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domingo, 27 de septiembre de 2015

OTOÑO


          Después de varias semanas con el abanico de la atención abierto al mundo del que no quisiéramos nunca mostrarnos ajenos ni parecerlo volvemos a lo nuestro. Hemos querido incluir en nuestro contenido el drama de los refugiados, de todos los refugiados del mundo, de los refugiados que no hace tanto fuimos los españoles buscando una patria que muchos perdieron por mor de una guerra como las de hoy y como las de siempre. La semana pasada tuvimos un recuerdo entrañable a unas personas, políticos concretamente aunque no solo, que un día apostaron por la primera infancia en Granada y a los que debemos nuestra existencia como colectivo y como experiencia de más de treinta años que nos hace referente en España en educación de los primeros años de vida.

         Pero la vida pasa y lo que no se cuenta en el momento que sucede nos ignora, sigue y nos lo hemos perdido. Peor para nosotros. Hemos dejado que cada uno de los nuevos haya accedido a la escuela de la mano de sus seres queridos y haya conocido un nuevo espacio y unas nuevas personas, mayores y pequeñas, con las que en adelante va a compartir su vida, les va a contar quién es, cómo se llama y qué le gusta y qué no. Con esfuerzo y sufrimiento pero también con alegría tendrá que hacerse un hueco en el grupo y encontrará un espacio para que se cuente con él. Aprenderá a conocer  nuevas personas con las que va a vivir algunos años y a los que tendrá que enseñar lo que vaya aprendiendo y recibirá de ellos las enseñanzas que cada uno le aporte. Los primeros miedos ante el primer contacto con un mundo, la escuela, que no conoce y que de principio le extraña, como nos extraña  aquello que no conocemos cuando nos acercamos las primeras veces. Poco a poco, la vida nos irá diciendo que de todo podemos aprender y que puede ser más rica y más amplia cuantas más experiencias distintas aprendamos a integrar dentro de la nuestra.

         A estas alturas ya deben estar los grupos completos después de haber comenzado integrando a los que estuvieron el curso anterior y, uno a uno, a cada uno de los nuevos que se incorporan este curso, cada uno con sus nombres propios, con sus familias y con sus costumbres a los que en el corro de cada mañana los habremos recibido y les habremos permitido que se sientan un elemento más de nuestro grupo. Habremos hablado de ellos y con ellos a modo de recibimiento para que se den cuenta de que son personas que cuentan en el grupo y de que sus historias nos interesan. Es posible que ellos hayan estado preocupados porque no nos conocen ni conocen nuestra escuela que tendremos que enseñarles para que sepan que desde ahora también es suya y tienen que orientarse dentro de ella: saber dónde están los cuartos de baño, la cocina, las otras clases, el patio, los cacharros con los que podremos jugar, los columpios para subir y bajar…, toda la vida que a partir de ahora podrán vivir como miembros del grupo al que acaban de incorporarse.


         Ya nunca más quiero pasar por delante de esta época del año sin mencionar que el otoño alberca la síntesis de un ciclo natural en el que es el momento de la cosecha. Ya sé que en este tiempo y por efecto del conocimiento y de los recursos tecnológicos,  durante casi todo el año tenemos de casi todo lo que necesitamos, pero sigue siendo el periodo especial en el que los tomates, por ejemplo, saben a tomate como en ninguna otra época del año, huelen como nunca y tienen un colorido que no les ofrece ninguna otra época del año. En Granada suele ser rosa y en las tiendas se les suele llamar del terreno. Duran poco pero dejan huella. Aparecen membrillos, granadas, acerolas, azofaifas, caquis, boniatos, castañas, nueces, almendras y platos específicos,  aderezados con estos componentes entre otros. Tanto la escuela como la propia familia creo debería ofrecer a los pequeños la posibilidad del contacto con estos elementos que, al final, no son más que cultura con la que podemos alimentarnos además de conocerlos.


