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domingo, 29 de diciembre de 2013

CONSTRUIR


         No creo que nadie se lo haya propuesto expresamente pero es cierto que estos días son especialmente dados a la magia.  Quiero suponer que por la gran cantidad de oscuridad que acumulan, ya que son los más cortos del año. También es verdad que, una vez superado el rubicón del 21 de Diciembre, Solsticio de Invierno, aunque muy lentamente, ganamos luz minuto a minuto con el horizonte puesto en el 21 de Junio, luminaria máxima del año.

         No sé si por la magia o por la ampliación de luz que vuelve a nacer volvemos la vista a los más pequeños  y tratamos de dotarlos de objetos que los acompañen y que les faciliten el imprescindible desarrollo que sus aprendizajes requieren. Bien es verdad que los regalos han perdido gran parte de su valor desde el momento en que se han convertido en algo cotidiano, cuando precisamente su mayor atractivo estaba en su rareza. El regalo se reservaba para un día especial y en este momento lo raro es que un día cualquiera no haya un regalo por cualquier motivo. De todos modos y por no llevar todos los análisis al mismo tiempo, es cierto que estos días son regaleros por antonomasia y vamos a ceñirnos un poco a ellos. También hemos dicho ya que no nos engañemos, que el mayor y mejor regalo que los niños esperan es el de que la estructura familiar cuente con ellos. El que se cuente con ellos en el devenir de cada día y el de que sus adultos de referencia se les muestren cercanos y disponibles, no tanto como objetos que ellos puedan manejar a su capricho, cosa que muchas veces sucede, sino  en su trato normal como personas, como miembros activos de la familia.

         También hemos defendido que los objetos a los que llamamos regalos que vayan a ponerse a disposición de los más pequeños, quizá sea más aconsejable ponerlos en los primeros días de vacaciones para que dispongan de más tiempo de uso. La tradición de los Reyes Magos parece que tiene más que ver en este sentido con que los pequeños vean los regalos y en pocos días desaparezcan de sus manos y se guarden no sé muy bien para qué. Pues si podemos valorar algunos criterios que sean mejores que otros a la hora del regalo yo propondría el criterio de la simplicidad como el más idóneo. Un juguete elaborado lo más que se puede lograr con él es repetir y repetir la cualidad que destaque mientras que un objeto simple y primitivo permite a quien lo maneja construirlo a su antojo y hasta encontrarle distintas posibilidades de uso según los momentos del día o los días del año. En el juguete muy elaborado el pequeño parece parte del juguete mismo y ambos un objeto de  consumo más que otra cosa, mientras que en el juguete primitivo es posible  la experimentación, jugar con formas y estructuras distintas y convertirse en  protagonista de sus distintas posibilidades. Quizá por eso hay juguetes que no pasan de moda, tipo arquitecturas o similares mientras que otros viven sometidos a las campañas anuales y surgen y desaparecen del mercado con gran facilidad.


         Y es que en esto de los juguetes como en cualquier otro orden lo que no conviene es perder la perspectiva y tener claro en todo momento qué es lo importante y qué lo accesorio. Lo debo haber comentado ya pero siempre recuerdo el comentario de un abuelo desengañado que con bastante desazón  se lamentaba de que su nieto había recibido en estos días un hermoso regalo suyo con el que esperaba colmar sus deseos y que al poco rato se encontró al nieto jugando con la caja en que llegó envuelto el regalo mientras que el regalo se moría de risa abandonado en un rincón. Muchas veces vemos este tipo de secuencias y preferimos no mirar, como si no estuvieran sucediendo, antes que sentirnos fracasados en nuestra elección. Sería bueno que fuéramos capaces de leer la realidad y darnos cuenta de cómo el paso de la vida nos va dejando señales frecuentes a través de las que es posible orientarse y no perder el camino.

domingo, 22 de diciembre de 2013

TIEMPO


         Somos tiempo y muy limitado por cierto en todos los casos. Con quién y cómo pasemos el poco tiempo de que disponemos nos definirá irremisiblemente. Podemos andar con argumentos del color que queramos pero al final seremos como haya sido nuestro paso por el tiempo que nos ha tocado que, por si alguien no lo tiene claro, se compone de 24 horas cada día y es igual para todos. Más democrático, imposible. 

