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domingo, 30 de septiembre de 2012

CONCÉNTRICO

Los primeros tres años de la vida son los que nos aportan la relación sensorial por excelencia. Pero, además, también esta hegemonía de los sentidos está más o menos delimitada de una manera concreta. Es cierto que todos los sentidos entran en la danza de las relaciones, muchas veces sin orden y concierto aparentes. Pero eso no es verdad. En cuanto somos capaces de distanciarnos un poco y mirar con algo de perspectiva nos damos cuenta de que lo que pasa lleva un orden y, sobre todo, una graduación.
La primera hegemonía se la lleva sin ninguna duda el sentido del tacto. Con que el adulto de referencia se pegue al pequeño de manera casi indisoluble, se cubren los objetivos de desarrollo que se esperan para esa primera etapa. Con los animales lo vemos lo mismo de claro. Se trata de que los pequeños vayan tomando conciencia de la vida desde la seguridad que le aportan los mayores a los que se sienten unidos en sentido literal. Es, por tanto, esta unión la que hegemoniza los objetivos a cubrir. Bien entendido que los sentidos interfieren unos con otros de manera que todos van estando presentes en cada momento, pero uno se lleva la palma, se pone por encima de los demás. El tacto es el primero y es el que no puede faltar si de lo que se trata es de conseguir el desarrollo armónico. Seguro que todos son necesarios, pero el tacto en este primer tiempo de la vida es el imprescindible.
El tiempo va pasando y, sin que nos demos mucha cuenta porque los cambios no son algo que suceda de un día para otro el ámbito de relación va evolucionando. Va renunciando a la intensidad y a la estrechez y va cogiendo espacio libre entre el menor y su adulto de referencia. Es como si se tratara de unos círculos concéntricos que nos envuelven y que se van distanciando poco a poco, pero sin una delimitación clara entre unos y otros de modo que no podríamos decir dónde y cuándo empieza uno y acaba otro aunque sí nos damos cuenta con una cierta perspectiva de tiempo de que hemos pasado de uno a otro aunque no podamos precisar en qué momento se produjo ese paso. Es lo que podríamos denominar un desarrollo dialéctico y concéntrico que se va produciendo con el propio ejercicio de vivir que es como se produce la evolución humana.
Sería gráficamente una especie de anillos alrededor de los que las personas nos vamos consolidando en el universo a medida que vamos superando las distintas relaciones sensoriales por este orden: tacto, gusto, olfato, oído y vista, de más estrechos y cercanos a más sueltos y lejanos. Que nadie se engañe. Yo creo que todos son indispensables, pero sin duda que cada uno ocupa un espacio vital ordenado y el orden es el que he descrito. Pues bien, toda esta amalgama de sentidos en funcionamiento han debido actuar de manera determinante si todo se ha producido con normalidad, de modo que hacía los tres años los pequeños se encuentran capacitados para empezar a disfrutar de su autonomía personal, siempre bajo la vigilancia de los adultos de referencia, pero con posibilidades reales de dominar su cuerpo y sus sentimientos sin que los adultos que estén cerca de ellos ejerzan otra labor que la de ir supervisándolos cada vez más superficialmente y a más distancia. La relación sensorial más estrecha se convierte así en la piedra angular, como en los cimientos de todo lo que ha de venir después. Y hay que entender que eso no significa que ninguna relación sensorial se quede al margen en algún momento de la vida. No. Lo que sí indica es que el desarrollo de la configuración de la personalidad está amparado por un cierto orden que se ha de ir produciendo en un espacio y en un tiempo.

