Esta
pandemia que nos tiene completamente invadidos es la última por el momento pero
ya se ha dicho repetidamente que no podemos confiarnos porque, en un próximo
futuro, no lo será. Le hemos llamado covit
19 como le podíamos haber llamado X. Lo que importa es que nos ha
encontrado desprevenidos y, cuando hemos querido acordar, estábamos
completamente invadidos. Desde el principio nos hemos considerado desnudos a
sus efectos. Todo lo que hemos reclamado desde el primer momento ha sido un puesto
en una UCI para los infectados y una carrera desenfrenada por conseguir cuanto
antes una vacuna que nos inmunice de sus efectos. Tradicionalmente la
elaboración de las vacunas ha venido siendo un largo proceso de años de
experimentación. Esta vez, por el contrario, ante tanta indefensión, se inició
una larga carrera universal por conseguir una vacuna cuanto antes. Hemos
asistido en directo y en primera línea a un proceso largo de elaboración y
pruebas, reducido prácticamente a un año. Se nos ha hecho creer que con todo
rigor en su proceso.
El 27
de diciembre del año pasado esta desenfrenada carrera por conseguir la primera
vacuna contra el covit 19 daba sus
primeros frutos y vimos cómo se inyectaba en el brazo de Araceli, una jubilada de 96 años, usuaria de
una residencia de Guadalajara, la primera dosis de Pfizer, que inauguró una serie implacable por dominar el ingente
mercado mundial en el que andan involucradas desde ese momento una serie de
empresas mundiales y también de estados, sobre todo EEUU, Rusia y China que
pugnan desde entonces por conseguir la mayor cota de mercado posible en el caso
de las empresas o la mejor cota de influencia posible en el concierto mundial
en el caso de los estados. Los países ricos, sobre todo Europa, invirtieron
grandes capitales para hacerse con los primeros resultados positivos y vender a
sus ciudadanos que se preocupaban por su salud más que nadie, cuando en
realidad lo que pasaba es que disponían de más dinero que nadie para invertir y
reservarse el primer puesto en la línea de salida.
Desde
el pasado 27 de diciembre que se produjo el primer pinchazo a bombo y platillo,
parece que ha pasado un mundo cuando han sido apenas unos meses. Ha sido
suficiente para aprender una vez más, que el dinero compra muchas cosas, pero
no todas. Europa sigue yendo a la cabeza de vacunaciones porque invirtió más
dinero pero los países pobres, es decir, la mayoría necesitan las vacunas tanto
como nosotros y no estaremos a salvo hasta que todos estemos vacunados. También
hemos conocido lo que significa morder el polvo y ver cómo las empresas sacaban
sus vacunas con nuestros dineros, pagados por adelantado, pero pronto empezaron
a incumplir sus compromisos y se pusieron a vender sus vacunas a los mejores pagadores
sin contemplaciones. Hoy sabemos que los que llevan más ciudadanos inmunizados:
Israel, Gran Bretaña, Países Árabes…, han sido los mejores pagadores
sencillamente.
En
este momento, la guerra está en conseguir cuanto antes la inmunidad de grupo, más
o menos el 70% del total de la población de cualquier país. Ese es el punto en
el que se dice que determinado país se encuentra inmunizado. De nuevo andamos
en otra agobiante carrera, esta vez por ver quién llega primero a las mejores
condiciones de seguridad, cuando ya se han complicado las cosas un poco más que
al principio. El virus se ha hecho más complejo a partir de las mutaciones que
va realizando en su movimiento interno por adaptarse más o mejor a las nuevas
condiciones de vida. Las deficiencias en el servicio de vacunas dificultan las
previsiones iniciales y seguimos luchando como jabatos por conseguir todas las
vacunas que hemos comprado y pagado, que en algunos casos no nos llegan en el
momento previsto. Y la última es la más graciosa: la vacuna Pfizer, que es la que anda en cabeza
por el momento, acaba de anunciarnos que parece que va a ser necesaria una
tercera dosis de refuerzo en unos meses y que va a costar un 25% más cara que las anteriores. ¿A que dan ganas
de reírse?. Pues no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario