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domingo, 28 de abril de 2019

ÁRBOL



         Antes de ayer, viernes, a las ocho de la tarde se estrenó un documental de 70 minutos dirigido por Miguel Ángel Martínez, con el nombre de EL ÁRBOL DE LAS ESCUELAS. Significa un empeño personal de un padre que hace años tuvo a sus dos hijos en una de ellas, DUENDE, y que, vaya usted a saber por qué, se empeñó en que esa experiencia la quería recoger en imágenes, darle forma narrativa, y sacarla a la luz desde su perspectiva personal para que se pueda conocer este valor neto de Granada, según su opinión, y compartir o extender a otros lugares según los casos. Hace tres años recibí una llamada suya porque quería entrevistarme para que participara en su proyecto, a lo que yo accedí encantado como siempre. En el árbol central del Carmen de los Mártires, a la espalda de la Alhambra nos pasamos una tarde tirándome de la lengua para que  fuera explicando mi experiencia infantil y la ligazón con la fundación de las escuelas infantiles municipales de Granada a las que contribuí a fundar y en las que trabajé gran parte de mi vida.

         Me pareció una magnífica idea porque las experiencias valiosas de la vida está bien vivirlas y hacerlas inolvidables, pero también contarlas para que se puedan  convertir en foco de luz para quien quiera acercarse a ellas. Pero tres años dan mucho de sí. Uno puede hasta pensar que sería demasiado bonito pero que las dificultades para ponerlo en pie son tantas que no es la primera vez que se terminan diluyendo y pasan a formar parte de todos esos muertos que uno tiene en el olvido y que los deja que descansen en el amplio cementerio de lo que pudo ser y no fue. Yo sé lo que esta experiencia significó para mí porque la viví, la gocé y la sufrí en primera persona, pero no puedo entender el impacto en la mente de un padre que la ha vivido sólo con sus ojos y en lo que ha visto reflejado en sus hijos mientras asistieron o luego después, una vez que se incorporan a los centros públicos a los que asisten en este momento.

         Es verdad que el empeño de Miguel Ángel no se ha puesto en pie sólo y que mucha gente ha colaborado para verlo hoy como un elemento más del proyecto global de Granada con la primera infancia a tantos niveles. Estoy seguro que en momentos de soledad se habrá visto tentado de tirar la toalla y aceptar que se había empeñado en una quimera y que es posible que no mereciera tanto esfuerzo y tanta incomprensión. Algunos lo hemos experimentado unas pocas veces en la vida y hemos tenido que admitir que solo algunas de las ideas que un día nos hicieron vibrar han visto la luz. En aquellos momentos nos hundíamos en la miseria pero no sé de dónde sacábamos la fuerza para poner en marcha nuevos proyectos, algunos de los cuales podemos hoy mirarlos a la cara, dormirnos con ellos y sentir que nuestra vida ha tenido sentido por lo que toca a la realización personal y por la obra realizada para una ciudad y para cualquiera que quiera compartirla. En su soledad y en su desánimo, este hombre lo tiene que haber sentido del mismo modo pero de donde sea ha sacado fuerzas y ha visto cumplido su sueño.

         Su empeño ha ido sacando colaboraciones muy diversas. Una labor tan amplia es imposible hacerla sólo, pero ha sido su fuerza interior la que ha permitido que ese hilo frágil que su empeño significaba, haya ido realizando los pespuntes imprescindibles para convertirlo en este hermoso documental que acabamos de vivir y que espero que tenga larga vida y pueda ser compartido por muchas más personas sensibilizadas con la primera infancia. El equipo de realización habrá celebrado muchas reuniones para seleccionar de todo el material acumulado el filtro suficiente como para que quede una historia aceptable en tiempo, en calidad técnica y en contenido temático. Siempre podrá ser discutible como cualquier obra humana y estoy seguro que habrá nuevos proyectos más perfectos en el futuro pero hoy EL ÁRBOL DE LAS ESCUELAS se incorpora al acerbo común de Granada, uno más de tantos, llegado de México de la mano y del empeño de Miguel Ángel. Enhorabuena a todos.