domingo, 23 de septiembre de 2012

CUENTOS

Todo el mundo asume con facilidad que comer es indispensable y no suele cuestionarse que proporcionar comida a los pequeños es responsabilidad de los adultos que viven a su alrededor. Y esto es y ha sido así en todas las épocas y en todas las culturas, lo que indica que hay cuestiones que no necesitan de mucho estudio para ser asumidas y practicadas, independientemente del nivel cultural y del área concreta en la que se desarrollen.
No sé si con el mismo nivel de intensidad y de universalidad pero si no es así debería serlo los menores necesitan conocer y vivir la cultura que se desarrolla a su alrededor, las ideas que la rigen, la historia común y las directrices fundamentales que la configuran. Y eso lo necesitan asumir lo más pronto posible. No creo que a nadie se le pase por la cabeza andar explicándoles a los pequeños todos estos contenidos así a palo seco. Pero la vida tiene recursos para todo y ahí están los cuentos, que son capaces de transmitir lo que se necesite a través de contenidos y ejemplos que sí pueden estar al alcance de los más pequeños. Esta de alrededor de los tres años es la edad de los cuentos por excelencia. En todos los tiempos los niños se interesan por las historias que los adultos les cuentan pero en esta época lo hacen con verdadera fruición, casi como si su capacidad de asumir historias no tuviera límite. Es el momento en que nos piden que le contemos una historia y nos damos cuenta de que es una detrás de otra lo que quieren y no se satisfacen nunca al parecer.
Pero somos los adultos los que tenemos que ir poniendo orden dentro de ese nivel de relación, como en cualquier otro para que la relación no se convierta en una tortura y pierda su contenido esencial y positivo. Está muy bien que cada noche al acostarse o en cualquier otro momento que se considere adecuado, les contemos historias a los pequeños. Tenemos que saber que esa secuencia de vida es esencial y enormemente rica para ambos por lo que significa de relación y de transmisión cultural. No hace falta que dispongamos de una cantidad importante de historias para trasmitir. Si las tenemos, pues bien. Pero si no, no importa demasiado. Lo que los niños necesitan en primer lugar es escucharnos, interiorizar lo que somos capaces de decir con nuestro tono de voz, con nuestra actitud física compartir con ellos un rato importante de sus vidas y todo un esquema de lenguaje que les llega de nuestra boca y que les permite aprender todo un esquema de frases y de ideas en medio de las que les llega la cultura que les rodea.
A veces podemos darnos cuenta de que lo que ellos nos demandan no es que les contemos historias, que también, sino que les contemos. Con frecuencia nos demandan que les remitamos una y otra vez alguna historia concreta y parece que no se cansan de escuchar la misma historia una y mil veces. Es más, llega un momento en que podemos contar la historia y usar una palabra distinta a la más frecuente y ellos suelen parar para hacernos ver que así no es que lo que le dice el lobo es exactamente una fórmula que ellos han asumido de tanto escucharla y es la que necesitan para formarse la imagen de esa historia y no otra. Por eso hace falta casi como el comer que hablemos con nuestros pequeños y que escuchen historias de nuestra boca, siempre teniendo en cuenta que de lo que se trata es de relacionarnos con ellos y no de convertirnos en juguetes a su capricho para que terminen haciéndonos odiar esos maravillosos momentos de relación. También nos toca a nosotros, como siempre, poner límites a los tiempos y a las historias para dar paso a otras secuencias de la vida como, por ejemplo, dormir.

domingo, 16 de septiembre de 2012

DIFERENCIA

Hasta los tres años más o menos podemos decir que todos hemos cabido dentro de la categoría de personas, de menores, de criaturas. La ocupación fundamental estaba centrada en desarrollar de la manera más completa posible la capacidad de hablar y de moverse. A estas alturas ya son capaces de comunicarse con palabras, con muchas palabras aunque todavía quede mucho de la media lengua y se han superado los más altos niveles de inseguridad física y tenemos una persona que se mueve con soltura.
Podríamos decir, por tanto, que los aprendizajes esenciales sobre los que se sustenta la supervivencia están logrados. Lo que pasa es que la vida es muy compleja y que verdaderamente nunca dejamos de aprender. Ahora tenemos que dividir los seres humanos según su sexo y aquí nos encontramos con una primera división: unos somos machos y otras son hembras. La primera apreciación es comprobar que tenemos atributos distintos unos de otros. En una escuela que disponga de cuartos de baño comunes esto es muy fácil porque todo el mundo puede mirarse a placer. Y no tocarse y comprobar que el aprendizaje no es sólo de la diferencia formal sino incluso del placer que se experimenta en la visión de esa diferencia y sobre todo en el tacto cuando desplegamos toda la curiosidad del mundo a través de nuestros dedos. Qué gran responsabilidad de los adultos, principales responsables de que esta curiosidad se satisfaga con el respeto debido y en condiciones seguras, sin abusos por parte de nadie.
Admitiendo quienes se crían solos en su casa tenemos que hablar de las ventajas profundas de los que se crían en grupo y son capaces de acceder en cada momento a todos estos niveles de información con sólo abrir los ojos o desplegar las manos. No nos cansaremos por tanto de aconsejar a los padres que busquen para sus hijos grupos de iguales con los que consigan su desarrollo armónico de manera mucho más natural y placentera. De no ser así, es obvio que han de satisfacer su curiosidad con sus progenitores, con lo que andarán inevitablemente queriendo ver y tocar todo aquello que les despierte interés. Y seguro que lo harán tanto si viven en grupo como si no, pero si viven en grupo necesitarán comprobar menos que si todo les resulta nuevo. Desgraciadamente me parece muy difícil que los padres sean capaces de asumir esta necesidad de descubrimientos de los menores con naturalidad. Bañarse o ducharse con los hijos no es mala fórmula para permitir que los cuerpos desnudos se muestren con sencillez y los niños puedan ver y tocar lo que necesiten para satisfacer su curiosidad mientras desarrollan con sus padres una actividad placentera para ambos. Sería posible cualquier otra forma de acceder a los cuerpos desnudos, incluso la de mostrarse expresamente para cumplir esa demanda por parte de los pequeños, pero estoy seguro que sería más forzado para los mayores mientras que en la ducha o el baño acceden a la desnudez sin que parezca forzado ni excesivo para nadie. Nuestro cuerpo puede ser uno de los primeros ámbitos a los que necesitamos ser capaces de acceder, primero nosotros mismos en su momento, pero después nuestros hijos que necesitan saber cuáles y cómo son las igualdades que tenemos unos y otros y cuántas y cuales las diferencias .
De los primeros niveles de información, diferencias formales, texturas distintas, formas y posturas distintas de orinar, …. Van a venir nuevas interrogantes sin duda. En realidad toda la vida estará llena de interrogantes y eso será lo bueno porque permitirá que estemos siempre aprendiendo, pero también significará que va habiendo cosas que vamos superando y que nos permiten acumular un bagaje de conocimientos y de vivencias al que llamamos educación, desarrollo, madurez o cualquier otro sinónimo por el estilo

