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domingo, 1 de noviembre de 2020

ARROGANCIA

 

         A día de hoy, 45 millones de infectados en todo el mundo y 1200000 muertos. Hace unos meses el virus se había centrado en América pero en este momento la capacidad de infección está centrada en Europa de nuevo con una fuerza que supera los 50000 casos cada día. La letalidad no es tan alta por el momento como lo fue en marzo pero ya supera con creces los 200000 muertos y el frío no ha hecho más que empezar. La mayoría de los países europeos estaban razonablemente satisfechos de la evolución de los contagios porque tenían unas cifras que, salvo España, no superaban los 100/100000. Pero este mes de octubre la intensidad se ha dado un vuelco y, aunque España sigue empeorando de las malas cifras que arrastraba, el resto de los países han crecido de manera exponencial. Las medidas de urgencia no se han hecho esperar. Se comenzó con los toques de queda, nomenclatura que España nunca se había atrevido a proponer por las implicaciones bélicas que tradicionalmente traía aparejadas. Hoy ya está perfectamente asumido y en cuestión de días hasta se ha quedado obsoleto.



         Entramos en el mes de noviembre con el alma en un hilo porque los números nos asustan y no paramos de mirar la curva que sube y sube con un nivel de infección superior incluso a la de marzo, si bien la cifra de muertos no llega a tanto por el momento. Ahora los ojos se vuelven a los hospitales porque empezamos a ver cómo las disponibilidades se van llenando de enfermos de COVIT 19, lo que quiere decir que el resto de las enfermedades se van quedando sin espacio para diagnósticos y tratamientos. Algo así pasó ya en marzo y nos dimos cuenta de que las personas no sólo necesitaban cuidados para la pandemia recién llegada sino que seguían enfermando de las enfermedades tradicionales y no teníamos capacidad para hacer frente a tantas necesidades. Durante todo el verano se ha venido insistiendo que necesitábamos reforzar nuestra atención primaria y contratar grupos de rastreadores para que el virus no se desmadrara pero los resultados han sido en general decepcionantes. La euforia de la desescalada nos hizo pensar que todo había pasado y que la cosa tampoco era para tanto.



           Después de haber dominado la primera curva las infecciones no han parado de subir, si bien de manera más relajada en el tiempo. Los expertos seguían diciendo que era en ese momento precisamente cuando había que aprender de nuestras lagunas sanitarias, que habían quedado claramente al descubierto pese a lo que veníamos pensando tradicionalmente, y dotarnos de suficiente personal que detectara los focos de contagio y los siguiera paso a paso para que las cadenas nunca se nos fueran de las manos. El resultado ha sido irregular. Así como ha habido comunidades que se han esforzado en seguir las indicaciones y se ha visto que, si los contagios se mantenían, el virus no ganaba terreno, tampoco han faltado los gobernantes que han considerado que el 1% de la población no podían estar tiranizando al 99% restante y que había que pensar en los problemas económicos y sociales que la pandemia seguía dejando y dejar de insistir tanto en los aspectos sanitarios.



         Estamos en plena ebullición de la segunda ola, con España confinada en pleno fin de semana de todos los santos y pensando que hay que profundizar este confinamiento porque los hospitales  están dando señales de agotamiento y las camas disponibles no pueden de nuevo emplearse sólo en los enfermos de COVIT, como si el resto de enfermos fueran  menos importantes. Pues, aunque parezca imposible, todavía está Madrid, completamente sola y al margen de todos los acuerdos que semanalmente toman las comunidades autónomas con el gobierno central, inventándose confinamientos de fines de semana con el argumentos de que hay que abrir los establecimientos y no pensar sólo en la salud. Y se quedan tan panchos. Me recuerdan a aquel desfile militar en el que el corneta que iba en cabeza llevaba el paso distinto al resto y su madre, que lo miraba desde el público decía arrobada: Qué listo es mi hijo, el único que no lleva el paso cambiado.   


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