domingo, 20 de septiembre de 2015

PASTELEO


         Nuestro compañero Manuel Ángel me pide que diga algo sobre el Partido Andalucista  que hace unos días se ha reunido para decidir su disolución después de más de cuarenta años de presencia en la vida pública andaluza y española. Cuando todavía se llamaba PSA, Partido Socialista de Andalucía llegó a tener grupo parlamentario propio de cinco diputados en el Congreso y en las primeras elecciones municipales en Abril de 1979 accedió a las alcaldías de Granada y de Huelva en virtud del pacto de la izquierda: PSOE, PSA Y PCE, que cedió al PSOE a cambio de obtener la de Sevilla, que no había obtenido en las urnas y que le supuso un cataclismo interno y la posterior sangría de militantes. Bandazos de este tipo ha vivido algunos más y la gente ha terminado por darle la espalda y quitarle su apoyo.

         Para nosotros en Granada tuvo dos personas providenciales, Arturo González Arcas, cabeza de lista y alcalde electo y Conchita Fernández Píñar con quienes pudimos iniciar nuestra andadura educativa que nos llevó a crear con apoyo de toda la izquierda encabezada por ellos un Patronato Municipal de Educación Infantil que nos ha supuesto ofrecer a Granada una estructura pública de calidad a través de cuatro escuelas infantiles en cuatro barrios y una sede técnica y administrativa en el centro que llevan desde 1980 ofreciendo a Granada unos servicios educativos de 0 a 6 años  que son testimonio de calidad, de amor a la escuela pública y, todo hay que decirlo, con muy escasa rentabilidad política porque a los distintos poderes no parece haberles importado demasiado aprovechar el enorme capital de una iniciativa de tanto calado y sostenida en el tiempo como un monumento vivo, uno más de los muchos que alberga Granada  que la sitúan en el mapa educativo  nacional e internacional.

         Arturo y Conchita actuaron en su momento como puntas de lanza políticas para convencer a su partido, PSA y a toda la izquierda después, de que había que apoyar una iniciativa semejante que le fue presentada por un importante colectivo ciudadano, que la había tomado de Barcelona que la venía practicando desde 1974, con Franco vivo todavía y que a su vez la había importado de Italia, concretamente de Regio Emilia. Nacimos un poco a ciegas como casi todo lo que nace pero con una firme voluntad de vivir. Hoy, después de mil vicisitudes en el camino, lo que nació entonces con un mar de incertidumbres es una sólida empresa municipal de unos ochenta trabajadores, que se ha ganado un espacio propio en la estructura  de la ciudad y que aporta niveles de bienestar envidiables a cuatrocientos pequeños de menos de 6 años cada curso. Ahora se llama Fundación Granada Educa y, afortunadamente para todos ya forma parte de la historia de esta ciudad que tanto sabe de historia.

         En honor a la verdad hay que reconocer también la labor del tantos años de alcalde de Antonio Jara Andreu que, una vez que Arturo y Conchita desaparecieron del mapa político por desacuerdo con los pasteleos de su partido, tomó la antorcha del proyecto y la mantuvo encendida por encima de las dudas que nunca faltaron sobre la conveniencia o no de mantener semejante proyecto soportado por el municipio cuando en sentido estricto no era una de las obligaciones en sentido estricto sino que más bien se trataba de un pronunciamiento político. La derecha siempre tuvo dudas  y en algunos momentos hasta intentó su desaparición de muchas maneras, si bien hasta el momento lo mantiene a pesar de que cuenta con mayoría suficiente para adoptar la decisión que estime oportuna. El Partido Socialista también ha mostrado muchas dudas a lo largo del tiempo, pero personas como Antonio Jara han apoyado con fuerza y han permitido que esta iniciativa que considero ejemplar enraíce en la ciudad y hoy forme parte de su memoria colectiva.