lunes, 10 de septiembre de 2012

CURIOSIDAD

Ya en su momento hablamos con claridad de que las personas nacemos sexuadas y que eso nos lleva a diferenciar comportamientos, aspiraciones, deseos y prácticas a medida que avanzamos en el desarrollo. En este tiempo por el que vamos transitando, alrededor de los tres años, es el momento en que los menores ya se han dado cuenta de que en el mundo existen niños y niñas, de que son distintos en sus atributos visibles y también en los invisibles y aparecen como papeles diferenciados de comportamiento y deseos de conocer.
De puertas adentro de la casa lo primero que se nota a poco que se quiera ver es la indiscutible predilección por el padre con su hija y de la madre con su hijo. Pese a lo evidente del fenómeno no siempre se reconoce con esa facilidad con que sería lo adecuado. Se ve que por encima de las evidencia funciona la norma y lo que se debe hacer. Como si esa diferenciación fuera mala de por sí y hubiera que esconderla o negarla. Como si las palabras fueran capaces de oscurecer o torcer la realidad de las cosas. Pero la realidad está ahí cada día, machacona, persistente, eficaz y dejando el rastro de que el sexo existe, de que el sexo está también actuando entre padres e hijos porque es universal en las personas y también en los tiempos. Es verdad que en ningún tiempo como en este en el que los pequeños andan confirmando sospechas y verificando sus percepciones y lo que les indican sus sentidos.
Por poner un ejemplo muy evidente el menor llega a apoderarse hasta de la cama. Se introduce como de tapadillo y casi pidiéndolo de limosna pero poco a poco se va haciendo con lo que conquista y al poco tiempo lo vemos en medio de la pareja y definitivamente eliminando al que sobra para apoderarse del objeto de su deseo: si es niña, de su padre y si es niño, de su madre. Y es verdad que hay tensión sexual en eso porque los deseos terminan emparejados de ese modo pero no vale compararlos con los deseos sexuales adultos porque sencillamente sería equivocarse. La satisfacción de los deseos que se manifiestan tienen más que ver con la propiedad y la seguridad que con el placer adulto. Lo que quiere el pequeño es que el adulto elegido sea suyo, de su propiedad particular, para disponer de él o de ella a su antojo y en todo tiempo y lugar. Y eso sobre todo aunque no sea suficiente, es lo fundamental. Lo que yo quiero es que mi papá o mi mamá sea mía. Mía y de nadie más o mía por encima de todo y de todos.
Es cierto que luego también lleva aparejado ese apego tan fuerte y tan persistente un reconocimiento físico. Todo ha de ser manoseado, visto, olido, gustado. Cuando los pequeños viven entre otros de su edad mucha de esta curiosidad se sacia con sus compañeros a través, por ejemplo, de un cuarto de baño común. Allí se pueden ver las diferencias, tocarse en la medida que se les permita y saciar esa mezcla de curiosidad y placer. Eso no elimina la necesidad de hacerlo con los adultos de referencia, normalmente con los padres. De aquí pueden arrancar una serie de perversiones porque nuestras deficiencias en el conocimiento y en el desarrollo de la sexualidad son bastante deficientes y pueden propiciar confusiones. No es fácil que los padres respondan a los pequeños equilibradamente a estas apetencias que pueden llegar a ser mutuas, pero que han de ser rigurosamente diferenciadas por los mayores respondiendo a la curiosidad de los pequeños pero teniendo claro que lo que los pequeños necesitan han de desarrollarlo en el futuro y no precisamente con los padres.

