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domingo, 31 de marzo de 2024

METEOROLOGÍA


         Tenemos una sequía de las de órdago. Cientos de miles de personas andan surtiéndose de agua dulce a base de camiones-cuba, en garrafas de plástico y hasta en barcos. Las zonas más dramáticas son Andalucía y Cataluña sobre todo y, en general todo el arco Mediterráneo. Ya se hablaba de nuevas desaladoras para afrontar una sequía permanente, que es lo que se esperaba hasta hace un mes. Casi estaba diseñado un transporte masivo de agua desde las desaladoras existentes a los puntos necesitados más dramáticos con barcos, cosa que hasta ahora no hemos conocido más que de manera puntual. Algunos hemos llegado a quejarnos de que dispongamos de oleoductos para trasladar petróleo o gas allá donde se precisa y no dispongamos de acueductos para garantizar el suministro de agua donde es apremiante. La situación ha llegado hasta el punto de que muchos creyentes han decidido sacar a la calle procesiones en rogativas, a ver si por este procedimiento la intercesión divina actuaba y nos mandaba del cielo el agua como un maná. Esta fórmula se ha usado tradicionalmente, por extraño que parezca, con resultado desconocido.



         Pues he aquí que llega marzo, que hoy termina, se abren las compuertas de los cielos, estoy seguro que no por las rogativas precisamente, y el agua baja hasta nosotros en forma de nieve, de granizo o de chaparrones consecutivos y abundantes, si bien no por todas partes con la misma frecuencia e intensidad. Dicho así podríamos pensar que las rogativas pidiendo agua deberían haberse sentido satisfechas o repetirse en las mismas calles dando gracias a la divinidad por habernos satisfecho una necesidad tan apremiante, que nos tenía desesperados. Pero he aquí que la última semana que hoy acaba, los mismos creyentes que rogaban por el agua desesperadamente, se instalan en su Semana Santa y necesitan la calle por completo para conmemorar las principales secuencias de su religión y la propia agua que reclamaban con ardor, les impide ahora pasear sus vírgenes y sus nazarenos para mostrar los fundamentos de su fe y, ya de camino, recoger los dividendos del turismo masivo que daban por hecho.



         No diré que la divinidad que reclamaban los ha escuchado y les ha mandado el agua que pedían, porque en ningún momento he compartido semejantes creencias, pero sí puedo mostrar mi perplejidad contemplando lágrimas de dolor porque la tan deseada lluvia se haya hecho presente en forma de borrascas consecutivas que, cuando menos, vienen a paliar si no resolver, el dramático problema de sequía al que habíamos llegado. Ahora es el agua tan deseada la que, al parecer, molesta porque no está cayendo exactamente el día y la hora en que a nosotros nos interesa. Si ya somos capaces de llegar a semejante nivel de contradicciones en el que lo que pedimos no es que llueva cuando lo necesitamos sino que, para sentirnos satisfechos, la meteorología debe ponerse a nuestros pies y mandarnos el agua cuando nos venga bien, una vez que nuestros lucimientos personales se vean satisfechos con el despliegue de poder en las calles de toda la imaginería almacenada en las iglesias o bien nuestros bolsillos se forren haciendo el agosto, satisfaciendo a los turistas que nos abarroten para contemplar tanta parafernalia.



         Por mi parte no tengo más remedio que dar por buena cada una de las gotas que nos llegan y, a sabiendas de que la sequía no va a desaparecer porque la zona mediterránea, por ejemplo,  está recibiendo agua en abundancia, la necesidad acumulada es muy superior y será necesario pensar en medidas a medio y largo plazo para prevenir la desertificación que avanza implacable por efecto del cambio climático y hace falta cubrir las necesidades de la zona y de los millones de personas que la habitan. Quizá, incluso, la experiencia nos pudiera servir para aprender un  poco de realismo, suficiente para darnos cuenta de que la meteorología tiene sus propias leyes y todavía no ha llegado el momento en que podamos mandar en los vientos y en las tempestades. . ¡Un poco de humildad, por favor!.    