         Con el trasfondo de nuestro asunto educativo, ahora nos encontramos con unos 20 días en los que disponemos de los pequeños a placer y ellos también de nosotros. Eso es lo esencial. A partir de ahí todo se puede someter a las explicaciones que cada uno elija: Que si tengo mucho que hacer y hay que estar en todo…, que tengo que  comprar para toda la familia…, que si los juguetes de los niños, que hay que prepararlos con tiempo que luego se acumula todo a última hora…, que no sé qué poner de comer para no repetir lo del año anterior…, mil argumentos que al final nos van a servir para que nuestro tiempo se ocupe sin que hayamos contado con nuestros pequeños. Nos organizaremos solos y ellos también tendrán una distribución del tiempo que no compartirán con nosotros.  Yo no quiero entrar en honduras. Lo que sí digo es que lo primero que los pequeños necesitan de nosotros es precisamente a nosotros y eso es justamente lo que les falta casi siempre. Todas las excusas pueden ser válidas, no digo que no. Pero la realidad es muy terca y si lo que indica es que no compartimos nuestro escaso tiempo, cualquier nivel de influencia profunda se nos estará escapando de las manos.

         Los niños no aprenden porque nosotros les enseñamos. Eso es un error que cometemos una y otra vez tanto la familia como la escuela por más que intentemos taparlo con argumentos ficticios para tranquilizar nuestras conciencias. Lo pequeños aprenden cuando quieren aprender y porque quieren aprender. Nuestro papel, por tanto, no es el de convertirnos en sus maestros, que maldita la falta que les hacemos como maestros, sino compartir sus vidas, conocer cuáles son las claves que los motivan a querer algo y, a partir de ahí, ayudarlos y acompañarlos  a  que  quieran cosas y a que estén dispuestos a esforzarse para aprender la cantidad de conocimientos y vivencias que la vida les tiene reservados. Si logramos que asuman compartir todos esos retos en nuestra compañía, seguramente que nuestro contacto les va a servir para avanzar más seguros de sí mismos y con más capacidad para resolver los problemas que se les vayan planteando. Cualquier otra alternativa que no pase por la comunicación personal no dejará de ser humo que pasa, pero que no penetra y que no se queda.


         Quizá, por concretar en esta época de vacaciones sí convenga decir que lo que se esté dispuesto a regalar se haga ahora que hay tiempo, precisamente para que puedan experimentar, conocer y manejar cualquier elemento que estemos dispuestos a poner en sus manos. Pero no nos engañemos. Lo que los niños quieren no son cosas por más que lo parezca. Lo que los niños quieren es a nosotros. Es posible que arrastrados por la vorágine ambiente nos reclamen, y puede que a gritos, cualquier objeto que hayan visto en el escaparate pero también puede darse el caso de que le compremos lo que nos pide y al poco tiempo nos encontremos el objeto abandonado por el suelo y el pequeño jugando con la caja en que venía envuelto o dándonos la lata de nuevo con otro capricho  que se le antoje. La crianza no es fácil y los atajos tienen muy pocos resultados. Al final tenemos que asumir de mejor o peor grado, que tenemos bajo nuestra responsabilidad a personas con muchas capacidades para aprender y para madurar en la vida, pero que la relación con nosotros, sus adultos de referencia, es la mejor arma para despertar sus ganas de aprender y para desarrollar sus capacidades. Aquello que seamos capaces de compartir, tanto con los pequeños como con los mayores, eso es lo que nos hace verdaderamente sociales.

domingo, 15 de diciembre de 2013

SOMOS




                       Salimos a la vida con armas y bagajes suficientes para enfrentarnos a este mundo donde pesamos, tenemos frío, calor, sueño, hambre…, y para satisfacer todas estas necesidades solo es posible a partir de atenciones externas. En el magma intrauterino era lo mismo pero todo venía dado. Era automático. Ni molestarnos siquiera. Con el paso del estrecho túnel todo ha cambiado. Se acabó el país de jauja y hay que ir cogiendo protagonismo y manifestar lo que se quiere y lo que no. Y que alguien lo entienda, que esa es otra.
                        Alguien tiene que mirarnos atentamente, leer en nuestros gestos, en nuestros movimientos, descifrar nuestros llantos…, inventar un diálogo a base de aproximaciones y establecer el lenguaje hablado como punto de referencia unilateral hasta que poco a poco se vaya estableciendo la comunicabilidad. Pero para llegar a esa cima hay que andar casi un año entre la bruma del conocimiento y encontrar luz a través de  parámetros que  tenemos albergados en el olvido. Hay que desempolvar la caricia, el susurro, la sonrisa, la dosificación de la luz y de la oscuridad, del ruido y del silencio y recordar que por ahí se encuentran las claves de la vida.

