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domingo, 28 de noviembre de 2010

APEGOS






Me dan terror los perros vagabundos. Siempre están pendientes del más mínimo detalle. Basta con que vean que los miras y ya los tienes colgados hasta sabe dios cuando. Ya ves. Una simple mirada. Lo que puede el afecto, por mínimo que sea.
Las personas, igual. Si no hay quien nos manosee, ni nos hable, ni nos eche la vista encima siquiera, pues podemos morirnos de tanta nada sobre nosotros. Aplastados por la nada. Sin llanto ni risa. Sin una mano amiga, ni una palabra al oído, ni unos ojos en los que vernos reflejados. Para qué vivir sin calor de nadie.
Después le pones el nombre que quieras: amor, cariño, afecto, madre, familia, hogar…..Me da lo mismo. Tú encárgate de que no me falte una mirada, una mano cerca, un beso, una caricia. Lo que necesito para segur viviendo es eso. Luego le pones el nombre que te guste.
Sé que lo que digo son palabras. No tengo otra cosa. Ni cabe en este medio. Le buscaré una imagen y un sonido por si puedo adornarlo de alguna manera. Pero, en el fondo, es un mensaje que por sí sólo se queda corto. Necesita ser creído para que desarrolle su valor. Si yo lo digo y no hay quien lo escuche y lo crea y lo quiera no hemos hecho nada. Sin la comunicación no hay modo de que viva la vida.
Recuerdo la caída de la U.R.S.S., no hace tanto. Cuando accedían a los orfelinatos la impresión era que los niños te miraban fijamente, pero no reían, ni lloraban. Fue noticia de primera, lo recuerdo. Era extraño comprobar algo que ya se sabía pero que no se había comprobado. Estaban allí, delante, mirando fijamente a los visitantes sin esperar nada de ellos. No les hacían ni frío ni calor. Eran niños y llevaban a sus espaldas experiencias suficientes como para haber perdido la fe en la vida a base de indiferencia.
El apego no es una receta, ni nadie tiene una varita mágica para sacarlo a la luz. El apego es cercanía, confianza, calor, interés del que decide proteger por el que necesita ser protegido. Lo mismo me da que sea una persona que una maceta, que un perro desaliñado. Basta que exista esa corriente entre dos elementos vivos. Basta que quien lo necesita confíe en que tiene ese punto de conexión con alguien y surgirá la vida, el deseo, las ganas de aprender, la visión de futuro, la confianza en el mañana.

Es verdad que el apego no resuelve los miles de problemas que la vida nos plantea. Cada época tiene los suyos. Casi todos estúpidos, banales, innecesarios, es cierto. Todo eso son pequeñeces que tenemos que aprender a afrontar con espíritu amplio y saber que también el valor de cada cosa tiene su medida y que resolver los problemas de cada día no es más que dedicarse a vivir y que podemos resolver los de hoy pero vendrá mañana con los suyos y debemos guardar fuerza para encararlos. No, el apego no soluciona. Porque el apego está delante. Es como la puerta que nos abre la vida de par en par. Sin apegos estamos fuera y sin deseo siquiera. Necesitamos los apegos más que comer. Luego le llamas amor o como quieras, pero que no le falte a nadie que nace porque sin apegos ni podrá ni querrá crecer. La vida se proyecta en función de los apegos, a través de los apegos, como si los apegos fueran los hilos conductores.

domingo, 21 de noviembre de 2010

DESGARROS






Surge la vida y se esconde con los dos desgarros esenciales. Para ninguno de los dos se nos pidió permiso. Amanecimos a la vida en el magma del vientre materno y un día nos introducen a través del túnel. ¡Ahí te las apañes!
Otro, sin venir a cuento, usando el mismo procedimiento de los hechos consumados alguien dicta que ya está bien y nos obliga a cerrar la página para volver al no ser interminable. Son los dos desgarros esenciales. Del uno al otro se nos permite escribir una historia particular, íntima, inconfundible. Podemos hasta aprender a través de pequeños desgarros que se nos reservan: destete, frío, sueño, cada día y cada noche…. Miles de renuncias a las que tenemos que andar haciendo frente a cada instante.