domingo, 21 de abril de 2019

RESPETO


         Uno se mira en el espejo y, como es natural, se ve cada día un poco más viejo. Pero tú sabes que la vida está contigo porque el asunto de que tratas, antes como trabajo de cada día y ahora como recuerdo y reflexión, es el de los primeros años de las personas que son como una fuente sin fin a través de la cual brota la vida. Me siento como el receptor privilegiado porque mis ojos están siempre pegados al principio de la vida, a las primeras evoluciones en las que se manifiesta la capacidad sin fin de aprender que tenemos las personas, la enorme variedad de caminos de que dispone la naturaleza para evolucionar y perfeccionarse y el placer infinito de estar viendo cómo, al alcance de tus manos, se va produciendo la vida en toda su diversidad. Cuando te dan un abrazo por la calle y te hacen referencia a aquellos años de privilegio que compartisteis te das cuenta de que ese oficio que tantas veces te pareció un sueño no fue tal y esa persona que te lo recuerda con fervor hace que lo compartido siga siendo una realidad palpitante y perfectamente actual, pase el tiempo que pase.

         Si tuviera que definir mi trabajo con palabras creo que la primera sería capacidad porque los primeros años de vida se valoran como débiles e indefensos, pero los que hemos estado tan cerca de ellos sabemos que nada más lejos de la realidad. Los pequeños llegan a la vida con montañas de posibilidades encerradas en su cerebro que pugnan todo el tiempo por salir a la luz y desarrollarse en cantidad a priori ilimitada. Los últimos estudios afirman que la capacidad cerebral que conocemos no supera en ningún caso el quince por ciento. O sea que la educación se encuentra poco menos que en pañales, no sólo porque aquí estemos hablando de los primeros años, sino porque la capacidad de que disponen esos seres que acaban de llegar al mundo está en pañales también. El campo de trabajo se nos presenta enorme y estamos apenas en los primeros compases.

         No podemos ofrecer a los pequeños el campo educativo completamente abierto porque en seguida averiguamos que a pesar de que sus capacidades son monumentales y la mayoría de ellas completamente desconocidas todos nos desenvolvemos en un mundo material con unas coordenadas de espacio y tiempo en las que nos tenemos que nos marcan un camino. Quizá es la parte de nuestro trabajo que está más clara porque si los pequeños se llenan de angustia porque les falten las atenciones de limpieza, descanso, alimentación mínimas se bloquean y sus fuentes dejan de manar, no porque se hayan secado, las capacidades siempre estarán en su interior esperando un cauce que les haga salir a la realidad, pero pueden tener durante no se sabe cuánto tiempo las salidas bloqueadas y parecer que dentro no hay nada cuando la verdad es que estamos taponando las vías de salida. El agua debe disponer de un cauce adecuado y entonces fluye con armonía. Si no hay cauce ella encontrará alguna forma de sacar a la luz su potencial.

         Si estos condicionantes previos los tenemos suficientemente claros es posible que dudemos infinidad de veces porque somos personas y el aprendizaje está siempre detrás de las dudas pero es imprescindible saber que detrás de esas dudas están las capacidades de los pequeños que, si se lo permitimos, nos van a dar las pistas que necesitamos para completar el proceso y confiar en nuestras propias fuerzas para acompañarlo y enriquecerlo. Nuestra labor me parece indispensable como garantes de ese adecuado cauce para que las capacidades fluyan con armonía y a su humor, pero tenemos que ser muy conscientes de que la capacidad de los pequeños es la verdadera veta que debe fluir. Ellos son los verdaderos protagonistas de su propio desarrollo y nosotros, aunque imprescindibles, no somos más que el instrumento que debe ser garante de que se produzca y que lo haga en las mejores condiciones posible. 

