Seguidores

domingo, 7 de marzo de 2021

PUNTO Y SEGUIDO


         Si nos lo hubieran dicho el primer día hubiera costado trabajo creérselo, pero aquí estamos, un año ya, de una guerra de palabras, más o menos justa o injusta, según se mire, pero  excesiva sin duda, que nos metió en una senda por la que caminamos haciendo alarde de inflación verbal, examinándonos cada día de los términos más tremendistas que solo nos lleva a mostrar una imagen excesiva de nosotros, cada vez más lejanas las posibilidades de entendimiento, a la vez de cerrarnos las puertas del diálogo al que estamos abocados irremisiblemente. Hay quienes llevamos un año ya reclamando en cualquier  idioma conocido que no hay más camino que el entendimiento y parece que predicamos en el desierto, aunque nunca hemos visto otro puerto de llegada, ni lo vemos hoy, que el de entendernos. Entre los argumentarios hemos pasado desde los proyectos más simple de dos y dos son cuatro de los primeros días hasta las reflexiones más sesudas recientes, con el mismo resultado: no hay otra meta que el entendimiento pero, a día de hoy, nadie lo ve posible.



         No parece que las leyes del diálogo hayan dado muestras de cambio cuando el planteamiento inicial al llegar a la mesa de trabajo es  el de plantear unas máximas imposibles para quien tenemos enfrentes. Supongo que estamos hablando de cuestiones de poder del que ninguno de los dos contendientes consideran, de inicio, que no pueden renunciar. Los ayudas de cámara de cada uno de los dos bloques, hasta el momento no han hecho más que arrimar ascua a la sardina con lo que las razones para el desacuerdo no hacen otra cosa que atascar las posibilidades de entendimiento a la vez que, tanto unos como otros, ratifican la evidencia de que no hay más salida que bajar la cabeza, bajar la cabeza dialéctica y asumir en alguna medida los argumentos del contrario para que lleguen a encontrarse en algún punto que justifique el acuerdo. Tanto unos como otros no terminan de ver que acordar y que no se note. El problema es vender al público de cada uno las cesiones efectuadas para estampar la firma, una vez que tanto se ha cacareado las diferencias.



         Y aquí seguimos. Podría decir que como el primer día, pero no es verdad. La mínima confianza y la nobleza imprescindible para cualquier anuncio de pacto le resulta impensable de asumir al contrario, pero a la vez se ratifica la evidencia de que el lenguaje no ha inventado todavía ningún recurso que se pueda presentar como acuerdo y desacuerdo al mismo tiempo. Probablemente no se ha fabricado un término que contenga ambos resultados sin que ningunos de los contendientes en liza sientan que ha cedido más de los que pensaban cuando posaron su culo por primera vez en la silla de la negociación. Y, si seguimos en estas, hasta cuando podemos aguantar. No hay respuesta posible a unos resultados que no tienen otro destino que mostrar la discrepancia como único destino para su clientela, a sabiendas de que los de enfrente están que trinan para vender la más mínima cesión, real o medio real, pero que le valga como soporte para justificar su planteamiento. Y…, claro…, el milagro no llega, sencillamente porque no puede llegar. Todavía no se ha fabricado un argumento que sea blanco pero un poco negro, ni lo contrario


.

         Damos vueltas y vueltas a los mismos argumentos hasta ver si en el intermedio ha cambiado alguno de los planteamientos imposibles, cosa verdaderamente impensable porque, al mismo tiempo, cada uno vigila al otro con lupa por si la brizna más pequeña de desacuerdo se ha colado en la discusión, y en ese caso, mano a la denuncia y a la demostración incuestionable de que los planteamientos del denunciante quedan en evidencia. Con lo que se demostraría que cualquiera de los dos llevaba razón desde el principio y era el contrario el que buscaba la trampa como base de su discurso. Los días pasan y las posiciones no se mueven lo más mínimo. Una y otra vez se sientan los negociadores y alcanzan una propuesta de acuerdo, la que sea, que se somete a la firma final, que no logra plasmarse porque es imprescindible encontrar para eso un argumento que demuestre que uno de los dos ha cedido y eso, desde el principio, sigue siendo imposible.    

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario