Parece
que el mundo, en los últimos ocho meses no ha tenido otro tema que el COVIT 19 porque ha inundado los
noticiarios de arriba abajo. Hay emisoras que lo han tomado como asunto
monográfico. Mi hijo me comentaba ayer que escuchaba las informaciones y tenía
la sensación de oír los deportes, con su propio formato escueto y referido a
números. Unas provincias competían con otras sobre cuál era capaz de presentar
mejores números de infectados y las pantallas se llenaban de gráficos para que
los televidentes no se perdieran el más mínimo detalle sobre los entresijos de
la pandemia. Anoche resulta que el tema estrella era que las organizaciones
médicas colegiadas exigían la dimisión irrevocable del responsable de
comunicación, Fernando Simón porque una de las frases de su información del día
anterior aludía al cuerpo médico y a su poco ejemplar comportamiento al margen
de su trabajo y eso no se podía permitir. La guerra por los relatos trae a la
prensa endemoniada porque lo que en principio era pura ignorancia general, en
este momento los grandes medios se han convertido en catedráticos que, sin
pudor alguno, exponen diagnósticos, veredictos sobre el pasado y prospecciones
de futuro a placer.
Recordamos
que los más altos niveles de eficacia para combatir la pandemia estaban en que
todas las fuerzas concernidas se pusieran a remar en la misma dirección. La
realidad de cada día, si nos deja constancia de algo es que todo aquello que se
pueda convertir en desacuerdo, en pugna, en disparidad de criterios, en
enfrentamientos estériles por conseguir primeras páginas para cualquiera de las
opciones políticas, eso es justamente lo que nos llega por tierra, mar y aire en
cada noticiario, en cada tertulia, mientras los ciudadanos de a pie dirigimos
nuestra mirada aquí o allá siguiendo la dirección de la pelota del discurso en
pugna y cada día más tristes, mas resabiados y más lejos de la esperanza por
más que los anuncios nos repitan que justo detrás de la puerta del tiempo se
empieza a tocar la primera vacuna de la salvación.
A
estas alturas de la edad lo que nos va quedando claro es que la solución del
problema interesa un comino y cada uno no tiene más preocupación que hacer que
sus ideas penetren en el cuerpo social con
la fuerza que puedan. El mundo acumula 1300000 muertos por COVIT 19 y no se habla de otra cosa.
Cada año la misma muerte se lleva a 5 millones de personas por causa del
alcohol y a otros 8 millones por causa del tabaco, ambas sustancias
perfectamente legales y de las que no se habla ni se estudian tratamientos
porque no se las consideran pandemias, por más que sus efectos asesinos se
dejan sentir de manera inexorable. Lejos de mí tratar de quitar importancia a
la pandemia del COVIT 19 que está
sobre nuestras cabezas y dentro de ellas en este momento. Mi reflexión va
dirigida a no dejarnos llevar con tanta ligereza sobre los últimos
acontecimientos del último minuto, a lo que somos muy dados y a contemplar
nuestras miserias, que son unas cuantas y no sólo el COVIT 19, para que de camino que buscamos soluciones para la
última, no olvidemos las que llevamos de la mano sin resolver cada día que
pasa.
No me puedo olvidar de la pandemia del hambre y la pobreza, para la que no hay vacuna y no para de aumentar, las guerras localizadas, que mantienen en la angustia y en la muerte a millones de personas cuando la vacuna se encuentra en nuestras manos hoy mismo, mientras miramos con angustia justificada solo al COVIT 19, como si fuera la única. Yo no sé si la cacareada vacuna Pfizer va a ser la primera ni la más eficaz de las muchas anunciadas y varias de ellas en los últimos niveles de comprobación, de modo que el próximo año es posible que podamos disponer de varias. Lo que sí digo es que Pfizer ha subido en Bolsa millones y millones de euros su cotización sin que hayamos visto todavía la primera persona en el mundo con el pinchazo milagroso en su brazo.
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