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domingo, 29 de abril de 2012

MÁS ESFÍNTERES

El título se justifica, no porque hayamos descubiertos ningún órgano nuevos por el cual desde nuestro cuerpo hasta el mundo exterior se produzca ningún trasvase orgánico no conocido hasta el momento. No. Sencillamente el contenido del control de los esfínteres universalmente conocidos me parece de trascendencia suficiente como para insistir en el tema a fin de lograr que ese paso de dominar la musculatura y abrir o cerrar a voluntad las compuertas que comunican nuestro interior con el mundo exterior se produzca en su momento, de manera gratificante y eludiendo complicaciones de larguísimo alcance.
Una y otra vez podemos ver que cuando las cosas de la vida suceden con normalidad, sin atranques significativos, nuestra vida parece insulsa, como si le faltara chispa y hay veces en que no lo soportamos y provocamos determinados tropiezos, sólo porque nos pase algo de verdad. Es como si el simple hecho de vivir no fuera suficiente. No sé si será cierto, ni tengo forma de saberlo, pero siempre he vivido convencido de que mi hija Alba se rompió el brazo con nueve años, sencillamente porque necesitaba alguna secuencia de impacto en su vida. lo he hablado con ella muchas veces y no está de acuerdo, pero yo no puedo evitar la duda. Ahora podría fantasear sobre las causas y las consecuencias de aquel suceso, porque sé que la memoria desfigura los recuerdos. Tampoco quiero abundar demasiado en el tema. Sólo dejo la duda como algo que, después de muchos años, todavía no he resuelto.
Lo mismo pienso de Eduardo, un alumno brillante que en este momento debe ser cuarentón. Cuando llegó el momento de hacer el viaje de estudios por Gran Bretaña la madre viene a comentarme que Eduardo se meaba en la cama. Tenía por entonces catorce años. Estaba emocionado con la idea del viaje y le torturaba su secreto, ese que al parecer formaba parte sólo de su ámbito personal y el de su madre. Tengo que confesar que para mí era completamente nuevo en aquel entonces. Decidí afrontarlo como tantas otras cosas en mi vida, sencillamente de cara. Hablé con toda claridad con Eduardo. Él quería venir al viaje y acordamos que el secreto dejara de ser secreto, en principio entre nosotros. Él llevaría sus pañales discretamente disimulados, ocuparía la habitación con alguien de su absoluta confianza, lo que le obligaría a que el secreto tuviera que abrirse otro poco y tendríamos que asumir el riesgo de las complicaciones que pudieran surgir.
El viaje duró diez días y el compañero de Eduardo no llegó a enterarse de su problema porque cada día, antes de iniciarse la jornada de visitas, una vez que habíamos desayunado Eduardo y yo intercambiábamos una sonrisa en la que él no cabía der satisfacción al comprobar, por primera vez en si vida, que era capaz de dominar sus esfínteres como los demás. Nunca tuve ni tengo hoy conocimiento suficiente como para saber en profundidad el problema que llevó a Eduardo a alcanzar los catorce años con esa losa encima. Lo que sí puedo es saber hasta dónde es capaz de llegar la voluntad de las personas. Cuando volvimos del viaje, Eduardo era una persona distinta a la que se fue. Seguramente había sido su madre la que mostró más preocupación cuando se enfrentaba a la posibilidad de que los demás niños supieran la limitación de su hijo. En él pudo más la necesidad de sentirse uno más en el grupo, exactamente lo mismo que lo hacía con sus brillantes notas. Y la duda también me sigue acompañando todavía: ¿Su madre quería verdaderamente que su hijo dejara de mearse en la cama, o prefería mantener ese secreto entre los dos como un territorio vetado para todos los demás?.

domingo, 22 de abril de 2012

ESFÍNTERES

El proceso de vivir está formado por una serie de acontecimientos significativos que vienen a ser como escalones que las personas subimos o bajamos y que, una vez incorporados a nuestra experiencia, ya nada es lo mismo. El primero sin duda es el mismo hecho de nacer. Le pueden seguir la primera palabra, mantenerse erguido o el ser capaz de controlar nuestros esfínteres.


Dada la materia de la que tratamos no es fácil asumir el momento de la limpieza como un punto de relación de primer orden. No podemos, si queremos ser justos, ver solo la necesidad de eliminar las distintas evacuaciones corporales y tomar esta secuencia de la vida como un acto higiénico indispensable que los adultos responsables asumen con entereza y dedicación con el sólo propósito de dotar al menor de condiciones de limpieza adecuadas y libres de materias y olores que han de ser eliminados de cuerpo. Todo eso es verdad, pero el momento de la higiene es mucho más que eso y si no somos capaces de verlo estaremos cometiendo un error importante que tendrá consecuencias a largo plazo.


