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domingo, 20 de diciembre de 2020

NAVIDADES

 


         En la ansiada búsqueda de la confrontación política, que no cesa, el contexto en el que nos desenvolvemos, Europa, se está encargando de imponernos cauces de convivencia que solos no hubiéramos soñado. Sin pretender demasiada exactitud hace como un mes se nos impuso la idea del toque de queda como un elemento que ayudaría a mitigar esta pandemia que los invade. En España estos términos militaristas no habían cabido jamás. Ha bastado que varios países europeos los hayan hecho suyos y este es el momento en que el toque de queda entra y sale por nuestras calles como Pedro por su casa. Estuvimos a punto de liarla a cuenta de si salvábamos la salud o la navidad. Ha bastado que algunos países que hasta el momento habían tenido buenos datos suban en la curva de contaminaciones de unos días acá para que ya no haya caso. Nos hemos vuelto de la noche a la mañana defensores implacables de la salud y estamos dispuestos a descafeinar nuestras profundas esencias religiosas y acotar la festividad al mínimo con tal de mantener a raya al bicho.



         Hasta la llegada de la vacuna se convirtió en posible motivo de discordia porque alguien sugirió el siete de enero como día para empezar las vacunaciones y eso se convertía en una posibilidad de reivindicar el cuatro y, si no, pues guerra al canto. En medio ha vuelto a entrar Europa, nuestra madre, nuestro mar de la tranquilidad, nuestro líquido casi infinito en el que con facilidad nos diluimos y nos ha dejado con la boca abierta y con nuestros deseos de grito en los labios porque ha logrado adelantar la entrega de las primeras vacunas un par de semanas y nuestra furia de arañarnos se ha visto frustrada ante la cortante orden de que va a ser el día veintisiete de diciembre cuando empiecen los primeros pinchazos. Hay más de uno y más de dos que se están quedando demasiadas veces con la boca abierta y con los gritos en la punta de la lengua sin terminar de materializarse. Claro que a falta de argumentos siempre se puede aprovechar las casi lágrimas de Merkel para concluir que nuestro presi no suelta ni una porque es un frívolo, que es lo que es.



         De modo y manera que se nos van disolviendo los motivos de enfrentamiento como azucarillos. Ni todo el aparataje navideño, con lo que eso ha significado tradicionalmente para este país, ha sido motivo suficiente para enfrentarnos. Es más, a medida que van pasando días sin que las chispas de la discordia salten desde los asientos del Congreso de los Diputados, hay un peligro real de que muchos nos vayamos acostumbrados a ese vicio implacable de la convivencia y nos alejemos inexorablemente del insulto y de discrepar por el gusto de discrepar. Camino peligroso que nos puede llevar, a poco que nos descuidemos, a ver cómo pasa el tiempo sin que vuelen las diatribas y puedan verse los primeros asomos de acuerdos sin que nadie sienta la imperiosa necesidad de poner el grito en el cielo. Igual cualquier día nos encontramos con que se han renovado los órganos de gobierno de los jueces, sencillamente porque su mandato lleva cumplido más de dos años y ya va siendo hora de cumplir con las normas establecidas en nuestra Constitución, esa que tanto nos llenamos la boca de que todo el mundo cumpla, en vez de empezar a dar ejemplo cumpliéndola nosotros.



         Total, que a pesar de que no cesamos de buscar con denuedo motivos de disputa, van pasando los días y somos capaces de que, a la vuelta de la esquina, se nos hayan pasado las navidades sin haber lanzado un buen dardo al de enfrente. Igual tiene que ver todo aquello del tiempo de paz que tanto se ha cantado y el que millones de personas han insistido en creer aunque los argumentos que lo abalen no siempre se han podido ver. Y es verdad que los conflictos locales no han cesado, que las caravanas de refugiados siguen deambulando de un sitio a otro sin que nadie los quiera y que la pobreza se extiende por las esquinas, mientras seguimos intentando encontrar motivos de discordia, bien agrandando los que tenemos o, sencillamente, inventando bulos por aquí y por allá, aprovechando que internet nos lo pone fácil. 


   

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