Apenas
hace unas horas que este invierno se ha instalo entre nosotros. Nada fuera de
lo normal. Una vez más se cumple el ciclo de la vida y en este momento es lo
que toca. Para mi si hay un cambio que quiero compartir. Es posible que me haya
puesto hasta pesado con los días que iban ganando oscuridad y lo venía
sintiendo casi con agobio físico. Este año lo he percibido en algún momento. Es
posible que con el paso de los años cada vez se vaya uno pareciendo más a un
niño. No me extrañaría. Lo cierto es que se asocia el sol y la luz natural con
el jolgorio y la alegría y, por el contrario, la oscuridad con el recogimiento
y la reflexión. El hecho de que los días más cortos del año coincidan con las
vacaciones de navidad hace que sean las familias las que tengan que bregar con
lo más oscuro del año. He salido alguna vez de compras y he podido constatar el
creciente empeño del comercio por combatir la oscuridad con millones de luces.
Este
año especialmente parece que hemos tirado la casa por la ventana en gasto de
iluminación artificial. Como si nos hubiéramos creído que la luz tiene alguna
simbología con nuestro mundo interior, aunque solo se trate de unas cuantas
bombillas. Quiero suponer que las nuevas maneras de iluminar no significan
directamente más carestía porque estamos llegando a ciertas cuadraturas del
círculo y somos capaces de iluminar más las ciudades con tipos de luz más barata.
Muy cerca de donde vivo, Granada, es donde al parecer se produce el milagro. Un
pueblo de Córdoba, Puente Genil se ha convertido en la meca de las
iluminaciones. Empezó en su momento alineando bombillas normales y hoy goza de
una potente industria de la iluminación extensiva con los últimos adelantos
tecnológicos capaces de producir a gusto del consumidor más exigente los diseños
más arriesgados que iluminan cualquier noche de España y hasta del mundo. Me
alegro por mis vecinos y les deseo el mejor de los futuros.
Quiero
volver de todas formas a nuestro asunto persistente de preocuparnos por los
menores y ligarlos con la luz, de ahí el
ejemplo manifestado, porque cada vez se ven menos pequeños por las calles. La
prisa se nos ha metido en el cuerpo de tal manera que ya somos incapaces de
andar con nuestros hijos tranquilamente por la calle e invertir el tiempo
suficiente como para que ellos puedan mirar cada uno de los miles focos de
atención que los llaman. Permitirles que se vayan parando en todo aquello que
deseen, que toquen lo que necesiten y que vayan conociendo la vida por sus
propias experiencias y a su ritmo. Somos capaces de diseñar los artilugios más
modernos para facilitarnos la vida pero parece que a la vez nos negamos a
disfrutar de ella utilizando el tiempo para satisfacer nuestra curiosidad y
para gozar de todo lo que la realidad nos ofrece.
Son las primeras navidades de mi nieta Noor (que significa luz, en árabe) y está maravillada con toda la iluminación que se ha encontrado al llegar con sus seis meses a las calles granadinas.
ResponderEliminarÉsta es mi última entrada en tu blog por este curso, ya que empiezo mi primer bloque de prejubilación.
Nos leemos en septiembre.
Un abrazo
Hermoso nombre, Noor. Y luz también. De abuelo habrá que verte. Un espectáculo. Te echaré de menos, no lo dudes pero hasta cuando tú quieras. Este abrazo de agradecimiento.
EliminarFelices Fiestas !
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ResponderEliminarque el arte de tus ojos sigan sacando la magia que capturas con tu alma
Así es. Es una ley: que las cosas más importantes suceden en días festivos (sábados y otras fiestas).
ResponderEliminarSe precisa de digestión, como dices, totalmente de acuerdo.
¡FELICES FIESTAS Y PRÓSPERO AÑO 2019!