Tradicionalmente
la Navidad daba comienzo en cuanto salíamos del puente de la Constitución y de
la Inmaculada. No recuerdo en años anteriores más cercanos pero lo que sí sé
decir es que acabamos de estrenar diciembre y ya estamos metidos hasta el
corbejón en plena algarabía de nacimientos, de anuncios a cual más conmovedor,
de iluminaciones callejeras que rebasan todos los límites de la prudencia.
Desgraciadamente no es que me extrañe pero cada día me reafirmo más en la idea
de que nos gusta más un foco que nada. No sé cómo lo hacemos pero de cada
contenido, como es tan difícil llegar al tuétano, hacemos gorgoritos porque
parezca que lo contemplamos cuando en el fondo lo que estamos haciendo es
acariciar la superficie de todas las maneras posibles y, la mayor parte de las
veces, el meollo de la cuestión se queda esperando tiempos mejores. El enorme
problema de los desahucios en España, por ejemplo, todos hablamos de él, pero
ahí sigue presente cada día como una plaga maldita que no logramos quitarnos de
encima.
El
otro día hemos vivido un desgarro nacional cuando hemos conocido que una mujer
ha saltado al vacío desde un sexto piso con un pequeño en brazos porque no ha
soportado la presión de que fueran a desahuciarla a la mañana siguiente. Un
golpe así de seco nos deja helados en el momento en que se produce porque nos
pone delante de nuestros ojos el fracaso colectivo que significa. Pero al
momento seguimos con la fiesta, con las luces, con el ruido..., con la
parafernalia en definitiva, a sabiendas de que el drama sigue ahí presente y
será cuestión de días que tengamos otro aldabonazo parecido hasta ver si en
algún momento nos dedicamos a escuchar el verdadero sonido social que nos está
interpelando y que nos empeñamos en no oír. Ayer miles de voluntarios se afanaban
en recoger varios millones de kilos de alimentos no perecederos para
repartirlos entre las familias más necesitadas. Y no está mal, pero yo siempre
recuerdo aquel dicho de "no me des
pan, ponme donde haya.
Quizá nos hemos volcado
demasiado en la cultura de la, de lo superfluo, del fogonazo del momento y nos
hemos olvidado del verdadero progreso que se forja con el trabajo duro y
seguramente poco brillante de cada día. Recuerdo los primeros años de la
democracia en España en los que algún político mayor me contaba la cantidad de
millones que había que invertir en infraestructuras y lo poco que la gente lo
iba a valorar porque no se ven. Son
dineros enterrados niño, me decía. Y no le faltaba razón al bueno de Juan
Tapia, socialista de toda la vida. Pero eso es un peaje que hay que asumir
porque los verdaderos progresos sociales no están en los miles de bombillas que
son capaces de lucir para un evento como la Navidad que se alarga y se alarga y
vamos a terminar ignorando cuándo empieza y cuándo acaba. El verdadero progreso
está en que seamos capaces de lograr que esa persona con su pequeño en brazos
encuentre una salida de vida antes que saltar por el balcón desde una sexto
piso para terminar de una vez.
Lo
último que quisiera ser es un aguafiestas pero lo que no quiero es que nos
sigamos deslumbrando con flores de un día y sigamos mirando para otro lado
mientras se siguen pudriendo los verdaderos problemas que todos conocemos pero
que preferimos pasar de largo y entontecernos con el ruido y la parafernalia
para que no nos duelan demasiado. Sugiero un regalo que percibo en algunos
discursos que no terminan de levantar la voz. Sabemos que 2008 fue un drama y
que desde entonces, lo que se llamó a bombo y platillo reformas estructurales, porque algunos decían que desgraciadamente
lo que había que hacer era trabajar más y ganar menos, ya se ha cumplido, pero lo que hemos logrados es que la clase
media, el principal sostén de cualquier estado del bienestar sea hoy más pobre
que entonces y que haya más ricos que entonces. El regalo puede ser retomar un
rumbo que se torció entonces y que nos tiene varados en el desconcierto.
Regalémonos justicia, que tan cara se cotiza.
¡Ay, Antonio; qué duro te nos estás poniendo!
ResponderEliminarMis hijas, que siempre se han quejado de la poca importancia que le dábamos a las fiestas navideñas, me van imponiendo su celebración con el pretexto de los nietos.
Y mañana, aprovechando que estoy sustituyendo a la maestra de los mayores, haré una gran sesión de psicomotricidad con los catálogos de juguetes, que acabará siendo una carta a los reyes magos.
¿Que debería estar pensando en los desahuciados, en las pateras, y en los refugiados...; incluso aprovechando a esa familia de Nazaret que no tenía dónde recogerse? puede ser; pero opto por no castigarme tanto.
Paara decirte la verdad me impresionó mucho la decisión de esa señora de 65 ños de tirarse por la ventana con un pequeño en brazos. Pero es que he leído que días antes estuvo aportando ropa en uno de los puntos de recogida, que nadie, al parecer, conocía su verdadera situación y que provenía de una familia bien y era muy hermosa, de modo que la sorpresa fue para todas las personas que la conocían. En cualquier caso, me parece un drama colectivo. Pero tomo nota con lo de que igual me estoy volviendo muy dramático, por si hay que retocar el rumbo. Un abrazo
EliminarUn artículo interesante ...
ResponderEliminarSaludos
Mark de Zabaleta