El momento de la limpieza es de una profundidad comunicativa de primer orden y de una intimidad casi irreemplazable, probablemente a la altura de la lactancia materna y casi ninguno más. Hay que mirar, por tanto la secuencia con la altura que merece. Si somos capaces de responder a toda esta amplitud es seguro que estableceremos con los pequeños una relación intensa, gratificante y profundamente confiada que facilitará que los pequeños se sientan seguros y reconciliados con su cuerpo del que gozarán por sí mismos y también por las caricias y atenciones que en los momentos frágiles les puedan llegar de sus adultos de referencia. Entendiendo también que de no ser así y de convertir los aspectos higiénicos en momentos hostiles, distantes y hasta desagradables, cosa que pasa fácilmente, podemos estar induciendo en los niños criterios de aversión y desapego hacia sus cuerpos que quedarán inscritos en sus costumbres para muy largos plazos.


Hacia los dos años, más o menos, si todo ha ido normal, es el momento en que los pequeños se encuentren capacitados para disponer de sus esfínteres a su criterio y ser capaces, por tanto, de dominar los momentos en los que sus deposiciones deban o no salir de su cuerpo. Este es el fondo del asunto. Lo que debe salir de mi cuerpo yo puedo facilitarlo o retenerlo según mi estado de ánimo y según la relación que yo tenga con la persona adulta que está más cerca de mi. Si todo ha ido bien, lo mejor que puede pasar es que se produzcan una serie de intentos o pruebas en unos momentos un poco regulados y, de buenos modos, poco a poco el menor vaya encontrando el camino de su autonomía personal de la misma manera gozosa y valorándolo como una forma de crecimiento, que en su momento fue capaz del destete o lo será en el futuro con otras adquisiciones fundamentales que se han de ir produciendo.
Pero con la misma facilidad con que pueden producirse los avances si todo va fluyendo con normalidad, de no ser así y de encontrarnos con desacoples por causas de la precipitación de los adultos o por que los niños no se encuentren suficientemente serenos para coronar el proceso de autonomía con la seguridad requerida, las cosas pueden llegar a complicarse casi hasta el infinito. Nos podemos encontrar niños que tardan años en controlar sus esfínteres. Pueden llegar a problemas orgánicos incluso que lo justifiquen. Y lo que me parece fundamental. Un proceso mal resuelto puede producir una brecha de desentendimiento muy difícil de cerrar con sus adultos más cercanos.

domingo, 15 de abril de 2012

BALBUCEO

En realidad lo que estamos intentando dejar claro en estas últimas semanas: lectura, escritura, ahora balbuceo… es que los pequeños no llegan indefensos a este mundo sino que traen una serie de capacidades que le pueden permitir acceder a todo lo que necesitan para sobrevivir y para desenvolverse en el mundo que les toca vivir. Es verdad, y por eso nos parece que merece la pena insistir en ello, que dependiendo de la colaboración que encuentren en el contexto y en las personas cercanas, las dificultades para la adquisición de nuevos aprendizajes serán mayores o peores.


Salvo los primerísimos momentos de la vida, centrados casi exclusivamente en los sonidos de llanto o de llantos como único vehículo de expresión y comunicación, a los muy pocos meses ya podemos encontrar expresiones de sonidos variados según los momentos y las situaciones. El lo que venimos en llamar balbuceo. Pues aquí es donde se encuentra albergada toda la potencia que va a ir desembocando en el lenguaje hablado a lo largo de los dos o tres primeros años de la vida. Se trata de una potencia y de una capacidad que no necesita de nadie para mostrarse, que las personas traemos cuando nacemos. Muchas veces nuestra prisa por empezar a enseñarle a los pequeños cuanto antes las palabras que nosotros consideramos fundamentales nos impide percatarnos de lo que ellos guardan como un tesoro dentro de sus potencias y si tuviéramos un poco de paciencia y nos dedicáramos a observarlos, a acompañarlos y a seguir sus inclinaciones, seguro que nos daríamos cuenta de que son perfectamente capaces de alcanzar los objetivos que necesitan para convertirse en seres de este mundo, con un papel que desempeñar dentro de él como puede ser el nuestro.