domingo, 2 de septiembre de 2012

CAPACES

La perspectiva que muchas veces tenemos para enjuiciar en su justo término las capacidades de las personas son bastante más que discutibles, lo que produce en la mayoría de los casos que nuestro sentido de realidad se resienta y naufrague en el proceloso mar de las suposiciones y de las posibilidades con una muy deficiente conexión con los hechos concretos a los que se refiera.
Si todo ha sucedido con cierta normalidad, una persona a los tres años de vida tiene un bagaje de experiencias importante y un cúmulo de rutinas asumido como para desenvolverse en la vida de manera bastante solvente. Sería pretencioso e inexacto por mi parte decir que cualquiera puede sobrevivir sólo a los tres años de vida. Ya sabemos que ese aprendizaje es mucho más complejo y que, tanto en los primates como en nosotros, ocupa bastante más tiempo. Pero lo que sí se puede decir sin mucho riesgo es que hacia los tres años las personas se encuentran suficientemente capacitadas tanto en sus potencias motoras como verbales como para ser protagonistas de su propia vida y de su propio desarrollo. La función de los adultos sigue siendo fundamental todavía, pero no ya ligada físicamente en todo momento sino comenzando a establecer distancias que permitan a los menores asumir los riesgos que precisan para darse cuenta de que son capaces de casi todo y permitir que el ejercicio de esas capacidades les vaya dando seguridad y conciencia de sí mismos.
Cada día cuesta más asumir lo que acabamos de decir porque nuestro sentido de protección se va agrandando en el tiempo directamente ligado a nuestra inseguridad personal ante lo que nos rodea. Como a nosotros nos falta seguridad, esa misma falta la proyectamos sobre los pequeños y los hacemos que se mantengan dependientes de nosotros mucho más allá de lo que sus propias capacidades podrían permitir. Y esto se va prolongando en el tiempo haciendo que los pequeños crezcan cada vez más tarde. Muchas veces da cierto reparo encontrar pequeños desplazados en sus carritos por los agobiados padres, solo por el motivo de que no les hagan perder tiempo si han de llevarlos andando normalmente. Pero no porque no sean capaces de hacerlo, que lo son en la mayor parte de los casos, sino porque los ritmos no tienen por qué discutirse si los llevan sentados y durmiendo o, sencillamente aburridos y sintiéndose inútiles. Los argumentos pueden ser válidos, pero no suficientes.
A qué negar que llevar a un menor de tres años andando unos cuantos kilómetros de un lugar a otro y aguantando los soliloquios a los que se puede someter él mismo o a nosotros tiene sus dificultades. Sobre todo lo que tiene principalmente es que hay que contar con él, que no se puede hacer valiéndonos exclusivamente de nuestro criterio y de nuestro ritmo, sino que las cuentas de espacio y de tiempo han de ser otras. Y esto parece que cada día más, es más de lo que estamos dispuestos a tolerar en un ritmo de vida que se preocupa mucho más de la cantidad que de la calidad de la vida. Con facilidad nos vamos dando cuenta de cómo, por ejemplo, cada día es un problema mayor la obesidad infantil y las complicaciones que se derivan de ella, pero al parecer no lo relacionamos con que los niños hacen poco ejercicio porque se desenvuelven en una estructura de vida que los lleva y los trae y que no cuenta con el desarrollo de sus posibilidades . Profundizaremos más en cada uno de estos aspectos en particular, pero considero de interés que vayamos acostumbrándonos a aplicar un poco de sentido común a nuestra forma de relacionarnos con los menores y a que vislumbremos las consecuencias a simple vista de estas formas de relación.