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domingo, 30 de diciembre de 2018

IRENE



         Acaban de comunicarme desde la organización a la que ella pertenecía ROSA SENSAT que Irene ha muerto. Así, sin más. Irene Balaguer Felip, hija intelectual de Marta Mata i Garriga que en paz descanse. Dos mujeres que son orgullo de Cataluña y de España, ambas presidentas del Consejo Escolar del estado español dedicaron su vida a la educación como primera militancia, aunque vivieron adscritas al Partido Socialista de Cataluña. Su prestigio personal hace que tengan que ser necesariamente un referente en la educación de este país y que aunque su cuerpo ya no esté, su memoria perviva cada vez que los educadores queramos pensar en la dignidad profesional y en el compromiso por la mejora educativa.
        
Conocí a Irene en el INCIE de Madrid en 1974 en unas Jornadas sobre la primera infancia y desde entonces hemos vivido unidos por el empeño en dignificar esta primera etapa de la vida, ella desde su privilegiada posición en Barcelona, siempre de la mano de Marta y todos los demás seguros siempre de que su colaboración para cualquier iniciativa sobre el tema tendría, sin duda, la inestimable colaboración de ambas. Yo confieso haber dicho muchas veces que la distancia más corta desde Granada era Barcelona, 1000 km, después Madrid, 500 y por último Sevilla, 250. No es por desmerecer a nadie pero hablar de Educación Infantil con Barcelona era saber que la sintonía y la comprensión estaban aseguradas. Esta foto que veis de Irene no es la mejor ni mucho menos, pero la tomé yo en un congreso en Murcia y tiene el valor de lo propio, el mismo que os quiero transmitir hoy sobre una persona valiosa para la educación de la primera infancia.

         En ese mismo congreso de Murcia fraguamos lo que después sería la revista INFANCIA, tanto en castellano como en catalán que en poco tiempo se convirtió en un referente del rigor y de la autenticidad sobre los contenidos ideológicos y educativos de los primeros años de la vida de las personas. Años después se llegó a publicar una versión para Europa y para el mundo entero con los más brillantes extractos obtenidos de nuestras propias versiones. La casa de Irene ha sido mi casa cada vez que hemos tenido algún acontecimiento en Barcelona, que han sido muchos y he asistido a algunos de ellos con la profunda confianza de que estaba en mi casa y con mis amigos intelectuales y personales.

         A estas alturas de la vida sé de sobra que un día nos moriremos todos y que hoy le ha tocado a Irene como hace unos años le tocó a Marta y como cualquier día me tocará a mí. Ningún dramatismo por tanto sobre el acontecimiento pero como el acto de sentir es libre y personal quise cuando Marta sentirlo mucho y hoy con Irene, más cercana a mí por edad y por vivencias comunes os lo comunico con todo el sentimiento de que soy capaz, aunque las lágrimas me las guardo para mi intimidad, para que quienes la conocisteis lo podáis compartir y quienes no, podáis saber que os habéis perdido el contacto con una gran persona, con una trabajadora infatigable en favor de la primera infancia y con una ambiciosa empedernida en encontrar las mejores ideas para aportar a este sector educativo.

         Espero que su familia pueda tener acceso a estas sencillas palabras que sabrán que salen de la cabeza de un amigo y de la autenticidad de un compañero que la ha respetado siempre como persona y que la valora hoy en su ausencia para que su memoria nos sirva a todos como acicate para saber que el camino es largo y que personas como Irene nos enseñan que no hay que desfallecer porque la primera infancia merece todo el esfuerzo que seamos capaces de poner a su servicio.
         Irene, querida amiga y compañera, tú no morirás mientras yo viva y siempre te tendré como ejemplo de dignidad profesional y de compromiso político en favor de los más pequeños.  


domingo, 23 de diciembre de 2018

INVIERNO


         Apenas hace unas horas que este invierno se ha instalo entre nosotros. Nada fuera de lo normal. Una vez más se cumple el ciclo de la vida y en este momento es lo que toca. Para mi si hay un cambio que quiero compartir. Es posible que me haya puesto hasta pesado con los días que iban ganando oscuridad y lo venía sintiendo casi con agobio físico. Este año lo he percibido en algún momento. Es posible que con el paso de los años cada vez se vaya uno pareciendo más a un niño. No me extrañaría. Lo cierto es que se asocia el sol y la luz natural con el jolgorio y la alegría y, por el contrario, la oscuridad con el recogimiento y la reflexión. El hecho de que los días más cortos del año coincidan con las vacaciones de navidad hace que sean las familias las que tengan que bregar con lo más oscuro del año. He salido alguna vez de compras y he podido constatar el creciente empeño del comercio por combatir la oscuridad con millones de luces.