A la manera de encajar esos desgarros y mantener las ganas de vivir le hemos dado en llamar Educación. Hay quien tira la toalla en algún momento porque no se siente con fuerzas o porque no le gusta sencillamente. Es su derecho. Los que pululamos por aquí no la hemos tirado, por ahora. Igual esperamos entretenidos haciendo gracias por aquí y por allá y en un momento se nos dice que hasta aquí hemos llegado y que ya hemos cumplido. Es la otra forma de poner el punto y final. Cada uno va eligiendo lo que le conviene en cada momento.
Los desgarros son crisis de crecimiento que, si tenemos fuerza porque nos sintamos queridos, nos sirven para hacernos más personas, para madurar, para hacernos mayores de la cabeza adentro. Si andamos faltos de afectos, que son los puntos de apoyo indispensables, nos veremos desnudos, en medio del desierto, del frío, de la soledad y seguramente cada desgarro será una herida que no podrá curar y que nos bamboleará como un muñeco al capricho del viento que pasa y cruza.
Los desgarros son hitos en la vida. Parecen de dolor porque se desconocen. Lo que importa no es evitarlos, empeño imposible. Lo que importa es andar bien afincado de afectos a la tierra para que las sacudidas que nos produzcan podamos hacerles frente y dispongamos de agarraderas suficientes como para no perdernos entre tantos avatares. Las cicatrices, una vez resueltos los voluntos, nos irán dibujando como seres individuales, con experiencias personales y con una historia señalada en el cuerpo, producto de sus vivencias acumuladas.

El proceso se muere de simple: Cuando llegamos nos creemos los amos del mundo. El camino es ir aprendiendo a prescindir de cada cosa y, en un momento determinado, llegar a prescindir hasta de la propia vida, con lo que se vendrá a cerrar el ciclo. Podemos llorarlo o reirlo. En cada cultura se entiende de una manera y seguro que todas son respetables. Lo cierto es que en medio del océano del tiempo, apenas somos unos mota de polvo sideral. Y no es polco. Es todo. Entre el principio y el final tenemos el tiempo suficiente para saber quiénes somos y para guardar la cara y no sentirnos ridículos ante fuerzas tan poderosas. Nuestro tiempo es nuestro y en él si podemos quedar dibujados a través de nuestras decisiones.

domingo, 14 de noviembre de 2010

MADRE




Mi madre no necesita carnet de identidad. Ni tiene nombre, ni una determinada cara, ni su voz ha de ser canela fina, ni su caricia un pétalo de rosa. Puede tener diez o doce años y llevarme colgando de sus hombros dentro de un trapo y cargar conmigo pegado a su cuerpo, o la cara llena de arrugas y criarme a base de gruñidos de lo harta que está de la vida. Puede ser un abuelo que me trae y me lleva cada día al cole y al que le cuento todo lo que le tengo que contar. Unas veces me entiende, se lo veo escrito en su cara, y otras comprendo que ya es mayor y le interesa poco lo que le digo. Para ser mi madre vale cualquiera. No necesita preñarse, ni parir, ni ser mujer. Necesita poco.
Sólo estar conmigo, despertarme por la mañana, llamarme como quiera, ser la figura que yo conozco de memoria de tanto mirarla, hablar con ella y saber que me escucha, conocer mis necesidades y estar dispuesta para mí, unas veces porque lo necesito y otras por puro gusto, que yo pueda coger su mano, mirarle la cara y que me salga espontánea la sonrisa del cuerpo. Que me permita dormir cuando me canso, con la seguridad de que está a mi lado por si la llamo o por si tengo miedo.
En los primeros meses necesité leche de una teta pero la teta no estaba marcada para mí, sólo tenía que estar sana y querer que yo mamara. Su alimento me bastó para sobrevivir y con eso mi madre, fuera quien fuera, cumplió su función. Con el paso del tiempo mis necesidades se complicaron y necesité otras atenciones de alguien que me quisiera más que a nadie. Las tuve y ése fue mi madre. Años después pude andar sólo, vivir sólo, decidir mi vida y en un momento determinado, mi madre se convirtió en mi hijo, al que tuve que cuidar hasta su muerte.
Ya he sido madre con quien me ha correspondido y voy camino de ser hijo de mis propios hijos. Ese es el ciclo de la vida. A veces quiero llorar porque no me gusta la vida y me da pena que sea de esa manera, otras me río a mandíbula batiente. Los días nacen y mueren lo mismo. Me voy sintiendo cada vez un poco más hijo y menos madre, tanto si llueve como si hace sol, y lo mismo si es de día que de noche.
La aventura de vivir es excitante para todos. Hay quien goza y hay quien sufre, casi siempre por voluntad propia aunque todos buscamos la manera de encontrar culpables fuera de nosotros. Cuando he sido hijo era fácil. Allí estaba mi madre que siempre cargaba con la responsabilidad y asumía mis culpas como si fueran suyas. Sin protestas. Después fui madre y cargué con el peso de ser adulta. Nadie vino a librarme de mi responsabilidad. Ahora voy de nuevo encontrando al hijo que abandoné hace años y vuelvo de nuevo a soñar con la teta que ha de llegarme cuando la necesite y que terminará por ofrecerme el último aliento de vida.
Me miro en el espejo y siempre me veo la misma: Yo. El ser hijo, ser madre o volver de nuevo al hijo antes de concluir, son puras ficciones, como capítulos de una sola historia que transcurre entre nacer y morir. En cada momento se representa un papel, ninguno más importante que otro y todos concluyen del mismo modo. Acepto entregar mis atributos de persona a la vida, que fue quien me los dio sin que yo los pidiera. Nada tenía y con nada me quedo.

