Poco a
poco me voy dando cuenta de cómo me desnudo por completo. Es posible que eso es
lo que deseara en el fondo cuando comencé este camino en el 2010. Por supuesto
no se me va a ocurrir lamentarlo a estas alturas. A lo hecho, pecho, que decían
en mi pueblo. Mi desarrollo profesional ha significado una lucha permanente
contra las rígidas estructuras sociales, que en los 70 rallaban el ridículo en
muchos aspectos, pero también contra los prejuicios personales propios y el
miedo a lo desconocido. Uno no nace enseñado en la vida. Al contrario. Cuando
pretendes abrir un camino nuevo en el orden que sea, todo son dudas. Te
arriesgas porque lo sientes absolutamente necesario, pero te orientas mucho más
por lo que no quieres que por lo que quieres. Lo que se quiere casi siempre son
dudas al principio, que se van
consolidando con el tiempo en la medida en que vas excluyendo lo que no quieres.
Hoy, tantos años después, las dudas persisten si bien lo vivido se me afianza
como útil, a pesar de los muchos errores, unos constatados y otros aceptados
aunque sean desconocidos.
La
salud es una de las aspiraciones que, una vez más, se está imponiendo
socialmente y ya no sé esta vez lo que nos va a exigir para mantener su
hegemonía. Me acuerdo de mis interminables discusiones con el magnífico
pediatra Rafa Parrilla a propósito, por ejemplo, de la limpieza, que era y
sigue siendo uno de los caballos de batalla sin solución posible de la
educación. Reconozco para empezar que seguro que nosotros nos podíamos estar
pasando en cuanto a permisividad aunque no sea más que por metodología del
diálogo. Yo no pretendía llevar razón más allá de encontrar para los pequeños
espacios naturales de actividad que les permitieran crecer por ellos mismos.
Pero él tenía que reconocerme que los quirófanos llegaban en su obsesión por la
esterilización al absurdo de tener que abrir las ventanas en determinados
momentos porque el espacio interior había alcanzado la cota de no permitir que
las heridas cauterizaran por falta de microbios.
Este
fenómeno de la absurda limpieza no puede decir de ninguna manera que la
suciedad es la buena pero sí tiene que aceptar que la limpieza también tiene
que estar sometida a límites porque la vida necesita cotas de permisividad que
nos fortalezcan, no porque en ningún momento establezcamos contacto con la
suciedad sino porque nuestro organismo haya aprendido del contacto con la vida
a integrar los cuerpos extraños que nos puedan beneficiar y eso signifique al
mismo tiempo que se haya ampliado nuestra capacidad de defensa para hacer
frente a nuestros microbios perjudiciales. La limpieza es necesaria, es verdad,
pero no al precio de nuestra indefensión sino a base de lograr fortalecernos a
partir de un adecuado contacto con la vida real y ampliando nuestra capacidad
de defensa de todo aquello que nos pueda perjudicar.
Sé
perfectamente que una cosa es hablar y otra muy distinta contrastar el discurso
con la realidad de cada día, como sé que
el equilibrio imprescindible no lo tiene
nadie y eso significa que el devenir diario se convierte en un riesgo continuo
al que no podemos renunciar porque de hacerlo nos despeñaremos por una
pendiente de indefensión creciente que nos abocará a la vulnerabilidad sin fin.
Es verdad que del mismo modo tenemos que estar alerta para no volvernos locos y
terminar aceptando como válido cualquier riesgo, cosa que también nos puede
llevar a situaciones imposibles de resolver por nuestros propios medios. Esto
quiere decir que la vida es un un riesgo permanente y que no es posible salir
de ese laberinto sino que tenemos que arriesgarnos a sobrevivir dentro de él.
Salir de cualquier riesgo significa eludir la vida del mismo modo que vivir
también es aprender a elegir en cada momento y una cosa no se puede separar de
la otra sin perder el norte.
Con desequilibrio es como se conquista éxito y fracaso,!!!
ResponderEliminarEstoy de acuerdo. Hay que asumir que cualquier posibilidad de crecimiento implica riesgo. Un beso
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