A día
de hoy se acercan a los 3 200 000 los infectados en España y superan por poco
los 72 000 los muertos por coronavirus constatados. Con ser alarmantes las
cantidades de la pandemia, que lo son, no me parece que los números sean lo más
escandaloso de esta invasión que sufrimos, después de un larguísimo año que nos
tiene la vida cambiada sin comerlo ni beberlo. Lo más serio de este conflicto
con la vida que estamos atravesando está, en que un día se nos coló de rondón y
nos vimos, de la noche a la mañana, bailando en una fiesta que desconocíamos
por completo y fuimos teniendo que aceptar una serie de cambios para los que no
estábamos preparados. Pasan los días y después de un año ya nos vamos viendo
cada día más enrarecidos y, en este
momento nos vemos con modificaciones profundas, muchas de ellas incluso insólitas,
que se nos han colado de rondón y amenazan en convertirse en permanentes,
formando parte de nuevos hábitos que hasta el momento no conocíamos. Nosotros,
los de entonces, parece cada día más claro que no vamos a ser los mismos.
Cuando
la angustia por las novedades que la pandemia iba introduciendo se hacían más
agobiantes, empezamos a ver en las vacunas el punto de luz que nos indicaba la única salida.
Ese es el lugar en el que nos encontramos en este momento. No solo vemos la
salida sino que en vez de uno son varios, concretamente cuatro en este momento,
con la certeza añadida que, a pesar de los nuevos recursos que significan, las
limitaciones de elaboración y servicio en los plazos acordados, nos mantienen
en vilo sobre si los compromisos asumidos por nuestro gobierno de tener
vacunados al 70% de la población para mediados de año, se van a cumplir o no.
Es como si, a cada nivel de conocimiento al que vamos accediendo, se siguen y
se adjuntan dificultades imprevistas que nos mantienen el alma en un hilo sobre
las previsiones iniciales. No terminamos de ver claro si vamos o si venimos.
Quizá
el elemento nuevo que ha surgido en la palestra es que todos han puesto las
cartas sobre la mesa y han dejado al descubierto sus verdaderas intenciones. El
panorama nacional se ha llenado de mociones de censura y de anuncios
electorales en según qué comunidades. O sea que la solución sanitaria como
primera opción ha quedado relegada y hoy está claro que antes que la salud hay
que resolver y clarificar las opciones sobre el poder que unos y otros albergan
en sus propuestas o en sus intenciones, de modo que los niveles de riesgo que
se asumen hoy no están relacionados con moralidades de un signo o de otro sino
que todos los signos juegan en favor de los objetivos que se plantean y todos
han de verse satisfechos antes que poner el de la salud como primero. Sabíamos
que la valoración era así desde el principio, pero quedaba cubierto de neblina
explicativa de unos y de otros. Ahora queda claro que las ambiciones
particulares están antes que el objetivo sanitario, que en el discurso siempre
sonó como primero, y hoy nadie es capaz de concretar qué puesto ocupa.
Cuando
cada participante muestra sus cartas, todos conocen el ámbito y la dimensión
real que tiene el juego desde ese momento en adelante. Tiene de positivo que
nadie engaña a nadie, que todo el mundo sabe dimensión del juego que se
establece y que nadie engaña a nadie. Hasta este momento, unos y otros se
amparaban en argumentos de una u otra índole, para esconder sus verdaderas
intenciones. Hoy, con todas las cartas a la vista, ya sabemos que de lo que se
trata es de ganar poder a cualquier precio, que nadie va a ceder un palmo de
terreno mientras tenga una sola posibilidad, que es lo que verdaderamente lo
hace moverse en un sentido o en otro. A partir de este momento la guerra no
tiene cuartel y durará hasta que el panel del poder quede distribuido a
satisfacción de todos y todos depongan sus intereses como ambiciones
hegemónicas. Lo demás deja de ser historia.
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