domingo, 14 de abril de 2019

APRENDER



         En educación hay algunas claves que convendría no olvidar. Los pequeños no aprenden porque nadie les enseñe de esta manera o de otra. Aprenden porque quieren y cuando quieren. Si no empezamos desde aquí me temo que vamos a construir en falso. Estoy seguro que hace falta crear una determinada infraestructura en la que el proceso educativo se pueda producir en condiciones aceptables y para todas las personas. Necesitará espacios y tiempos adaptados a las edades a las que vaya dirigido. Necesitará un conjunto humano de adultos que responda socialmente de que se lleve a cabo. Probablemente todo esto será muy bueno para que exista una cobertura suficiente. Pero no nos engañemos. El aprendizaje no va a depender de eso. El aprendizaje se va a producir si logramos que los medios a nuestra disposición hagan que los pequeños quieran aprender. Y si quieren aprender se va a producir el conocimiento y si no, no. Es así de crudo y lo mejor es que nos lo digamos sin paños calientes porque es la realidad.

         Hacen falta edificios aceptables donde se pueda vivir en buenas condiciones y que quepamos todos. Hacen falta una serie de medios que permitan a los alumnos entender por qué es importante transitar por unos caminos y no por otros para acceder a determinados conocimientos. Es necesario disponer de una cierta distribución del espacio y del tiempo para que la actividad se desarrolle en buenas condiciones. Todo esto es verdad pero tenemos que entender que todo lo que hemos señalado son sólo medios, más o menos importantes pero medios. Lo verdaderamente esencial es que exista un grupo de personas que quiera aprender y, si conseguimos eso, los medios que pongamos a su disposición pasarán a desempeñar un papel subsidiario, que es el que les corresponde y la educación se centrará en las personas afectadas, que son el verdadero núcleo indispensable e imprescindible. Ese sin el cual nada es posible. Si ese núcleo quiere aprender, el aprendizaje se producirá y si no, no.

         Es posible que resulte reiterativo pero es que lo hago a propósito. Pasa el tiempo y siempre andamos con la mirada puesta en elementos no nucleares de la educación: que si los edificios, que si los mejores libros y cuadernos, que si un número aceptable de alumnos por aula. que si todas las medidas de seguridad,... que si esto, que si lo otro y que si lo de más allá y creo que todo es necesario, no me cabe duda. Por nada del mundo quisiera que nadie interpretara que desprecio ninguno de los elementos que ayudan a que la educación se produzca en las mejores condiciones. Por nada del mundo. Lo que digo una y mil veces es que todo eso no es el núcleo en que se fundamenta la educación y que el núcleo se encuentra en el interior de esas personas que nos empeñamos en seguir llamando alumnos, que acceden cada día a las aulas y que tenemos que lograr que deseen aprender porque si ellos no quieren aprender no lo van a hacer aunque nosotros hagamos el pino con las orejas.

         Sé de sobra que decirlo es fácil pero que desentrañar ese misterio por el cual un pequeño quiera una cosa y deje de querer otra es endiablado y en muchos momentos lo vemos fuera de nuestro alcance. Por eso damos tantas vueltas para modificar los medios a ver si así logramos el objetivo sin pasar por el núcleo. Una y mil veces nos damos cuenta de que no es posible y una y mil veces seguimos intentándolo por donde no es, sencillamente porque nos resulta más fácil, porque consideramos que está en nuestras manos y porque lo podemos dominar con nuestras propias fuerzas. Es gana. Una y mil veces la realidad nos dice que la educación tiene un sólo protagonista y es esa persona pequeña que nos llega a nuestras manos cada mañana, que lleva en su interior todas las claves de su aprendizaje. Nuestro trabajo no es ofrecerles las mejores explicaciones sobre las cosas, que son  importantes sin duda, sino lograr que ellos se interesen por el mundo que nos rodea y se dispongan a desentrañarlo y transformarlo con todas sus fuerzas. Si logramos eso podemos morir en paz.