domingo, 24 de marzo de 2024

DETERIORO

 

         Más de una vez he plasmado en este blog una de las grandes lecciones de mi padre. Me dio muchas, él, que hablaba tan  poco. Pero una de ellas tenía relación con la guerra, ya que fue uno de los que la protagonizaron. Siempre contaba que el primer muerto es un drama, pero que la diferencia entre el muerto 1315 y el 1316 es prácticamente ninguna. Por muy dramático que parezca, terminamos acostumbrándonos a todo, es lo que quería destacar. Estos días la prensa nos ha informado de que una  niña de 13 años se ha constatado embarazada de tres meses en un  pueblo de España y su padre y el marido han sido detenidos por tráfico de personas al comprobarse que la operación se ha realizado a través de un desembolso económico de unos 3000 euros, que el marido ha entregado al padre. La niña ha quedado bajo la tutela del servicio de menores correspondiente. En el parlamento español todo el país ha oído a un parlamentario llamar criminal al gobierno. Podríamos seguir con ejemplos similares, desgraciadamente, porque atravesamos una época en la que tenemos la boca demasiado suelta y hemos decidido dar vía libre al desmadre y no hemos encontrado el límite.



         Los ejemplos que he descrito los he vivido yo en persona o he sido testigo, como millones de compatriotas. Lo malo que tiene cualquiera de ellos, no es ya que se hayan producido, sino justamente el hecho de que se hayan  producido. Una vez que podemos integrarlos a nuestra realidad ya no podemos negarlos por más que queramos, lo que quiere decir nuestro límite de degradación de la convivencia ha pasado de lo desconocido a lo cotidiano. Desde la primera constatación del hecho en adelante ya será imposible negar los puntos descritos como parte de la cotidianeidad que tenemos que afrontar en adelante. Los destellos que nos hayan producido u otros similares, que podríamos seguir enumerando, hacen que nuestra capacidad de deslumbrarnos se haya ampliado y si en cualquier momento, uno de los hechos mencionados se repite, nunca tendrá el mismo impacto que la primera vez. Ese es el problema.



         Cualquier primera vez nos mancha y nos modifica para bien o para mal, dependiendo de si el ejemplo nos deteriora o nos engrandece. Hace unos días, en el incendio del edificio de Valencia se produjo un hecho ejemplar en positivo y la prensa no paró de valorar la actuación del conserje por su diligente actuación, avisando a todos los vecinos que desalojaran sus viviendas cuanto antes, lo que pudo salvar vidas. O la del servicio de bomberos, rescatando a una pareja rodeada por el fuego en su terraza, acercándoles una doble grúa, mientras la que llevaba la manguera alejaba el fuego de sus cuerpos, para dar paso a la segunda que pudo recogerlos y ponerlos a salvo. Por eso quiero poner de ejemplo a primeras veces que nos engrandecen frente a otras que nos deterioran. En ambos sentidos tienen un efecto ejemplarizante, de modo que una vez producido se integra en nuestra vida haciéndola un poco mejor o deteriorándola un poco más. Por la cantidad que se producen, estos días los deterioros se acumulan, por el número y porque el Parlamento en el que muchos se producen, tiene un efecto privilegiado.



         No quiero darle demasiado sentido dramático. Que cada uno de los que participamos lo valore como crea conveniente. Lo que sí me parece oportuno es reseñar que la novedad de la primera vez tiene más valor: más grande, más vistoso, más profundo…, lo que produce un efecto ejemplarizante para quienes reciben el mensaje. Tampoco quiero  convertirme en un predicador de las costumbres, ni defensor de una determinada moral para un momento concreto. En todo caso, sí quisiera destacar la importancia indiscutible de las primeras veces para que los que, por alguna razón concreta, disponemos de un púlpito de privilegio, sobre todo, asumamos nuestra función de eco y nos preocupemos de lo que hacemos o de lo que decimos porque, una vez el hecho consumado, ya no es posible hacer que no se haya producido por más que queramos.  



