Más de
una vez y siempre de manera injusta, los profesionales de la educación hemos lamentado
entre nosotros que para ser padres no se necesite ningún examen. Es cierto que
a veces uno ve lagunas en las familias que resultan inexplicables pero no es
menos cierto que en nosotros mismos, a poco que nos analicemos, esas lagunas
que censuramos o de las que nos lamentamos las vivimos nosotros mismos con
nuestros propios hijos ante los que ya no estamos obligados a manifestar ningún
disfraz profesional. Es más, también hemos llegado a comentar que no hay
pequeños menos permeables a nuestras propuestas educativas que los hijos de
compañeros. Es como si nos llegaran vacunados e impermeabilizados y fueran especialmente
reticentes. Recuerdo una compañera que nos comentaba que su hijo adolescente le
recriminaba con sarcasmo: ¡A ver qué
dice la pedagoga! Y eso era lo que más le dolía a su madre.
No
digo que no tengamos razones para reaccionar de manera tan injusta y tan
arrogante porque a lo largo de la jornada de trabajo uno ve cosas y situaciones
que le resultan difíciles de digerir pero es que también es difícil aplicarnos
como profesionales la autocrítica suficiente para entender que nosotros nos
dedicamos a mirar a los demás pero al mismo tiempo formamos parte de ellos y
cuando terminamos nuestro trabajo participamos de los mismos vicios que denunciamos. Si hay
una imagen que ofrezca como nadie la propuesta más justa de la vida afectiva y
emocional es la de un mercadillo callejero. Todas las personas que se acercan,
tanto si venden como si compran, lo hacen pensando que van a conseguir lo que
buscan a buen precio. No creo que a nadie en un mercadillo le vayan a pedir
otro certificado que no sea el de persona y allí se sabe como en ningún otro
sitio que cualquier cosa tiene un precio y que hay que ingeniárselas por
conseguir lo que uno busca lo más barato posible y eso se consigue regateando.
Entre
los pequeños la convivencia siempre es un regateo en el que cada uno intenta
conseguir lo que quiere y sabe que tiene que ofrecer algo a cambio porque en
esta vida nada es gratis. Sé que me repito como una comida indigesta pero es
que hay vivencias que nos aleccionan de modo que nos sirven de paradigma para
aclararnos nosotros y para explicar fenómenos que de otro modo nos las veríamos
y nos las desearíamos. Cuando Alba y Fernando querían jugar a padres y madres
todo era delicioso, pero no contaban con Cristian que se metió en medio y
exigió ser el padre. Tuvieron que ingeniárselas haciendo que Fernando fuera el
perro para que Cristian los dejara en paz y ellos se alejaron de su zona de
influencia para seguir jugando, que era lo que querían, pero no como padre y como
madre que hubiera sido su deseo, sino como madre y como perro para tener la
fiesta en paz.
Todo
este juego de intereses elementales que están presentes en el comportamiento
humano son los que configuran la convivencia y no están relacionados
exactamente con los niveles culturales por más que la cultura tenga su
importancia sino que forman parte del trasiego o intercambio en el que se
fundamenta la vida. No es extraño, y creo que todos lo hemos vivido,
encontrarnos a personas que no disponen de una gran cultura y que los vemos
desenvolverse en la vida de forma superior. Y al contrario. También nos
encontramos con personas de alto nivel cultural que no son capaces de salir de
atolladeros familiares o sociales que la vida les pone delante y se les
atragantan. El entramado de la vida no tiene una correspondencia directa con la
estructura social de valores en la que nos desenvolvemos. Creo que es más
sensato que nos acerquemos unos a otros con la conciencia de que todos tenemos
algo que ofrecer y que todos sabemos que cuando uno quiere algo sabe que tiene
que pagar un precio por ello y que eso no es un mal fundamento para la
convivencia.
Leyendo la historia de Alba, Fernando y Cristian, se me ocurre preguntarte si sabes qué fue de ellos. A estas alturas deben haber formado sus propias familias, y sería interesante saber si ha sido entre ellos o con otras parejas.
ResponderEliminarLos tres interfectos tienen ya la friolera de 42 años. Alba, que es mi hija trabaja con su hermano en la empresa inmobiliaria. Fernando, que es hijo de Pilar Merediz, que fue nuestra primera secretaria sé que tiene hijos, que está calvo y no he hablado con él desde ni se sabe y de Cristian no sé absolutamente nada. Un abrazo
EliminarUn artículo interesante ...
ResponderEliminarSaludos
Felices Fiestas !
Absolutamente interesante y además, destacable la lección de sinceridad y autocrítica. Muy bueno, Antonio
ResponderEliminarUn abrazo
Querida Pilar. Te agradezco tus palabras y te digo que a medida que pasa el tiempo siento una fuerte tentación de sentirme limpio para soportar la imagen que me veo en el espejo. Un beso
Eliminar"Todo este juego de intereses elementales que están presentes en el comportamiento humano son los que configuran la convivencia y no están relacionados exactamente con los niveles culturales por más que la cultura tenga su importancia sino que forman parte del trasiego o intercambio en el que se fundamenta la vida."
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo.
Abrazos, Antonio.