         Este año especialmente parece que hemos tirado la casa por la ventana en gasto de iluminación artificial. Como si nos hubiéramos creído que la luz tiene alguna simbología con nuestro mundo interior, aunque solo se trate de unas cuantas bombillas. Quiero suponer que las nuevas maneras de iluminar no significan directamente más carestía porque estamos llegando a ciertas cuadraturas del círculo y somos capaces de iluminar más las ciudades con tipos de luz más barata. Muy cerca de donde vivo, Granada, es donde al parecer se produce el milagro. Un pueblo de Córdoba, Puente Genil se ha convertido en la meca de las iluminaciones. Empezó en su momento alineando bombillas normales y hoy goza de una potente industria de la iluminación extensiva con los últimos adelantos tecnológicos capaces de producir a gusto del consumidor más exigente los diseños más arriesgados que iluminan cualquier noche de España y hasta del mundo. Me alegro por mis vecinos y les deseo el mejor de los futuros.

         Quiero volver de todas formas a nuestro asunto persistente de preocuparnos por los menores  y ligarlos con la luz, de ahí el ejemplo manifestado, porque cada vez se ven menos pequeños por las calles. La prisa se nos ha metido en el cuerpo de tal manera que ya somos incapaces de andar con nuestros hijos tranquilamente por la calle e invertir el tiempo suficiente como para que ellos puedan mirar cada uno de los miles focos de atención que los llaman. Permitirles que se vayan parando en todo aquello que deseen, que toquen lo que necesiten y que vayan conociendo la vida por sus propias experiencias y a su ritmo. Somos capaces de diseñar los artilugios más modernos para facilitarnos la vida pero parece que a la vez nos negamos a disfrutar de ella utilizando el tiempo para satisfacer nuestra curiosidad y para gozar de todo lo que la realidad nos ofrece.

         Con lo cual vivimos en un contrasentido. Tenemos a nuestro alcance más elementos de gozo que nunca. He puesto como ejemplo el de la iluminación urbana porque parece que este año destaca de manera especial. Como si nos hubiéramos vuelto locos por la luz o por las luces pero curiosamente estas posibilidades no ofrecen como resultado un disfrute más pleno, sobre todo para los más pequeños en los que se nota especialmente la ausencia de tiempo disponible para el goce. Y es precisamente el tiempo el que nos puede y nos debe facilitar el goce. Todos los recursos nos sirven como la hierba a los rumiantes. Es importante que ingieran cantidad suficiente para llenar la panza pero si luego no son capaces de emplear el tiempo para rumiar lo ingerido, no se producir la alimentación. El exceso de luces como el aluvión informativo que nos llega a través de las redes sociales nos llena la mente de sensaciones que precisan de tiempo de digestión mental para que no nos convirtamos en seres repletos de datos pero vacíos por completo de elaboración mental indispensable para transformarlos en conocimiento. 
  

domingo, 16 de diciembre de 2018

INTERCAMBIO



         Más de una vez y siempre de manera injusta, los profesionales de la educación hemos lamentado entre nosotros que para ser padres no se necesite ningún examen. Es cierto que a veces uno ve lagunas en las familias que resultan inexplicables pero no es menos cierto que en nosotros mismos, a poco que nos analicemos, esas lagunas que censuramos o de las que nos lamentamos las vivimos nosotros mismos con nuestros propios hijos ante los que ya no estamos obligados a manifestar ningún disfraz profesional. Es más, también hemos llegado a comentar que no hay pequeños menos permeables a nuestras propuestas educativas que los hijos de compañeros. Es como si nos llegaran vacunados e impermeabilizados y fueran especialmente reticentes. Recuerdo una compañera que nos comentaba que su hijo adolescente le recriminaba con sarcasmo: ¡A ver qué dice la pedagoga! Y eso era lo que más le dolía a su madre.

         No digo que no tengamos razones para reaccionar de manera tan injusta y tan arrogante porque a lo largo de la jornada de trabajo uno ve cosas y situaciones que le resultan difíciles de digerir pero es que también es difícil aplicarnos como profesionales la autocrítica suficiente para entender que nosotros nos dedicamos a mirar a los demás pero al mismo tiempo formamos parte de ellos y cuando terminamos nuestro trabajo participamos  de los mismos vicios que denunciamos. Si hay una imagen que ofrezca como nadie la propuesta más justa de la vida afectiva y emocional es la de un mercadillo callejero. Todas las personas que se acercan, tanto si venden como si compran, lo hacen pensando que van a conseguir lo que buscan a buen precio. No creo que a nadie en un mercadillo le vayan a pedir otro certificado que no sea el de persona y allí se sabe como en ningún otro sitio que cualquier cosa tiene un precio y que hay que ingeniárselas por conseguir lo que uno busca lo más barato posible y eso se consigue regateando.