                         Todo eso ha de llegarnos en forma y tiempo, de modo que nos permita satisfacer las necesidades por una parte y a la vez nos vaya creando espacios de atención para ver y dar forma en el cerebro a todo lo que nos rodea. Todo tenemos que  irlo penetrando a través de las atenciones que recibimos y establecer una relación que nos haga sentirnos dentro de  lo que vamos descubriendo. Un viaje sensorial como nunca jamás podremos repetir. La capacidad la traíamos empaquetada en esos pocos kilos de cuerpo con que llegamos. Cada facultad ha de desplegarse poco a poco como la flor que nace, activado por los dedos que nos rozan, por la luz que nos rodea o el silencio que nos acoge y el susurro que nos excita. La palabra, que en origen es un idioma completamente extraño, va introduciéndose suave y encontrando significados y tonos que penetran en el cerebro y se establecen, ya para siempre, sin que después seamos capaces de recordar ni el momento ni la situación que los hizo valer del modo en que los conocemos y los usamos a lo largo de la vida.
                           Nunca somos indefensos. Somos tiempo que pasamos por la vida desempeñando distintos papeles según qué momento. Hay un orden en el que entramos como cualquier otro ser: se nace, se crece, se reproduce y se muere con carácter general. Ese es el esquema inviolable que no se discute. A partir de ese denominador común, todo se empieza a particularizar hasta desembocar después de un largo recorrido en Juan o Elvira, en un lunar junto a la oreja o en la nariz respingona, en el justo tono de voz que la haga inconfundible y en esa cara irrepetible-

                           Una vez acotadas las medidas personales, una vez que ya sabemos quienes somos, el mundo se nos abre de par en par para que cada uno escriba su libro de la vida y ofrezca al común de los mortales. Ese testimonio particular que hace más grande el acerbo común, suma al fin y al cabo de los millones de particularidades acumuladas, una junto a otra, para componer la panoplia de personas que hemos pasado por aquí.
 Los lenguajes de la persona recién nacida no se ajustan a los parámetros de los que somos más mayores. Se encuentran demasiado ligados a las sensaciones de placer y dolor, de extrañeza, de sorpresa, … sensaciones que nosotros ya hemos abandonado de nuestra primera línea. Los pequeños reaccionan a base de llanto o de movimientos de acercamiento y rechazo y en ningún caso aparece el componente de la palabra. Pero los adultos que se encuentran cerca tienen necesidad de encontrar formas conocidas a esas reacciones y les van poniendo palabras a las reacciones elementales de los pequeños. Así se crean las historias y las versiones que terminan por ser creídas y por ser esgrimidas como verdades por los mayores, cuando en origen no fueron sino interpretaciones más o menos arbitrarias de secuencias que los pequeños produjeron.

            Y es que quizá no hay otra manera de encontrar formas a lo que pasa que ponerle palabras, con el riesgo, naturalmente, de que lo que contamos que está pasando se encuentre cerca de la realidad o completamente ajeno a ella. Pero es que la propia realidad hay que crearla a partir de las secuencias de palabras con las que nosotros nos arriesgamos a definirla. No hay que tener miedo, por tanto, a poner palabras en las secuencias que se van viviendo con los pequeños, pero es evidente que hay que ser conscientes de que el relato que nosotros vayamos creando al respecto va produciendo una realidad concreta, una forma de interpretación de lo que pasa y una cierta relación entre quien provoca las vivencias, que hoy no habla pero que mañana hablará, una vez que haya interiorizado  nuestro discurso, y la realidad misma, informe en un principio pero que también va tomando forma en la medida en que nosotros la vamos definiendo cada día.
           Porque querámoslo o no, el valor que una vez le demos a un hecho, llanto, por ejemplo, mañana va a tener el mismo  mas o menos y con la repetición se va a terminar haciendo norma, de modo que cuando el pequeño quiera acordar, se va a encontrar con que valora el hecho del llanto según lo que lentamente le hemos ido introduciendo a través de las palabras con que nosotros lo hemos ido definiendo. Lo mismo podemos hablar de otros signos que nos inquietan y a los que nos vemos obligados a buscar definición: limpieza, alimentación, sueño, contacto físico…