Las capacidades fonadoras, el tiempo para ejercitarlas con tranquilidad y la curiosidad natural se encargarían de ir alcanzando la destreza precisa para lograr todas las articulaciones necesarias para entender la lengua materna, sea la que sea y al mismo tiempo poder articular por sí mismos los distintos fonemas que la hacen comprensible. Y todo eso es posible alcanzarlo como lo que es, como un juego, por gusto, por deseo de ser un miembro del grupo humano en el que se desarrolla y porque necesita ser uno más de su comunidad como animal gregario que es. Decir esto puede resultar una simplicidad pero de la mejor o peor solución de estas grandes adquisiciones de la vida depende de manera determinante el que su desarrollo posterior sea gozoso, creativo, querido o que se convierta en un conjunto de vivencia hostiles, extrañas y hasta odiosas.


Aunque el lenguaje resulta ser un elemento fundamental para conocer y transmitir todo tipo de adquisiciones y experiencia, yo quiero dejar sentado que la pieza que me parece esencial en este cometido es el lenguaje hablado, las palabras, vamos. Y quiero recalcarlo porque después, en el desarrollo de la formación, las perversiones nos hacen vivir una serie de procesos en los que parece que se niega el lenguaje hablado, lo cual me parece un gravísimos error de incalculables consecuencias. No hay más que pensar un poco en toda la labor docente y confirmar que el alumnado ha de pasarla, si no quiere tener problemas, completamente callado y escuchando como si cada uno en particular no fuera capaz de desarrollar a base de ejercicio su propio lenguaje ni de transmitir lo que siente, lo que quiere o lo que piensa y ponerlo en común hasta alcanzar el entendimiento, con los demás compañeros.
Esta especie de miedo al lenguaje hablado generalizado hace que el proceso educativo se convierta en algo pobre, pacato y falto de incrustación en el desarrollo de las capacidades naturales de los seres que están creciendo para convertirse en una especie de postizo que tenemos que asumir como algo ajeno y extraño a nosotros.

domingo, 8 de abril de 2012

ESCRIBIR

En algún momento tenemos que descender a los aspectos concretos de la educación y no quedarnos sólo en las cuestiones de principio que, por otra parte son esenciales. El texto anterior hablaba de la lectura y de cómo los niños verdaderamente están leyendo desde mucho antes de que nosotros nos apliquemos a que dominen esa técnica. Algo parecido podemos estar planteando hoy con el tema de la escritura. En realidad no hacen falta grandes medios para hacer que un niño escriba. Casi desde el principio, apenas con algo más de un año si le ofrecemos a un niño un papel y un lápiz, ya dispone de lo imprescindible para escribir que, como sabemos consiste en ser capaz de expresar sus sentimientos y de comunicarse con los demás.


Hemos simplificado los conceptos, tanto el de leer como el del escribir y eso nos ha llevado a un error de concepto del que la mayoría participa. En su momento dijimos que leer es una cosa y leer letras es otra. Confundir esto significa perderse por completo. Lo mismo podríamos decir de escribir. Desde que somos capaces de plasmar algo en papel, bien con la mano, con cualquier otra parte del cuerpo o con un lápiz o cosa parecida estamos plasmando parte de nosotros y lo hacemos para que alguien pueda entenderlo. Esto es en esencia la escritura. A partir de ahí es cierto que tenemos una forma de expresión muy simplificada y sincrética. Pero eso es ya una cuestión menor. No hay más que ejercitar esa capacidad y los mensajes se van a transmitir de manera cada vez más compleja y más depurada. Nos recordarán cómo llegó la escritura a la civilización. ¿Quién no recuerda la piedra de Rossetta, conocida como el primer diccionario que se conoce ¿.


Los progresos en el trazo que se van produciendo por el ejercicio continuado van significando nuevas adquisiciones, tanto desde el punto de vista técnico como del contenido de los mensajes que pretendemos expresar y transmitir. En los conocimientos no avanzamos a saltos ni por inspiración de nada ni de nadie sino por puro ejercicio repetitivo, que es el que paso a paso nos va complicando las posibilidades y haciendo que nuestra capacidad se ensanche y se ahonde. Desde que somos capaces de expresar un trazo también somos capaces de contar el significado de ese trazo que en un principio va a sintetizar muchos mensajes posibles puesto que nuestros recursos son muy limitados. Pero a medida que vayamos desarrollando la técnica a base de repetición, los mensajes se van discriminando unos de otros en función del nivel de destreza que vayamos adquiriendo con el tiempo y con el ejercicio.


