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domingo, 3 de marzo de 2019

IGUALDAD



         Muchas veces me siento avergonzado de haber crecido en el mundo en que crecí. No puedo olvidar, por ejemplo saber que he tenido en mis manos montones de nidos vacíos, otros con huevos y hasta con crías que, por supuesto nos duraban vivas más que unas horas. Quisiera olvidarlo pero no puedo hacerme concesiones para vivir como si no hubiera pasado. Era normal ir a buscar nidos, sencillamente para matar el tiempo. He llegado a tener en mis manos como juguete a una urraca o a un mochuelo que apenas me duraban vivos unos días y que mis parientes adultos me traían de la sierra de la Alfaguara como juguete. Cómo olvidar que cada vez que nos encontrábamos a un perro y una perra pegados, como decíamos entonces, nos dedicábamos a tirarles piedras o a darles patadas como si fueran un pin pan pum de una feria. Nuestras actividades lúdicas habituales eran las de apedrear perros o romper farolas. Ese tipo de cultura me sigue torturando todavía hoy porque quisiera no haberla vivido pero no puedo evitarlo y me sigue haciendo daño saber que entonces era parte de mi normalidad.

         Hasta los 25 años que salí de mi casa familiar gocé del mejor sitio en mi sala baja, que era lo más parecido a un salón. Tenía reservado el sillón y en el rincón frente a la tela para no tener que moverme. Desde los 14 años que viví en un internado ya había aprendido de sobra a buscarme la vida y a resolverme mis problemas, pero en cuanto llegaba a mi casa, allí me esperaba mi estatus de nene completamente intacto. Jamás hice una faena de la casa porque vivía con tres mujeres, aparte de mi padre cuyo trabajo nos mantenía a todos, que nunca me lo hubieran permitido porque antes de que  pudiera desear alguna atención, allí estaban ellas para resolverlas porque esa era su obligación. Creo que es la primera vez que lo estoy escribiendo con la crudeza elemental con que hoy lo vivo. Me siento avergonzado de haber estado tan ciego pero no puedo borrar lo que pasaba y era así. Sólo empecé a ser consciente de tanta injusticia fuera de mi casa.

         Hoy que vivo solo después de haber pasado por algunos desencuentros y de no haber sido capaz de estabilizar mi vida con ninguna de mis compañeras creo que soy una persona incapaz de asumir mis frustraciones infantiles de las que no me puedo librar. Creo que cualquiera de las compañeras de vida con las que he vivido eran personas mucho más maduras que yo para la convivencia pero mi necesidad de afirmación personal me ha superado siempre y hasta el momento he sido incapaz de vivir por mí solo. Todavía no puedo evitar que Rosa venga una vez a la semana y mantenga el apartamento en el que vivo con una cierta  limpieza aunque ya domino algunos aspectos, comida, lavadora..., de mis necesidades. La relación con mi hijo y con mis dos hijas ha alcanzado unas ciertas dosis de normalidad. ahora que todos somos adultos, pero nunca ha estado exenta de tropiezos y de incomprensiones. Las dosis de humildad que he ido introduciendo  en mi vida han sido a base de cincel y martillo porque el machito nunca muere y saca la cabeza a la primera de cambio.

         El día 8 de marzo aceptaré una vez más la humillación que significa reconocer que la reclamación social de igualdad que espero que llene las calles tiene que seguir imponiéndose por razón de justicia social y porque nadie somos menos que nadie. No me siento desgraciado en absoluto. Al contrario. Cada vez me siento más en paz conmigo mismo. He sido incapaz, por ejemplo, de vivir en pareja y siento ese vacío y esa carencia, pero mi vida está llena de  amores importantes: la educación, la lectura, mis hijos, este blog..., y el empeño de que todas las personas debemos ser iguales en dignidad que se va a quedar conmigo hasta mi muerte. Sé que no es suficiente porque las deficiencias tradicionales son muy fuertes pero la voluntad de conseguirlo es un empeño limpio y honesto. Creeré en la igualdad cuando un niño pueda ir, si quiere, con falda por la calle y todo el mundo lo acepte con normalidad.


5 comentarios:

  1. Es conveniente, a veces, aplicarse a uno mismo ese imperativo histórico de no enjuiciar los hechos pasados con la visión actual. Algunos infantiles son censurables pero comprensibles, los equivalentes de adultos sólo lo primero.
    Saludos,

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    1. Estoy de aacuerdo y así los he vivido siempre, pero una confesión de vez en cuando no me parece que venga mal para no olvidar de dónde venimos, que a veces nos ponemos muy estupendos glorificando el pasado como si hubiera sido un paraíso. He pasado por tu blog y las imágenes me han impactado pero no he sabido abrir para escribir allí sobre lo que veía. Un abrazo

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  2. Autocorrección: Algunos actos infantiles...

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  3. Tampoco te torture la vida que te tocó protagonizar en absoluta ausencia de justicia social, sobre todo lo referido al olvido, si no, rechazo, del papel de la MUJER
    Siempre está uno a tiempo de rectificar, incluso públicamente!!!!, como tú has hecho
    (lo que te honra, naturalmente

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    1. Estoy de acuerdo contigo. Lo que no quita que uno tenga su alma en su armario y le duela lo que le duele. Un beso

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