         Entre los pequeños la convivencia siempre es un regateo en el que cada uno intenta conseguir lo que quiere y sabe que tiene que ofrecer algo a cambio porque en esta vida nada es gratis. Sé que me repito como una comida indigesta pero es que hay vivencias que nos aleccionan de modo que nos sirven de paradigma para aclararnos nosotros y para explicar fenómenos que de otro modo nos las veríamos y nos las desearíamos. Cuando Alba y Fernando querían jugar a padres y madres todo era delicioso, pero no contaban con Cristian que se metió en medio y exigió ser el padre. Tuvieron que ingeniárselas haciendo que Fernando fuera el perro para que Cristian los dejara en paz y ellos se alejaron de su zona de influencia para seguir jugando, que era lo que querían, pero no como padre y como madre que hubiera sido su deseo, sino como madre y como perro para tener la fiesta en paz.

         Todo este juego de intereses elementales que están presentes en el comportamiento humano son los que configuran la convivencia y no están relacionados exactamente con los niveles culturales por más que la cultura tenga su importancia sino que forman parte del trasiego o intercambio en el que se fundamenta la vida. No es extraño, y creo que todos lo hemos vivido, encontrarnos a personas que no disponen de una gran cultura y que los vemos desenvolverse en la vida de forma superior. Y al contrario. También nos encontramos con personas de alto nivel cultural que no son capaces de salir de atolladeros familiares o sociales que la vida les pone delante y se les atragantan. El entramado de la vida no tiene una correspondencia directa con la estructura social de valores en la que nos desenvolvemos. Creo que es más sensato que nos acerquemos unos a otros con la conciencia de que todos tenemos algo que ofrecer y que todos sabemos que cuando uno quiere algo sabe que tiene que pagar un precio por ello y que eso no es un mal fundamento para la convivencia.


domingo, 9 de diciembre de 2018

ALEGRÍA



         Entramos en los días más cortos de luz y puede que sea por ese reino de la oscuridad por lo que hacemos los máximos esfuerzos en iluminar todos los espacios posibles como si fuéramos más fuertes que las propias leyes de la naturaleza. Lo cierto es que hacemos lo indecible para subvertir este tiempo oscuro y frío que nos invita a recogernos como ninguno y ante el que nos sublevamos como podemos a base de iluminación artificial y a base de jolgorio alcohólico y de comilonas. Los pequeños en este tiempo como en cualquier otro suelen ser los convidados de piedra que, como mucho,  son traídos y llevados de aquí para allá como si fueran muebles, sin ningún respeto para sus necesidades y obligándolos a que sigan la estela de los adultos dentro de sus carritos como si fueran muñecos de cartón piedra que se sacan a la calle para lucirlos o pesos muertos con los que hay que apechugar como un tributo que los adultos pagan a la vida para satisfacer sus deseos de convertirse en familias.

         Algunas propuestas sencillas quizá puedan aportar cercanía entre pequeños y mayores y satisfacción en las relaciones. Si son muy pequeños hay unas bolsas que cualquier adulto se instala a modo de arnés en donde el bebé puede ir pegado físicamente al adulto, calentándose con el contacto directo, casi piel con piel, siempre teniendo en cuenta que el pequeño mire a quien lo lleva que creo que es la postura que ofrece más seguridad y teniendo todo el mundo al alcance de sus ojos con sólo volver la cabeza. Si se trata de un carrito independiente conviene instalarlo de modo que el pequeño pueda acceder visualmente al adulto querido que lo lleva y lo trae, cosa que le dará tranquilidad y confianza. De otra forma perderá la referencia de la persona adulta con la consiguiente angustia y  desorientación. Si es dentro de la casa lo que verdaderamente importa no son las cosas de que el menor disponga sino la cercanía a las personas adultas y la integración en el conjunto familiar con que se le trate.

         El valor de los regalos, que los adultos asociamos a lo que nos cuestan en monedas a los pequeños no les importan lo más mínimo y sí, en cambio, les convencen o no en función de la relacción que crean con las personas adultas y en función del papel que le hacen desempeñar en el conjunto. Podemos gastarnos lo que queramos para sentirnos satisfechos pero nuestros menores van a intentar, sobre todo, sentirse incluidos en el conjunto familiar y que las cosas que se les regalan no signifiquen en ningún caso maneras de excluirlos del conjunto, cosa a la que suelen ser extremadamente sensibles. Por eso el mejor regalo que se le puede hacer a un menor es el de nosotros mismos, el de compartir nuestro tiempo con ellos, el de incluirlos en nuestra vida y el de integrar su progreso al del conjunto familiar y no considerarlos como apéndices al margen cuya función en el mundo es la de complicarnos la vida.

