eso impiden que los pequeños puedan ejercitar su propio albedrío para discernir, dentro de sus posibilidades lo que sí o lo que no pueden hacer en cada momento y aprender de sus errores. El valor de la cercanía de un adulto puede ser un elemento de enorme importancia para la seguridad de los pequeños que muchas veces se mide con una simple mirada para constatar que no está sólo, pero los adultos tenemos que asumir que los pequeños son seres capaces y que esa capacidad ante las dificultades siempre lleva aparejada la posibilidad del error pero también la del aprendizaje.

domingo, 3 de junio de 2012

PELIGRO

Hacia el año y medio de vida, si todo ha ido normal, los niños andan ya con soltura. Se encuentran en ese momento con todo un sistema muscular perfectamente vivo y desarrollado, completamente dispuesto a fortalecerse en el siguiente año más o menos hasta que hacia los tres años, siempre orientativo, nos encontremos a los pequeños dominando su musculatura casi por completo y siendo capaces de disponer a su arbitrio de toda su capacidad motora.
Pero en el camino ha habido que atravesar la etapa de más riesgo físico porque los niños han tenido que descubrir a base de errores y de inseguridades hasta dónde son capaces de llegar, cuántos y cuáles son los ámbitos que su musculatura necesita para desplazarse, para subir, para saltar, para correr, para modular su fuerza, para relacionarse con los mayores o con los amigos, para mandar señales de afecto o de desprecio. Un amplísimo abanico de posibilidades que deben ejercitar para alcanzar la destreza física adecuada y la madurez requerida y el dominio imprescindible sobre su propio cuerpo, que no es nada fácil, no por nada sino porque requiere mucho ejercicio y mucha experimentación.
En condiciones normales, conseguir la destreza física precisa es complejo y desde luego arriesgado. Todo es arriesgado y los peligros nos rondan continuamente, pero en la etapa que va de los dieciocho a los treinta y seis meses más o menos, mucho más. Quiero insistir en esto para que se conozca la realidad de las cosas pero en ninguna medida para meter miedo a nadie. La vida nos dota de capacidad y de fuerza suficiente como para superar las dificultades y crecer a pesar de ellas. Lo que sí me parece importante es conocerlas y que los adultos seamos conscientes de que en esta época los cuidados físicos son más importantes que nunca porque lo que está pasando en el cuerpo de los pequeños es que toda su capacidad muscular se está desplegando y eso significa movimiento y riesgo casi continuo hasta alcanzar la destreza necesaria.
Las reacciones de los adultos seguro que son variadas diversas y todas tienen una importancia fundamental en la solución de los problemas del momento y del desarrollo futuro. Los adultos pueden adoptar la actitud de proteger a los pequeños de cualquier peligro para que evitar los accidentes, cosa completamente imposible porque la energía infantil necesita salir y desplegarse, lo que puede producir un conflicto permanente y la posibilidad de que el menor encuentre salidas incontroladas y con mayor riesgo. También puede pasar que los adultos pasen un poco de los niños, encontrando normal todo lo que pasa y permitiéndoles todo tipo de desmanes en un momento en que los pequeños necesitan imperiosamente desplegar sus capacidades musculares pero también tomar conciencia de que existen límites y que los mayores están ahí cerca, entre otras cosas para imponerlos, en base a previsiones de peligro que ellos difícilmente son capaces de prever. Como siempre, la posición intermedia suele ser la más adecuada. Permitirle a los menores que experimenten sus capacidades motoras y ser capaces también, en un momento determinado, de imponer un límite, incluso a riesgo de equivocarnos, cosa que puede pasar en cualquier momento. Esta actitud facilitará que los niños sean capaces de moverse con soltura a la vez que tomar conciencia de que nosotros estamos cerca de ellos y, en un momento determinado, somos capaces de imponerles un límite preciso a esa amalgama de musculatura que ellos están desplegando en ese momento y que les cuesta contener o dosificar porque lo que pretende si se le deja suelta es desbocarse por todos sitios. Se trata de una etapa arriesgada pero emocionante a la vez, que ojalá que todos los niños tuvieran el privilegio de poder vivir.