La adquisición de la noción de letra cuando se ha venido desarrollando un conjunto de destrezas gráficas casi desde el nacimiento, ciertamente se puede considerar un problema menor y de una importancia bastante limitada. Una vez que hemos ejercitado los fundamentos básicos de la escritura, expresar y comunicar, la técnica concreta en la que debamos, podamos o queramos realizarlo no deja de ser accesoria. Lo que pasa es que, bien por comodidad metodológica o por pura pereza mental, casi siempre se nos termina imponiendo a los educadores una metodología concreta y determinada, normalmente por editoriales que fundamentan su negocio en ella, y nos hacen que terminemos siendo simples seguidores de una manera, de las muchas posibles, para acceder a etapas más complejas del desarrollo. Igual vale la pena quitarnos el miedo de encima, dejar al margen bastantes convencionalismos sociales y plantearnos los fundamentos de la misión educativa que debemos ejercer y, entre nosotros y los pequeños crear un camino particular que nos lleve a los distintos conocimientos, en este caso al dominio de la escritura, sencillamente desarrollando las capacidades naturales de los niños, enfocadas a ese dominio concreto.

domingo, 1 de abril de 2012

LEER

Entre las perversiones más notables que se producen en la educación de los pequeños, con frecuencia se encuentra la de que aprendan a leer cuanto antes. Las causas suelen estar relacionadas con la demostración de su nivel de inteligencia, “cuanto más inteligentes son antes empiezan a leer”, o sencillamente una carrera de competición simple y llanamente, “mi hija empezó a leer antes que Juanito, su vecino, que es de su misma edad”.


Pero todos solemos cometer el mismo error cuando pensamos en la idea de lectura. Cuando hablamos de lectura estamos pensando en lectura de letras y de renglones y solemos referirnos a ella siendo así que la lectura es mucho más amplia y que en casi todos los casos empieza mucho antes de que los niños lean letras y palabras. Cuando un niño de dos años se mira en el espejo dice que ese que hay al otro lado es él y no es cierto. Es su imagen que coincide en rasgos con la suya pero que no deja de ser un reflejo de él. Es una forma de lectura que, inexplicablemente no solemos explotar, no sé por qué. Si pones delante de una niña pequeña una foto de su padre dirá: “Es papá”. No es verdad. Ella está leyendo en un trozo de papel e interpretando que la imagen que aparece de su padre es su padre. Está, por tanto, leyendo y no sé por qué tampoco lo explotamos demasiado.


Lo que entendemos normalmente por lectura suele ser una etapa muy avanzada de la interpretación de signos que son capaces de realizar los niños entre los cinco y los seis años normalmente, pero que en realidad comenzó mucho antes, casi podríamos decir que por sí sólos y casi siempre sin ninguna dirección por parte de sus familias ni de sus escuelas. Ya sé que estoy hablando en genérico y que globalizo con idea de simplificar. En ningún caso de desmerecer los encomiables esfuerzos que se realizan desde muy pronto. Pero no los destaco porque me parecen demasiado minoritarios.


La lectura comienza desde muy pronto, pongamos desde un año por decir algo, en el momento en que un niño es capaz de descifrar una imagen y ponerle un nombre. Una representación real de una manzana en un papel no es una manzana pero el niño dirá que es una manzana porque está leyendo, está abstrayendo la idea del objeto manzana y dando ese nombre a su imagen plana. Esta podría ser la primera fase de lectura que no solemos darle demasiado valor en las familias y en las escuelas y lo tiene. Los miles de símbolos que hay en la calle los niños los están leyendo a cada momento y llegan a interpretarlos muchos de ellos sin que los adultos intervengamos: flechas indicadoras, pasos de peatones, luces de espere y de pase, anuncios de productos…
Se hace casi imposible que un niñio de ciudad en este tiempo no sepa leer y sin embargo nosotros, estamos empeñados solamente en lo que podríamos denominar la última fase de la lectura, la que se refiere a interpretar el símbolo arbitrario, que sería la letra, sin haberle dado la importancia debida a todo ese cúmulo de pasos intermedios que han ido leyéndo casi desde el principio de la vida y por los que los niños han tenido que pasar con muy poca asesoría por parte de los adultos, casi buscándose la vida por ellos mismos. Por eso quisiera dejar una idea aquí para que pudiera ser seguida por los adultos que lo deseen. En vez de preocuparnos tanto por enseñar a los niños, observémosles más. A lo mejor tenemos mucho que aprender de ellos.