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domingo, 19 de abril de 2020

AÑORANZA


         En este largo confinamiento por el covit 19 algunos venimos reclamando desde el principio un tratamiento más abierto para los niños. Le semana pasada los llegué a comparar por pura desesperación con las mascotas y sugerí, incluso, que si lo que los diferenciaba era un collar, se podría pensar antes que verlos en la casa encerrados tantos días cuando a ellos, en realidad esta pandemia ni les va ni les viene. Hoy me alegra, es un decir, que a partir de mañana vamos a poder ver a menores de 12 años por la calle, bien es verdad que junto a un adulto y sólo para los asuntos establecidos: pasear a las mascotas, comprar el pan o ir al supermercado. Me alegro por todos: ellos porque algo de aire libre van a poder ingerir y el resto porque se nos va a poner una cara más humana y más sensible con los más pequeños. No quiero insistir de nuevo en las consecuencias de tan largo alcance por causa de tanto encierro que no entienden y que es contrario a las leyes universales de desarrollo de las personas. Espero y deseo que sea el comienzo de una serie de relajaciones que nos permitan de nuevo gozar de la vida en directo.

         Podría haber concluido el párrafo con la vuelta a la normalidad pero me he retenido a conciencia porque tenemos que saber que este asunto de la normalidad nunca ha significado muchas cosas en concreto pero me temo que a partir de nuestra vuelta a la calle va a significar muchas menos. El otro día mi hija Alba me mandó una rama de celindo florecido porque sabe que su olor es uno de mis delirios desde hace mil años y sólo florece unos días al año, en esta época. Sin embriagarme varias veces de esa fragancia insólita y celestial este año sé que no soy el mismo. Tengo uno a cien metros de mi casa, en plena calle, que me ha surtido de olor estos diez últimos años. Ya en la salida de la ciudad, ese bofetón de amarillo de los jaramagos que son los reyes de los campos en barbecho y de los bordes de todos los caminos también me faltan. Son como piezas de mi vida de las que tengo que prescindir por causa del virus y que no se lo voy a perdonar nunca porque me va a hacer un poco más extraño en esta vida.

         Podría continuar con otras cosas y aspectos de valor que este año hay que dejar de lado y seguiremos viviendo, aunque ya no seremos los mismos. Por mi pasión de lector no añoro la soledad física. La lectura me permite vivir miles de vidas con la imaginación pero sí me falta la presencia de los míos. En mi familia nunca hemos sido muy zalameros, más bien con espacio suficiente como para que cada uno se mueva con holgura pero sí nos hemos mirado y nos hemos sentido cerca y ahora eso sólo nos es permitido a través del móvil o del ordenador y, francamente, no es lo mismo. Cuando me conecto con mi hijo mayor Nino, su hija África no para de dar la vara metiéndose en la imagen para ocupar la pantalla, esa que ocupa con normalidad con sus juegos cuando viene de visita en condiciones normales. Cuando mi Elvira, la menor, duerme en mi casa nos instalamos de manera natural en distintas dependencias de la casa y nos pasamos las horas muertas, ella con sus estudios y yo con mis lecturas, ambos conscientes de la presencia del otro.

         Aparte de alegrarme de que los más pequeños puedan ver la luz un poco a partir de mañana y de mencionar algunas secuencias de mi normalidad, cada uno tendrá la suya, las comento consciente de que va a pasar mucho tiempo para volver a vivir secuencias como esas. No sé si lo que llega va a ser mejor que lo que hemos dejado atrás pero hoy no me imagino cómo va a ser un mundo en el que no pueda tocar a las personas, susurrarles al oído, abrazarnos y sentirnos uno cada vez que nos apetezca. Es posible que algún día podamos recuperar alguno de los gestos que comento pero parece que va a pasar bastante tiempo durante el que no vamos a poder ni vernos las caras. Esto no es ni más ni menos que un mundo que no conocemos. Los más jóvenes puede que se adapten porque ese va a ser el suyo pero algunos ya con una edad, creo que nos vamos a sentir extraños, sin fuerza ni ganas para tanta distancia.

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