Levantarse
cada mañana con los estímulos que comentábamos la semana anterior cambia por
completo la manera de ver la vida. De hecho ya estamos aplicando al año recién
estrenado una serie de adjetivos positivos, incluso entusiastas que,
indiscutiblemente tienen su fundamento, pero que se encuentran muy lejos de la
realidad que palpamos. Hemos vivido el privilegio de conocer a Araceli Hidalgo
que, con sus 96 años, nos ha infundido ánimo mientras ofrecía su brazo para que
le inyectaran la primera vacuna. Eso no se puede discutir y es radicalmente
estimulante. Pero han empezado a pasar los días y vemos que el mismo proceso de
vacunación es muy difícil por la propia complejidad física del transporte y
manipulación de la primera vacuna disponible Pfizer. Mucho más si tenemos en
cuenta que la influencia de las navidades han acuñado una frase que resulta
cruel, pero que me parece cierta en
España preferimos festejar a salvar vidas. A modo de ejemplo, en diciembre
han muerto 6000 personas por causa del COVIT
19 que, con ser muchas menos que en los peores momentos en los que llegamos
a acercarnos a los 1000 diarios, debiera resultarnos insoportable.
Y es
que, sin ser mentira los estímulos positivos que nos han vendido con la llegada de la primera vacuna,
no es menos cierto que las curvas de contagio siguen subiendo como producto de
los incumplimientos de las normas durante estas fiestas que no terminarán hasta
el miércoles día 6 con la cabalgata de reyes. Al comienzo habíamos bajado
dolorosamente la curva de los 200/100000 y en el día de hoy acariciamos los
300/100000 y subiendo y no parece que nos escandalicemos demasiado. Es
verdaderamente dramático ver con la facilidad con la que sube la curva de
contagios y los sudores que nos cuesta bajarla. Al final eso significa muertos
que se van quedando en el camino y que nos acusan más porque cada día sabemos
mejor cómo combatir el virus y, por tanto, somos más responsables si no lo
hacemos.
Con el
estímulo positivo entre manos, antes de entonar cualquier nota de victoria, ya
podríamos mirar a los ojos la realidad y concentrar nuestros esfuerzos en bajar
la curva de contagios lo más cercano al 0 posible, como llegamos a lograrlo a
final de junio del año pasado y colaborar con nuestro esfuerzo al efecto
benefactor de la vacuna, que es indudable desde el primer momento pero que no
nos va a permitir relajarnos hasta que pasen bastantes meses, que será, eso
esperamos, cuando más de la mitad de la población se encuentre debidamente
vacunada y logremos la tan ansiada inmunidad
de grupo. Las previsiones teóricas nos dicen que sobre mitad de año podemos
haberlo conseguido y ojalá sea así, pero hay que irlo viendo paso a paso. Puede
ser y hay datos que lo avalan, pero no faltan complicaciones como la aparición,
por ejemplo, de la cepa británica,
que son palos en las ruedas del camino de salida, que nos pueden complicar y
mucho la solución.
Suponiendo que la solución se alcance más o menos en el tiempo previsto, hacia mitad de 2021, qué nos encontramos entonces. Pues un mundo que se va a parecer poco al que abandonamos allá por marzo de 2020 porque habrá que afrontar una enorme reconstrucción social y económica como si acabáramos de salir de una guerra. Los mejores augurios nos dicen que no alcanzaremos los niveles previos, por lo menos hasta el 2022 con mucha suerte. Pero es que lo de volver a la normalidad, que ojalá consigamos, desde luego no tiene por qué ser a la que dejamos. En medio han pasado cosas, hemos visto nuestras fortalezas y también nuestras debilidades. Eso debería enseñarnos que se puede y se debe aprender porque no estamos inmunes de que cualquier otro fenómeno imprevisto, aunque no tenga por qué llamarse COVIT 19, nos pueda alcanzar de nuevo y nos debería encontrar con la guardia alta y las debilidades mejor cubiertas y no con la cara de lelos que nos encontró la que tenemos encima.
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