domingo, 17 de marzo de 2024

ZAFARRANCHO


         Resulta que un grupo de curas de la diócesis de Toledo se comunican entre ellos a través de sus móviles y, medio en risa, medio en serio, se sugieren pedirle a San Pedro que se lleve al papa Francisco lo más pronto que pueda. Francisco, que parece estar preparado para su pronta partida por su avanzada edad, les responde a través de la prensa que le dan lástima y lo deja ahí. La secuencia queda abierta y se presta a todo tipo de interpretaciones, ninguna, a lo que  parece, demasiado santa. Si de algo conviene que estos profesionales miembros de la Iglesia deben dar ejemplo, no es precisamente de su espíritu evangélico. De estas alturas hacia abajo, no me parece que debamos escandalizarnos del zafarrancho en el que estamos inmersos. Una presidenta dice que le gusta la fruta cuando todos hemos visto, en vivo y en directo, que lo que está haciendo es llamarle hijo de puta al Presidente del Gobierno, aprovechando que va de invitada al Parlamento. Desde entonces, hace unos días, las referencias a la fruta andan de acá para allá, como Pedro por su casa, sabiendo todos que de lo que estamos hablando es de tirarnos a la cara los más graves insultos de que dispone la lengua castellana y nos reímos con el conqui de la fruta, como si se trata de una gracieta entre coleguillas.



         Del papa abajo ninguno parece que nos libremos en estos tiempos de ser objeto de odio de los unos para con los otros, poniendo las más profundas jaculatorias evangélicas patas arriba con todo el descaro y el cinismo que nos es posible. No podemos quejarnos de que nuestra convivencia verbal ande sumida en un lodazal  y de que nadie se preocupe lo más mínimo en dedicarnos los más crueles insultos con toda la hipocresía conveniente para que se entienda bien claro lo que se dice, disfrazando los contenidos de tenues caretas indefensas que no hacen sino agravar las verdaderas intenciones de los unos contra los otros. No sé si con tanta falsedad formal en nuestras costumbres aspiramos a alguna forma de entendimiento, pero con esas peladillas que nos enviamos, envueltas en el odio más descarado, no quiero pensar a dónde queremos llegar, construyendo el país en el que vivimos.



         No parece que sea la contención nuestra virtud más sobresaliente, sino más bien lo contrario. Nos hemos aprendido hasta dónde podemos llegar, insultándonos unos a otros y envolviendo toda esa palabrería que va y que viene, con términos que esconden nuestras verdaderas intenciones. Lo que queda como síntesis no es más que un cenagal en el que nos movemos. No parece que nadie se manifieste dispuesto a dignificar nuestro viejo castellano. Más bien al contrario. Afinamos nuestras voces para que quede claro hasta qué punto nos odiamos y qué lejos se encuentra cualquier forma de dulcificar nuestra capacidad de insulto, si bien encontrando en cada momento el más inofensivo envoltorio para que lo que realmente queremos trasmitir quede completamente oculto o disfrazado en las apariencias vistosas que nos hagan aparecer como no somos.



         Esta legislatura, por ejemplo, está mostrando toda la capacidad de hipocresía en nuestras relaciones a ver si el discurso ejemplar que debiera servir como bandera y guía para el conjunto, en realidad se convierte en una fuente de perversión lingüística que oculte lo que realmente nos estamos queriendo comunicar. No sé por qué me niego a cerrar este humilde texto sin llevar mi referencia a las intenciones más o menos jocosas de este grupo de clérigos toledanos para con la probable muerte, más cercana que otra cosa, del papa Francisco. Su respuesta me deja inquieto porque esa lástima que exclama no precisa demasiado sobre quien pretende que recaiga: si sobre sus frágiles hombros, sobre las ideas integristas que se derraman unos de otros, o sobre todos en general, que atravesamos un lodazal nada edificante, y nos coloca en este zafarrancho de falsedad que nos hace pretender una corrección  formal, pero la profundidad de intención no alcanza más allá de una mala uva sin cuento.  