         Una hermosa propuesta, pasear con ellos, si es posible andando a su ritmo y permitiéndoles que descubran los espacios y las texturas de cada cosa con la que se encuentran, tanto si llegamos a algún sitio de destino como si no. Pequeños talleres en la casa con los alimentos de modo que desde que su capacidad lo permita aprendan a elaborar platos de ensaladas o de frutas picadas que después sirvan para alimentos de toda la familia. Son dos recursos que llenan de satisfacción o todos los que participan, que no cuestan dinero y cuya importancia es de muy largo alcance. Por supuesto no son los únicos pero sí indican que lo que importa en la relación con los pequeños no es lo que seamos capaces de comprarles sino la disponibilidad que ofrezcamos de compartir nuestra vida con ellos. No me resisto en ejemplificar el regalo impresionante que ofrece el abuelo en el que ha invertido media paga y que a los pocos minutos en los que todavía están los adultos alabando el contenido, el pequeño se lo está pasando pipa con el envoltorio de cartón. 


domingo, 2 de diciembre de 2018

REGALOS



         Tradicionalmente la Navidad daba comienzo en cuanto salíamos del puente de la Constitución y de la Inmaculada. No recuerdo en años anteriores más cercanos pero lo que sí sé decir es que acabamos de estrenar diciembre y ya estamos metidos hasta el corbejón en plena algarabía de nacimientos, de anuncios a cual más conmovedor, de iluminaciones callejeras que rebasan todos los límites de la prudencia. Desgraciadamente no es que me extrañe pero cada día me reafirmo más en la idea de que nos gusta más un foco que nada. No sé cómo lo hacemos pero de cada contenido, como es tan difícil llegar al tuétano, hacemos gorgoritos porque parezca que lo contemplamos cuando en el fondo lo que estamos haciendo es acariciar la superficie de todas las maneras posibles y, la mayor parte de las veces, el meollo de la cuestión se queda esperando tiempos mejores. El enorme problema de los desahucios en España, por ejemplo, todos hablamos de él, pero ahí sigue presente cada día como una plaga maldita que no logramos quitarnos de encima.

         El otro día hemos vivido un desgarro nacional cuando hemos conocido que una mujer ha saltado al vacío desde un sexto piso con un pequeño en brazos porque no ha soportado la presión de que fueran a desahuciarla a la mañana siguiente. Un golpe así de seco nos deja helados en el momento en que se produce porque nos pone delante de nuestros ojos el fracaso colectivo que significa. Pero al momento seguimos con la fiesta, con las luces, con el ruido..., con la parafernalia en definitiva, a sabiendas de que el drama sigue ahí presente y será cuestión de días que tengamos otro aldabonazo parecido hasta ver si en algún momento nos dedicamos a escuchar el verdadero sonido social que nos está interpelando y que nos empeñamos en no oír. Ayer miles de voluntarios se afanaban en recoger varios millones de kilos de alimentos no perecederos para repartirlos entre las familias más necesitadas. Y no está mal, pero yo siempre recuerdo aquel dicho de "no me des pan, ponme donde haya.

         Quizá nos hemos volcado demasiado en la cultura de la, de lo superfluo, del fogonazo del momento y nos hemos olvidado del verdadero progreso que se forja con el trabajo duro y seguramente poco brillante de cada día. Recuerdo los primeros años de la democracia en España en los que algún político mayor me contaba la cantidad de millones que había que invertir en infraestructuras y lo poco que la gente lo iba a valorar porque no se ven. Son dineros enterrados niño, me decía. Y no le faltaba razón al bueno de Juan Tapia, socialista de toda la vida. Pero eso es un peaje que hay que asumir porque los verdaderos progresos sociales no están en los miles de bombillas que son capaces de lucir para un evento como la Navidad que se alarga y se alarga y vamos a terminar ignorando cuándo empieza y cuándo acaba. El verdadero progreso está en que seamos capaces de lograr que esa persona con su pequeño en brazos encuentre una salida de vida antes que saltar por el balcón desde una sexto piso para terminar de una vez.

         Lo último que quisiera ser es un aguafiestas pero lo que no quiero es que nos sigamos deslumbrando con flores de un día y sigamos mirando para otro lado mientras se siguen pudriendo los verdaderos problemas que todos conocemos pero que preferimos pasar de largo y entontecernos con el ruido y la parafernalia para que no nos duelan demasiado. Sugiero un regalo que percibo en algunos discursos que no terminan de levantar la voz. Sabemos que 2008 fue un drama y que desde entonces, lo que se llamó a bombo y platillo reformas estructurales, porque algunos decían que desgraciadamente lo que había que hacer era trabajar más y ganar menos, ya se ha cumplido,  pero lo que hemos logrados es que la clase media, el principal sostén de cualquier estado del bienestar sea hoy más pobre que entonces y que haya más ricos que entonces. El regalo puede ser retomar un rumbo que se torció entonces y que nos tiene varados en el desconcierto. Regalémonos justicia, que tan cara se cotiza.