          El mundo de las palabras no va incluido en el bebé. Somos los adultos los que vamos introduciendo todo ese mundo y ese baremo asociado a la producción de sus vivencias, pero con el tiempo serán los discursos sobre esas vivencias los que terminarán imponiéndose, unas veces con razón y otras si ella. Si el pequeño se siente reflejado en lo que se cuenta sobre él, se quedará conforme. En caso contrario podremos darnos cuenta de que sus manifestaciones nos estarán diciendo, si queremos escucharlo, que el discurso elaborado no es válido y que tenemos que encontrar palabras más acordes  con los sentimientos que en él se suscitan o, de lo contrario, no se sentirá representado en lo que estamos diciendo de él.

          En los primeros tiempos puede resultar fácil encontrar un discurso con el que el niño pueda estar conforme. En la adolescencia, este cometido puede resultar muchas veces, sencillamente imposible.

domingo, 8 de diciembre de 2013

PATIO


         Nunca he entendido por qué cuando se habla de la escuela, automáticamente se piensa en cuatro paredes, una pizarra, mesas y sillas y poco más. No quiero decir que esos elementos no signifiquen escuela. Lo que sí digo es que escuela es mucho más que todo eso. Para empezar y sobre todo, escuela es un conjunto de personas que se relacionan unas con otras. De esa relación es de donde surge el aprendizaje esencialmente. El resto es puramente instrumental. Unas veces favorece y otras dificulta pero lo que rodea no forma parte de la esencia y la esencia de la escuela son las personas relacionándose entre sí.

         Es verdad también que los instrumentos que forman la escuela facilitan o dificultan la labor que se realiza dentro de ella. Desde ese punto de vista sí que importa señalar que el patio ha formado parte de los instrumentos pero de una manera marginal. Algo así como un espacio que se habilita fuera del núcleo principal y cuyo sentido no es otro que permitir que las personas respiren un poco de aire cuando tengan que descansar de la tarea del aprendizaje, que en este espacio llamado escuela, se produce dentro del recinto cerrado. Hay veces que el patio es tan reducido que apenas si caben todos los habitantes que forman la escuela. Otras sí disponen de algunos metros, suficiente como para poder trazar las coordenadas suficientes para practicar algún deporte reglado y conocido. Baloncesto, fútbol, sobre todo fútbol, balonmano, boleibol, y en algún caso excepcional, hasta atletismo. Puede que quede algún metro que otro al margen, que permita solarlo convenientemente a fin de que los pequeños puedan andar de acá para allá mientras se cuentan su vida y milagros. Y nos quedamos tan panchos.

         En nuestras escuelas hemos procurado disponer del mayor espacio libre que las circunstancias y la economía nos han permitido. En ese espacio libre hay una parte solada que permite correr a placer pero, por ejemplo, todos los patios disponen de arbolado, bien de sombra o frutales y otro hermoso espacio que recuerda a la tierra y que permite sentarse y comunicarse con los demás desde una textura distinta a la dureza solada. Dentro del patio hay una dotación importante de elementos de juego que permiten sentarse en ellos, desplazarse con ellos, colocarlos de formas diferentes para acotar los espacios posibles dentro del patio y facilitar las construcciones o los diseños de lugares donde relacionarse en soledad o en pequeños grupos. Se trata en definitiva de hacer que el aire libre que significa el patio se convierta en una posibilidad más de riqueza para las relaciones entre las personas. Hace falta también que los pequeños dispongan de tiempo suficiente como para evolucionar con los elementos del patio y planificar lo que cada día se les puede ocurrir para sentirse integrados dentro del gran conjunto. Por eso para nosotros el patio no es el lugar de recreo o de descanso de la actividad fundamental.


         El patio es un espacio con personalidad propia, con posibilidades propias y con un tiempo específico y suficiente como para poder desplegar una serie de posibilidades de acción y de organización diferenciada de la actividad que se realiza en el interior del edificio. No es extraño encontrarse personas que se achican dentro y su actividad es pobre y que cuando salen al patio como que despliegan sus alas y ofrecen una imagen al grupo mucho más rica que la del interior. Y pasa eso y pasa también lo contrario, que personas que en el interior son capaces de brillar, salen al patio y se apocan o sencillamente no saben cuales son los elementos de los que pueden disponer para satisfacer los planes que se pueden desarrollar solos o en compañía. De modo que el patio ofrece todo un arsenal de posibilidades que pueden ser específicas y con valor por sí mismas, independientes de las que se desarrollen en la clase, lo que permite que otras personas destaquen en el grupo aportando propuestas que el espacio interior no permite. Ruedas de coches, cajas de fruta, trozos de troncos y algunos columpios, con dotación de tiempo suficiente pueden ser también elementos educativos de primer orden.