domingo, 10 de marzo de 2024

MARZO LLUVIOSO


         Estábamos atravesando un invierno cálido y seco y nuestra alarma subiendo de manera preocupante porque los niveles de agua embalsada han descendido hasta niveles que no se conocían desde hacía años. Y cuando estábamos preparados para echarnos las manos en la cabeza como muestra de preocupación máxima, aparece marzo y se pone a llover y a nevar en casi todo el territorio nacional, no diré para resarcirnos de las deficiencias acumuladas, sobre todo en Cataluña y Andalucía, que andaban por debajo del 20%, pero sí de manera abundante, por lo que se plantea un final de invierno, francamente esperanzador. Aunque no se alcance para tirar cohetes, porque el déficit es muy pronunciado y puede que se necesiten años para alcanzar cotas tranquilizadoras. Las perspectivas, de todas formas, han cambiado de sentido y, por lo pronto, prometen.



         Dos acontecimientos, además, de primer orden, que requieren ser destacados también en marzo. El 8 DIA INTERNACIONAL  DE LA MUJER que cada año va tomando más presencia, hasta el punto que está llenando las calles cada vez más y nos está diciendo que la revolución de la mujer se impone cada año con más fuerza. Lo que en origen fue la manifestación de cuatro sufragistas, apenas testimoniales, frente al desprecio masivo de las fuerzas vivas que las miraban por encima del hombro, se han ido extendiendo y profundizando en sus reivindicaciones, hasta el punto de que se están convirtiendo en la revolución  más profunda que hemos conocido, porque afecta ni más ni menos que a la mitad de la población y los cambios que viene promoviendo significan un mundo nuevo en el que desaparezcan los hombres y las mujeres como los hemos conocido hasta el momento y sean sustituidas por las personas, sean del género que sean, iguales ante la ley y ante las costumbres, que van a significar un mundo nuevo al que hoy apenas si alcanzamos a vislumbrar las primeras señales y en el que todos tendremos que aprender a situarnos como miembros igualitarios.



         Mañana, día 11, se conmemora el 20 aniversario del más grande ataque terrorista sufrido por nuestro país, en los trenes de cercanías de Madrid, alrededor de las 7´30 de la mañana. El resultado, 192 muertos y más de 1500 heridos que sembraron de luto a España entera y que pudiéramos haber llorado con un solo plañido, como hubiera sido lo lógico, de no haber coincidido el atentado con los días previos a las elecciones generales del 14 de marzo. El gobierno de entonces tomó la decisión de asignárselo a ETA, que todo el mundo compartió en un principio, pero cuando los datos, pasadas las primeras horas, fueron dejando pistas, cada vez más claras, de que no se trataba de ETA, sino que apuntaba a Alkaeda y al mundo islámico, el gobierno decidió mantener la tesis de ETA porque le beneficiaba para las elecciones del día 14. El día 12 ya sabía el mundo entero que el atentado era obra de Alkaeda, y el gobierno pretendió mantener la autoría de ETA hasta que se produjeran las elecciones.



         La población fue siendo consciente de la gran mentira en la que el Gobierno pretendía involucrarnos para sacar provecho de los resultados electorales del día 14  fue tomando la calle y exigiendo la verdad. El resultado electoral, que el PP daba por hecho, se volvió en contra y encumbró a José Luis Rodrríguez Zapatero. La sombra de que hubo una conspiración contra el PP en la que pudiera estar involucrado el Partido Socialista se mantuvo en vigor hasta que se celebró el juicio, a pesar de que la sentencia condenó a los culpables y dio el caso por cerrado. Es más, este año se celebra el 20 aniversario de aquel trágico atentado y todavía hay quien mantiene viva la teoría de la CONSPIRACIÓN aunque los autores están cumpliendo condena, salvo los que se inmolaron con sus propios explosivos en un piso de Leganés que tenían alquilado para sus reuniones. Hay quien afirma que desde entonces se impuso la polarización en la vida política y todavía vivimos sin que gobierno y oposición hayan encontrado acuerdos básicos para suavizar su relación. 



