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domingo, 27 de diciembre de 2020

ESTÍMULOS

         Ya he reiterado en domingos anteriores que la verdadera lucha contra la pandemia, al menos en España, no se libra en el terreno de la salud sino en la disputa política que, desde mediados de marzo, que tuvimos el disgusto de verle la cara al dichoso COVIT 19 no hemos parado ni un  momento de tirarnos los trastos argumentales a la cabeza, a sabiendas, desde el primer momento, que la mejor medicina era el remar todos en la misma dirección. Hemos llegado a la navidad con la disputa en dos frentes: bajar la curva de contagios hasta 25 cada 100000 habitantes o las tesis de los de enfrente que cada día se desviven un poco más por abrir bares y comercios al menos una hora más de la que aconseje el gobierno. Producto de la pugna hemos logrado que en el puente de la Constitución que ya empezábamos a bajar de los 200 cada 100000 después de haber subido hasta 1000 cada 100000, la Comunidad de Madrid decidiera que habría que abrir la mano de manera intermitente, al menos para hacerse ver. Total que hemos llegado a la navidad con la curva de nuevo en ascenso.



         Hoy hemos pasado el primer rubicón de la nochebuena, que no se ha salvado para nada y que la hemos vivido como hemos podido, pero muy distinta a la habitual y aquí estamos a la espera del segundo rubicón de la nochevieja que esperemos que no se desmadre demasiado y nos permita salvar la cara con la conciencia de que lo que tenemos entre manos es serio y necesita del concurso de todos. Esta mañana viviremos, por fin, un estímulo material positivo porque en una residencia de mayores de Guadalajara se va a inyectar la primera vacuna a bombo y platillo a una usuaria de 90 años y a una cuidadora. Habrá millones de cámaras para grabar el momento. Se pondrán algunas dosis más a otras personas porque es verdad que empieza la vacunación con la velocidad que se puede, que no es mucha porque dependemos de las disponibilidades que Europa nos ofrece y de la capacidad nuestra para distribuirla.



         Es apenas una pequeña señal, es cierto, pero es un punto de luz muy esperado. Significa el inicio de la solución de este problema que nos ha encontrado sin ninguna capacidad de respuesta para enfrentarlo. No soy muy amigo de la publicidad pero comprendo que estamos muy necesitados de estímulos, sobre todo positivos, porque desde mediados de marzo navegamos a la deriva en cuestión de salud y los estímulos que elaboramos no van dirigidos en ningún momento a moderar los ánimos sino a todo lo contrario, precisamente porque la intención no ha sido hasta el momento salvar la salud sino lograr la caída del gobierno, que la oposición considera ilegítimo pese a estar apoyado por una mayoría indiscutible del Congreso de los Diputados. No me gusta nada que las cosas sucedan así, pero eso es lo que tenemos hasta el momento.



         La primera vacuna de que disponemos, Pfizer, es endiablada de manejar. Viene a 70 grados bajo cero, se administra en dos dosis a cada persona con un intervalo de unos 21 días entre una y otra. Con esta complejidad no será fácil llegar al verano con la mayoría de la población, sobre el 70 por ciento, vacunados, que es lo que necesitaríamos para sentirnos inmunizados como grupo y volver de nuevo a conseguir cotas de bienestar que, con todas sus limitaciones y defectos, habíamos conseguido hasta mitad de marzo de 2020 en que nos arrolló este huracán que nos ha cambiado la vida desde entonces. Es posible, por tanto, que las previsiones no se cumplan una vez más y las vacunaciones se alarguen más de lo previsto. Lo que nadie nos va a quitar es el gozo de ver esta mañana a las dos primeras personas que reciben la primera vacuna que esperemos que sirva, cuanto antes, para parar este virus de la desesperación que, desde marzo, nos tiene en el limbo del desconocimiento y del desconcierto. No creo que la guerra política amaine tan fácil, entre otras cosas porque forma parte de la democracia, aunque no sea obligatorio que en todo momento tenga que ser a cara de perro. Bienvenida la vacuna. 


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