         En algún momento en que tuve el honor de ostentar su gerencia, 1989 a 1992, hasta tuvimos el atrevimiento de coordinar la estructura pública educativa de la ciudad con objeto de unificar los esfuerzos y dar más coherencia a los servicios pero el intento parecía demasiado arriesgado y tuvimos que volver a nuestros cuarteles por falta de fuerzas.  


domingo, 13 de septiembre de 2015

IMPOSIBLE


         No sé si alguien es capaz de cambiar de un asunto a otro con toda naturalidad de la noche a la mañana. Yo quería volver cuanto antes a nuestro tema central y mencionar el comienzo del curso con sus avatares propios pero no he podido. Tengo entre ceja y ceja el tema de los desplazados y, por ahora, no me deja centrar la atención en otra cosa. Bueno, sí. Pudiera parecer que no hay en el mundo desplazamiento como el de los sirios, sencillamente porque han puesto el icono de su mártir de tres años ahogado en las playas de Turquía. Pero no es más que una casualidad que no debe llamarnos a engaño. Para ilustrar mi texto ofrezco testimonios gráficos de los refugiados españoles de nuestra sanguinaria guerra civil que, por cercanía los llevo especialmente clavados en mi corazón. La segunda es de la Guerra de los Balcanes aquí, detrás de la puerta en el espacio y en el tiempo que no sé si ha terminado todavía aunque ya no se escuchen los bombardeos y la tercera puede ser de cualquier lugar del África negra, que lo mismo da, porque se llama miseria esté localizada donde esté. Podríamos seguir pero me sirven los ejemplos para abrirnos la mente sobre la extensión de la injusticia y la imposibilidad de acotarla de manera artificial.

         No puedo escribir esto sin que asomen a mis ojos un par de lágrimas de plomo. La imagen de unos niños ofreciendo bocadillos y un beso a otros que llegan de tan lejos confieso que me supera. Es verdad que estoy llorando y no sé muy bien de qué. Me conmueve de ternura el gesto de tantos ciudadanos preparando por su cuenta infraestructuras de acogimiento a las personas que llegan mientras los gobiernos no ven más que posibles terroristas y peligros sin medida y no son capaces ni de concretar número ni condiciones de habitabilidad para esta avalancha humana completamente imparable. No hay periodista capaz de poner zancadillas y dar patadas suficientes a ver si así desaparecen de nuestra vista que lo que consiga no sea ampliar un poco más el tamaño de nuestra vergüenza, por más que la televisión pública española, corrigiendo a la primera crónica de la indigna secuencia contada por los profesionales en el momento de producirse, intente justificar y convertir en víctima a la fotógrafa húngara en un comportamiento que denigra a toda la profesión y los cimientos mismos de la conciencia humanitaria. Es verdad una vez más que en las situaciones límite es donde sale lo mejor y lo peor de las personas.

         Dicho todo esto así, de golpe, como si de una sucesión de estampas goyescas se tratara no sé si puedo aclararme suficiente como para decir algo en positivo y que responda a lo que verdaderamente pienso del asunto, al margen de los fotogramas que se quedan en los ojos y que parece que no lo dejan a uno separarse un poco de lo inmediato. Yo no quiero refugiados en este mundo. Mi cabeza los niega y no concibe otra manera de vivir que la de que cada uno en su casa,  relacionándose con sus vecinos saludándolos cada mañana y viajando de un lugar a otro cuando quiera y donde quiera, bien para ampliar sus conocimientos o para encontrar mejores condiciones de vida supuestas o reales. Este es mi verdadero credo y el que he practicado en mi vida desde que a los diecinueve años salí de mi pueblo y me fui a trabajar a Trinaranjus, en la calle Pedro IV de Barcelona y me instalé en el Barrio Chino, calle Conde del Asalto número 79, entresuelo primero izquierda que hoy ha cambiado de nombre, regentada por una familia de Málaga cuyos cinco miembros dormían en la misma habitación y en el resto, hasta 27 personas, tres camas en cada una y la maleta de cartón como único armario.