domingo, 3 de marzo de 2024

FRUSTRACIÓN


         Podríamos decir que se ha puesto de moda la salud mental. Sé que dicho así no deja de ser una frivolidad como otra cualquiera. Lo que sí se aprecia es que, en este momento, se habla más de salud mental que en años anteriores. Parece que con el auge del COVIT y los cambios sustanciales de vida que trajo consigo, hemos caído en la cuenta que disponemos de una mente que se sustenta en una serie de rutinas que podemos identificar como forma de vida. Siempre hemos dispuesto de una estructura identificable y más o menos compartida, pero la costumbre de su cumplimiento nos ha llevado a desarrollar de hecho unos niveles de cumplimiento que podían vivir sin necesidad de afectar nuestros fundamentos. Desde el momento en que la pandemia entró en nuestras costumbres, parece que  nuestra estructura de comportamiento se vio alterada y empezamos a darnos cuenta de que nuestra vida entraba en crisis y nos abocaba a plantearnos una serie de frustraciones que afectaban a nuestro modo de ver el mundo y a comportarnos de una manera distinta a la que dábamos por conocida hasta el momento.



         Seguramente nuestras costumbres no cambiaron tanto por efecto de la pandemia porque nosotros seguimos siéndolos mismos y el contexto en el que nos tuvimos que desenvolver tampoco cambió demasiado. Pero es verdad que el simple hecho de que tuviéramos que cambiar las horas en que podíamos salir a la calle y pasar más tiempo recluidos  en nuestras casas nos forzó a un tipo de vida nuevo y hasta la estructura académica se vio modificada con muchas más horas en el interior de las viviendas y muchas menos  para convivir en la calle. Quizá no importa tanto cuantificar hasta dónde han alcanzado los cambios que se impusieron en aquellos momentos, pero fueron suficientes para hacernos ver que determinadas rutinas podían cambiar y que las frustraciones que ocasionaban los nuevos cumplimientos significaban poner en crisis el sistema de vida conocido. Nos vimos obligados a modificar parte de nuestro esquema tradicional.



         La pandemia no acabó pero la hemos integrado, de modo que la hemos afrontado como un hecho cíclico, como si se tratara de una gripe que necesita ser combatida en un periodo concreto del año, en otoño concretamente, y la hemos incorporado como una incidencia más con la que tenemos que aprender a vivir. Así lo hemos hecho como si el cambio se pudiera resolver con una vacuna. Los efectos de aquel cambio de vida fueron bastante más complejos que los estrictamente clínicos y, con el tiempo, los hemos visto aflorar en todos los sectores de nuestro comportamiento. Los hemos concentrado en la salud mental, en parte por los cambios que nos produjo la presencia de aquel virus, pero también en parte por nuestra resistencia a integrar las  frustraciones que significó en su momento el cambio de la forma de vida que teníamos integrada. Nos costó esfuerzo entonces integrar los cambios y nos cuesta en este momento volver a la normalidad porque, aunque no nos demos cuenta, la normalidad a la que volvemos no es exactamente la que dejamos.



         Nos hemos centrado en la salud mental porque sus consecuencias se han puesto más a la vista como efecto de la pandemia, pero también porque aprovechando los efectos de la pandemia nos hemos fijado más en problemas mentales que ya estaban presentes y apenas les hacíamos caso, pero aprovechando las incorporaciones específicas a las que nos forzó aquel tiempo de cambio, se pusieron de manifiesto frustraciones que tuvimos que integrar y las dificultades que significaban su incorporación a nuestra forma de vida nueva. No hay que tener miedo a las frustraciones que tenemos que asumir por los cambios que nos vienen dados. Nuestras posibilidades de adaptación son ilimitadas y nos permiten integrar nuevas formas de comportarnos o de pensar para adaptarnos a los nuevos tiempos que nos va tocando vivir. Aprender a aprender puede convertirse en uno de los grandes logros a integrar en nuestra forma de ser.