Después de varias semanas con el abanico de la
atención abierto al mundo del que no quisiéramos nunca mostrarnos ajenos ni
parecerlo volvemos a lo nuestro. Hemos querido incluir en nuestro contenido el
drama de los refugiados, de todos los refugiados del mundo, de los refugiados
que no hace tanto fuimos los españoles buscando una patria que muchos perdieron
por mor de una guerra como las de hoy y como las de siempre. La semana pasada
tuvimos un recuerdo entrañable a unas personas, políticos concretamente aunque
no solo, que un día apostaron por la primera infancia en Granada y a los que
debemos nuestra existencia como colectivo y como experiencia de más de treinta
años que nos hace referente en España en educación de los primeros años de vida.
Pero
la vida pasa y lo que no se cuenta en el momento que sucede nos ignora, sigue y
nos lo hemos perdido. Peor para nosotros. Hemos dejado que cada uno de los
nuevos haya accedido a la escuela de la mano de sus seres queridos y haya
conocido un nuevo espacio y unas nuevas personas, mayores y pequeñas, con las
que en adelante va a compartir su vida, les va a contar quién es, cómo se llama
y qué le gusta y qué no. Con esfuerzo y sufrimiento pero también con alegría
tendrá que hacerse un hueco en el grupo y encontrará un espacio para que se
cuente con él. Aprenderá a conocer
nuevas personas con las que va a vivir algunos años y a los que tendrá
que enseñar lo que vaya aprendiendo y recibirá de ellos las enseñanzas que cada
uno le aporte. Los primeros miedos ante el primer contacto con un mundo, la
escuela, que no conoce y que de principio le extraña, como nos extraña aquello que no conocemos cuando nos acercamos
las primeras veces. Poco a poco, la vida nos irá diciendo que de todo podemos aprender
y que puede ser más rica y más amplia cuantas más experiencias distintas
aprendamos a integrar dentro de la nuestra.
A
estas alturas ya deben estar los grupos completos después de haber comenzado
integrando a los que estuvieron el curso anterior y, uno a uno, a cada uno de los
nuevos que se incorporan este curso, cada uno con sus nombres propios, con sus
familias y con sus costumbres a los que en el corro de cada mañana los habremos
recibido y les habremos permitido que se sientan un elemento más de nuestro
grupo. Habremos hablado de ellos y con ellos a modo de recibimiento para que se
den cuenta de que son personas que cuentan en el grupo y de que sus historias
nos interesan. Es posible que ellos hayan estado preocupados porque no nos
conocen ni conocen nuestra escuela que tendremos que enseñarles para que sepan
que desde ahora también es suya y tienen que orientarse dentro de ella: saber
dónde están los cuartos de baño, la cocina, las otras clases, el patio, los
cacharros con los que podremos jugar, los columpios para subir y bajar…, toda
la vida que a partir de ahora podrán vivir como miembros del grupo al que
acaban de incorporarse.
Ya
nunca más quiero pasar por delante de esta época del año sin mencionar que el
otoño alberca la síntesis de un ciclo natural en el que es el momento de la
cosecha. Ya sé que en este tiempo y por efecto del conocimiento y de los
recursos tecnológicos, durante casi todo
el año tenemos de casi todo lo que necesitamos, pero sigue siendo el periodo
especial en el que los tomates, por ejemplo, saben a tomate como en ninguna
otra época del año, huelen como nunca y tienen un colorido que no les ofrece
ninguna otra época del año. En Granada suele ser rosa y en las tiendas se les
suele llamar del terreno. Duran poco
pero dejan huella. Aparecen membrillos, granadas, acerolas, azofaifas, caquis,
boniatos, castañas, nueces, almendras y platos específicos, aderezados con estos componentes entre otros.
Tanto la escuela como la propia familia creo debería ofrecer a los pequeños la
posibilidad del contacto con estos elementos que, al final, no son más que
cultura con la que podemos alimentarnos además de conocerlos.