El año
pasado por esta época llegamos casi a cero de incidencia acumulada. Se quiso
entonces iniciar una desescalada con cierto orden pero que, a la vista de los
resultados, terminó en desastre, con la curva de infección más alta de todas.
Supongo que tuvo que ver la impaciencia, que ya empezaba a hacer mella en los
ánimos, la ausencia de vacunas, para las que todavía faltaban algunos meses y
la arrogancia propia de los buenos resultados aparentes, que pronto nos hizo
ver hasta qué punto escondía una gran fragilidad. El total fue que el verano
pasado saltó por los aires con la consiguiente ruina para el sector del turismo
mundial. De algún modo la pandemia enseñó sus verdaderas uñas y nos hizo ver que
su importancia no era cualquier cosa. Reiniciamos de nuevo las medidas de
protección y nos dimos cuenta de que no éramos gran cosa frente a la fuerza del
virus, que nos bamboleaba a placer y nos tenía en sus manos por completo.
Entonces sonó por primera vez la palabra vacuna como lejana trompeta de Jericó
que nos traería la salvación y desde entonces nos agarramos a ella como única
tabla verdaderamente sólida.
Estamos
ahora en algo menos de cien de incidencia acumulada, con un año más de
sufrimiento y de fragilidad ante el virus y con el proceso de vacunación
creciendo de manera eficaz, no en todos los países con la misma fuerza
desgraciadamente. En España andamos con la mitad de la población con una dosis
inoculada y una de cada tres personas con la pauta completa y se nota. Los
mayores, que habían venido siendo el sector más vulnerable han bajado
radicalmente su infección y, quienes se infectan, mucho más leves y las
muertes, residuales, lo cual tranquiliza y mucho. Es verdad que están
apareciendo modificaciones del virus que nos siguen teniendo con el alma en un
hilo, de modo que hay países con importantes tasas de vacunación que no logran
bajar su infección sino que siguen subiendo. En España está costando mucho
bajar de los 100 a pesar de que el gobierno intenta rentabilizar el turismo, a
ver si esta temporada se puede comenzar a rentabilizar nuestra primera
industria.
Acaba
de dictaminarse eliminar la obligatoriedad de llevar las mascarillas puestas en
espacios exteriores, siempre que se pueda garantizar una distancia de
separación entre personas, de al menos 1´5 metros. Para empezar ya se puede ver
que, pese a la ventaja de contar con una cantidad de personas vacunadas cada
día más importante, hemos reiniciado la desescalada con mucha más humildad y
precaución que la manifestada el verano pasado. La mascarilla se está
convirtiendo en un símbolo de lo que somos actualmente. No ha sido casual que
pese a haber eliminado la obligatoriedad de su uso en espacios exteriores, no
hay más que salir a la calle para ver que todavía hay mucha gente que la sigue
usando por su desconfianza personal y por su convencimiento de que las medidas
de protección que hemos venido usando, entre otras la mascarilla, han sido
eficaces. Quizá también quiera decir que hemos aprendido algo y que tenemos que
andar con pies de plomo porque el enemigo está cerca y sigue vivo.
Hemos
sintetizado la primera norma de desescalada diciendo que hay que llevar encima
las mascarillas, tanto si nos las ponemos como si no porque son medidas que nos
ayudan y su utilidad la podemos administrar cada uno en función de las
indicaciones que vayamos recibiendo de las autoridades. La sensación interior
es mucho más sólida que la del año pasado y la diferencia se llama vacunas. No
tiene punto de comparación vernos gran parte de la población con la vacuna
puesta y subiendo que la sensación del año pasado, que no era más que humo, una
curva de incidencia mucho más baja, es verdad, pero ningún soporte protector en
el que poder apoyar esa incidencia tan buena. Con lo cual, lo mismo que bajó
fue capaz de subir en el momento en que nos empezamos a desmadrar con los
efectos del calor. Quiero pensar que este año va a ser mejor y que vamos a
saber que no podemos pasar de las medidas y hay que seguir vacunando. Todavía
queda mucha población que no tiene acceso a las vacunas y ya anda sin
mascarillas protectoras.