A
estas alturas de nuestro contacto con el COVIT
19 el principal aprendizaje es que
parece que hay salida de este largo y oscuro túnel que nos tiene en sus manos,
va para un año. Seguimos sin saber de manera fehaciente por dónde pero ya no es
novedad hablar de vacunas porque hay abundantes pruebas de que la ciencia ha
metido mano y muchas de ellas están en los últimos estados de experimentación.
Concretamente en Europa, que es desde donde yo hablo, hay contratos cerrados
con varias y otros a punto de firmarse, aunque lo cierto es que sólo conocemos
la primera Pfizer, de la que se están repartiendo los primeros miles de dosis.
En Gran Bretaña hemos visto los primeros pinchazos introducirse en los brazos
de algunos ancianos, que han resultado ser los primeros seleccionados por orden
de prioridad. Seguirán los profesionales de la salud y, poco a poco, el resto
de la población hasta alcanzar el total de las necesidades. En China y en Rusia
también están comenzando los primeros repartos, pero nos quedan lejos y, o bien
ni siquiera los conocemos o no los tenemos en consideración. Como mucho los
insinuamos a título informativo.
Esta
zona del mundo en la que vivimos, que hemos dado en llamar Occidente, nos ha
enseñado que todo está movido por el padre dólar, o euro. Ya se ha establecido
toda una jerarquía de trato en función de las cantidades a cuenta aportadas a
las empresas titulares de las vacunas que van estando listas para uso o a
punto de estarlo. A España le toca
esperar hasta dentro de un mes, más o menos, para que lleguen las primeras
dosis del pedido global que Europa como conjunto ha contratado y pagado a
cuenta, antes incluso de tener constancia de si las reservas abonadas se
cumplirán o no en los términos comprometidos. No quiero ni pensar cuándo y cómo
tendrán acceso los países llamados en vías de desarrollo, que siguen albergando
la mayoría de la población del planeta.
El
presidente saliente de EEUU, señor Trump se ha visto frustrado en sus
aspiraciones iniciales de ser el primero en el mundo en conseguir para su país
las primeras dosis, pero ya nos ha hecho saber que la próxima semana estarán
operativas para sus compatriotas, esas que él venía guardando encarecidamente
como elementos de poder en la recámara y que afortunadamente no le han servido tampoco
para ganar las elecciones de noviembre, a pesar de que están siendo los
tribunales de su país los que le van clavando en la frente, sentencia a
sentencia, que ha perdido y que él sigue sin reconocer, cada día más solo. La
primera que estamos viendo, que es la Pfizer y resulta que ha llegado a su
comercialización en unas condiciones bastante incómodas. Para empezar, a menos
de 80 grados bajo cero y con un importante peligro de romper la cadena de frío
que la invalidaría automáticamente. Al mismo tiempo, aunque han salido con una
eficacia nominal de alrededor del 95 por ciento, cosa que habrá que comprobar
en la realidad, resulta que ha de administrarse en dos dosis, con tres semanas
de intervalo entre una y otra, para
complicar un poco más la entrada en vigor de sus efectos.
Hasta
el momento hemos aprendido que las mascarillas tendrán que seguir con nosotros
hasta que veamos los efectos de las vacunas que se están administrando. Que las
medidas de higiene hay que mantenerlas como elementos complementarios y
benefactores sin precisar demasiado. Que el aire libre, del que los primeros
momentos huimos como de la misma peste, podemos buscarlos con garantías como
benefactores de por sí por contraposición a los espacios cerrados. Y que con
esta forma de vida que nos ha quedado, más o menos encorsetada, podemos seguir
tirando hasta que alguna de las vacunas que van estando en vigor se vayan
imponiendo en esta realidad triste e indefensa por la que atravesamos y nos
vaya abriendo camino para encarar el futuro. Como cada inclemencia, muchos no
la han superado y tienen que pasar a nuestro recuerdo y a nuestras lágrimas, a
la espera de que todos terminemos reuniéndonos con ellos, allá donde se
encuentren.
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