domingo, 1 de diciembre de 2013

COLONIAS

   
    Cuando esto escribo algunas de las apreciaciones que aquí dejo puede que  ya no respondan a la realidad. Sé que la vida evoluciona imparable y todas las vivencias se modifican con el tiempo. Tampoco pretendo convertirme en juez de nada y estoy dispuesto a aceptar como válidas realidades nuevas, que pueden ser tan válidas o tan discutibles como las que les precedieron. Ando lejos de pensar que cualquiera tiempo pasado fue mejor. Lo que sí es cierto es que cada uno pertenece a su tiempo y el mío es el que sigue.

         Planteábamos dos salidas con noche de por medio. Una en otoño, más o menos por estas fechas, quizá un poco antes, y otra en primavera. Se incluían los grupos de 3, 4 y 5 años, cada uno por separado. Los lugares estaban definidos en un radio de menos de 100 kilómetros. Salíamos una mañana de la escuela y volvíamos al día siguiente por la tarde. El meollo de la experiencia se centraba en dormir una noche fuera de casa y en grupo. Para muchos de los de 3 años era la primera vez y la noche era el punto álgido. Con quién dormían, a qué hora y los rituales alrededor del sueño. Para los que ya tenían experiencia era el recuerdo lo esencial y el afianzamiento de las relaciones. La experiencia ha sido excepcional y de ella hemos hablado muchos días después y sin duda un punto de referencia al que acudir en multitud de conversaciones posteriores. Le hemos llamado Colonias quizá porque en origen no duraban menos de una semana y se producían en verano como sustitutas de las vacaciones, hasta que decidimos incorporarlas al curriculum como una clase mas de vida de la que participámos todos: pequeños y mayores.

         Más que entrar ahora en una enumeración minuciosa de los beneficios desde el punto de vista educativo prefiero dejar aquí contada alguna secuencia que albergo como un tesoro en mi vida, a sabiendas de que cada uno de los protagonistas puede albergar otra, confío que tan intensa como la mía. El paraje se llama Hermita Vieja. Se encuentra en el término municipal de Dílar, a unos 20 kilómetros de Granada capital y en las estribaciones de Sierra Nevada por la parte Sur. Hemos salido todo el grupo a caminar por la tarde con las linternas a esperar que se fuera la luz del día para podernos iluminar unos a otros. En medio del camino nos sentamos en corro como siempre para analizar lo que vemos, lo que escuchamos, lo que olemos… De pronto sale una zorra y se pone a mirarnos con descaro. Nos callamos al momento y le clavamos los ojos para ver qué hace. Se va a un lado del camino y orina. Nos mira de nuevo y se va al otro lado y vuelve a orinar. Vuelve a mirarnos y baja por el camino por donde hemos subido, dirigiéndose a un lado y a otro, orinando en los linderos hasta que termina perdiéndose de nuestra vista. Alrededor de 10 minutos nos tuvo embelesados con el ritual. Uno de los pequeños dijo: Está buscando novio…. Seguimos nosotros con las linternas descubriendo la oscuridad y cubriendo nuestro programa. Para mí, como puede verse, la zorra fue lo que me quedó de esa colonia y probablemente de todas. Me consta que no fui sólo porque la zorra salió infinidad de veces en conversaciones posteriores.


         Varias familias nos hacían el cargo de que sus hijos mojaban la cama y hasta nos daban los pañales correspondientes para evitar incidentes imprevistos. Entre los 3 y los 5 años no es ningún drama que alguien pueda mojar la cama todavía pero la experiencia de dormir fuera era una posibilidad real de que se autoimpusieran contralar sus esfínteres por razones sociales que más de uno pasaba habiéndose controlado, lo que le suponía una importante dosis de autoestima en adelante ante sí mismo y ante su familia. En honor a la verdad hay que decir que también pasaba lo contrario y más de uno amanecía completamente mojado cuando al parecer ya controlaba en su casa. De cualquier modo la vida ofrece siempre opciones y se manifiestan de distintas maneras.