domingo, 7 de noviembre de 2010

DESEO




Si te descuidas siempre hay un hilo que no llega, una palabra que no se dice, una mirada, una caricia, un punto en fin que no concuerda y eso basta para que el ser que pudo ser se quede en proyecto, en suspiro, en entelequia pura. ¡Cuántos millones no habrán pasado de ese potencial sin alcanzar la carne!.
Pero es verdad que algunos hemos llegado y aquí estamos para contarlo. 6000 millones. Quizá unos pocos más. Pero qué es eso con relación a las ingentes cantidades de proyectos y de posibilidades que no lograron cuajar. No hay más que mirar un árbol, plagado de semillas. Un tilo, por ejemplo. Con esas maravillosas formas de helicóptero para que el viento se encargue de repartirlas por el espacio infinito buscando dónde agarrar y echar raíces.
Un nuevo ser son muchas coincidencias, casi un milagro. Pero también un conjunto de deseos. Cada uno de los que intervienen en el invento echa sus redes en una dirección: padre, madre, abuelos, hermanos, familiares, conocidos, extraños…. Todos intervienen en alguna medida en el nuevo proyecto. Quieren cosas, sueñan cosas, tienen ideas que van a empujar al que nace en una dirección o en otra. Y el nuevo inquilino, que parece indefenso y completamente dependiente de lo que quieran hacer con él tampoco es manco. Hay cosas con las que llega: chupar, chillar, mirar, dormir…capacidades que, al chocar con los condicionantes que el contexto le facilita, darán como resultado un intrincado laberinto de nudos que formarán una extensa red que le va a permitir la novato sujetarse a la vida andar en una dirección y no en otra, reir y llorar en unos momentos y no en otros y hasta embelesarse mirando el paisaje o buscar las acciones con las que se va a construir su personalidad.
Nada es casual en este mar de coincidencias. Es verdad que sabemos tan poco de las causas y de los efectos que casi todo nos parece increible. De hecho nos pasamos la vida sintiendo como increible casi todo lo que nos pasa, pero ni un solo pelo de la cabeza nace por casualidad, ni se mueve por casualidad, ni se cae por casualidad. Muchos lo llaman Dios, la providencia divina o la obra de Dios en la tierra. Otros, que un día pensamos lo mismo, en este momento pasamos de divinidades y preferimos coger el toro de la vida por los cuernos, sentirnos protagonistas de lo que nos pasa, y ahí estamos bregando como sabemos y como podemos para explicarnos y para explicar el mundo que nos envuelve. Casi siempre a base de calamonazos, que tenemos la cabeza repleta de chichones, nos vamos orientando, mucho más a partir de lo que no queremos que de lo que queremos, sabiendo de antemano que nuestro único destino no es otro que la muerte, pero sin renunciar por eso a vivir con dignidad.
Cada nuevo ser que nace es un cruce de miles de deseos y proyectos, concentrados en unos kilos de carne. De su evolución y de su crecimiento respondemos todos porque cada uno de los implicados tenemos una cierta responsabilidad en el proyecto y porque cada proyecto, ya se llame Juan, Lola o como se llame, es en cierto modo hijo de todos y necesita de todos los brazos para ser arropado y protegido, acompañado en su crecimiento porque en cada nuevo ser va la síntesis de la especie y de su suerte depende en cierto modo la de todos.