domingo, 7 de abril de 2019

ENFERMEDADES



         Poco a poco me voy dando cuenta de cómo me desnudo por completo. Es posible que eso es lo que deseara en el fondo cuando comencé este camino en el 2010. Por supuesto no se me va a ocurrir lamentarlo a estas alturas. A lo hecho, pecho, que decían en mi pueblo. Mi desarrollo profesional ha significado una lucha permanente contra las rígidas estructuras sociales, que en los 70 rallaban el ridículo en muchos aspectos, pero también contra los prejuicios personales propios y el miedo a lo desconocido. Uno no nace enseñado en la vida. Al contrario. Cuando pretendes abrir un camino nuevo en el orden que sea, todo son dudas. Te arriesgas porque lo sientes absolutamente necesario, pero te orientas mucho más por lo que no quieres que por lo que quieres. Lo que se quiere casi siempre son dudas al principio,  que se van consolidando con el tiempo en la medida en que vas excluyendo lo que no quieres. Hoy, tantos años después, las dudas persisten si bien lo vivido se me afianza como útil, a pesar de los muchos errores, unos constatados y otros aceptados aunque sean desconocidos.

         La salud es una de las aspiraciones que, una vez más, se está imponiendo socialmente y ya no sé esta vez lo que nos va a exigir para mantener su hegemonía. Me acuerdo de mis interminables discusiones con el magnífico pediatra Rafa Parrilla a propósito, por ejemplo, de la limpieza, que era y sigue siendo uno de los caballos de batalla sin solución posible de la educación. Reconozco para empezar que seguro que nosotros nos podíamos estar pasando en cuanto a permisividad aunque no sea más que por metodología del diálogo. Yo no pretendía llevar razón más allá de encontrar para los pequeños espacios naturales de actividad que les permitieran crecer por ellos mismos. Pero él tenía que reconocerme que los quirófanos llegaban en su obsesión por la esterilización al absurdo de tener que abrir las ventanas en determinados momentos porque el espacio interior había alcanzado la cota de no permitir que las heridas cauterizaran por falta de microbios.

         Este fenómeno de la absurda limpieza no puede decir de ninguna manera que la suciedad es la buena pero sí tiene que aceptar que la limpieza también tiene que estar sometida a límites porque la vida necesita cotas de permisividad que nos fortalezcan, no porque en ningún momento establezcamos contacto con la suciedad sino porque nuestro organismo haya aprendido del contacto con la vida a integrar los cuerpos extraños que nos puedan beneficiar y eso signifique al mismo tiempo que se haya ampliado nuestra capacidad de defensa para hacer frente a nuestros microbios perjudiciales. La limpieza es necesaria, es verdad, pero no al precio de nuestra indefensión sino a base de lograr fortalecernos a partir de un adecuado contacto con la vida real y ampliando nuestra capacidad de defensa de todo aquello que nos pueda perjudicar.

         Sé perfectamente que una cosa es hablar y otra muy distinta contrastar el discurso con la realidad de cada día,  como sé que el equilibrio  imprescindible no lo tiene nadie y eso significa que el devenir diario se convierte en un riesgo continuo al que no podemos renunciar porque de hacerlo nos despeñaremos por una pendiente de indefensión creciente que nos abocará a la vulnerabilidad sin fin. Es verdad que del mismo modo tenemos que estar alerta para no volvernos locos y terminar aceptando como válido cualquier riesgo, cosa que también nos puede llevar a situaciones imposibles de resolver por nuestros propios medios. Esto quiere decir que la vida es un un riesgo permanente y que no es posible salir de ese laberinto sino que tenemos que arriesgarnos a sobrevivir dentro de él. Salir de cualquier riesgo significa eludir la vida del mismo modo que vivir también es aprender a elegir en cada momento y una cosa no se puede separar de la otra sin perder el norte.