         Tuve que escuchar mientras cargaba y descargaba camiones doce horas al día que estaba allí para quitarles el pan a los catalanes y que me llamaran charnego más de una vez como a Miguel mi compañero y seguramente como a todos pero también aprendí a amar a Barcelona y nunca me he sentido extraño en ella. Hoy la sigo viendo más cercana que Madrid o que Sevilla hasta para mis cuestiones profesionales mientras he permanecido activo en mi trabajo educativo de los más pequeños. 


domingo, 6 de septiembre de 2015

REFUGIADOS


         Este blog, si recordáis, iba de educación de la primera infancia. Mi propósito, lo he dicho muchas veces y lo seguiré diciendo, es que se hable de este asunto y que no sea una cuestión marginal.  Lo que pasa es que el ser humano propone y dios dispone. Vosotros lo estáis viendo lo mismo que yo. Tenemos las imágenes delante de los ojos cada día y habría que estar ciego para no ver. La semana pasada lo pensaba mientras escribía sobre el comienzo del curso: “Qué curso van a comenzar estos niños que van y vienen por medio mundo tratando de encontrar un paraíso de paz o sabe dios de qué”. “Qué pinto yo, me decía, hablando de futuro y de educación cuando tantos como estos deambulan de acá para allá huyendo de la muerte y abandonando sus raíces quizá para siempre como si el mundo no fuera con ellos”. Estuve a punto de dejar el texto y ponerme con esto pero pude contenerme y me conjuré para hoy, siete días después.

         El caso es que podría uno ponerse a reír porque este sainete que se nos muestra ni es nuevo ni tiene nada de especial. Se parece como dos gotas de agua a tantos otros como hemos visto y sobre todo a tantos otros como en el mundo han sido, tanto si los hemos visto con nuestros ojos como si no. A título de ejemplo diré que vivo en una tierra que un día fue musulmana y que su gente tuvo que salir con lo puesto de sus casas cuando los cristianos la conquistaron y desaparecer por el mundo y encontrar un hueco, cada uno a su manera, para mantener sus vidas los que lograron mantenerlas. Los que no, sencillamente se murieron a la orilla de cualquier camino. Algo más cerca en el tiempo, este país en el que vivo decidió un día que la mitad sobraba y montó una guerra con su odio y con la indiferencia de sus vecinos en la que, después de tres años de matanzas,  dejaron su vida un millón de personas y tuvieron que salir al exilio otros tantos y todavía nos cuentan desde todos los puntos del mundo las  historias de sus abuelos españoles que han oído de pequeños.

         Hoy al parecer se llama Siria. Qué más da. Quizá en el fondo no tenga nombre o el nombre sea lo que menos importe. El resultado es el mismo. Enormes filas de personas yendo y viniendo al soñado paraíso imposible en el que establecerse y volver a empezar como si todos no fuéramos sino un Sísifo que sube con la piedra del mundo hasta la cima de no sé qué montaña, a sabiendas de que, una vez en lo alto, la piedra volverá a rodar hasta abajo y él tendrá que volver a cargarla en sus espaldas y tirar de ella hasta esa cima sin fin. Se ha hecho sangrante el asunto porque se han acumulado unos pocos miles de más y se les ve juntos, o porque un niño de tres años ha aparecido ahogado en una playa de Turquía y parece que ha sido la gota que ha colmado el vaso. Todos nos hemos puesto a mirar en nuestro interior y en medio de este mundo abarrotado de alambradas físicas y mentales, hemos decidido que las personas son personas y que tienen derecho a vivir y que vamos a ayudarles a que lo consigan. Ahora nos pelearemos por quién será el primero o quién mandará más. El caso es que la guerra no falte.


         Parece que nos hemos olvidado del goteo de pateras y cayucos varios que permanentemente deambulan por determinados estrechos huyendo sencillamente del hambre y arriesgando su vida para encontrar un lugar donde caerse vivos porque el Mediterráneo es el espacio más fiel que los viene acogiendo en cualquier momento cuando se mueren, que este verano son ya varios miles los que duermen en él su sueño eterno como el pequeño que nos hizo temblar cuando lo vimos boca abajo en aquella playa turca y que luego supimos que a su lado también se encontró el cadáver de su madre y de su hermano de cinco años. Un pequeño le decía a un periodista que le acercó un micrófono: “Yo no quiero venir a Europa, pero parad la guerra”. Lo mismo se podría decir del hambre o de tanta injusticia insoportable.