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domingo, 18 de agosto de 2019

RITMOS



         Los animales me merecen todo el respeto del mundo pero vivo solo en estos momentos y no tengo la tentación de poner a mi lado uno cualquiera de los muchos a los que hemos dado en llamar mascotas. Como los perros proliferan extraordinariamente no puedo sustraerme a seguirlos con la vista. Os invito. Vestimentas y collares aparte no hay más que observar unos minutos para darnos cuenta de que van buscando su ritmo y sus intereses en todo momento, como no puede ser de otra manera. Los paseos se convierten en una guerra completamente injusta en la que los dueños se dedican a ignorar por sistema los intereses de los animales y los someten a tirones a cada momento como si estuvieran interesados en que los perros dejaran de ser perros. En realidad lo que sucede es que la condición de la mascota no cuenta casi para nada. Sólo tiene sentido en la medida en que sirve al interés del dueño sin respetar que el ser vivo que llevamos atado del cuello tiene los suyos, que son tan dignos y tan respetables como los nuestros.

         He comenzado por el ejemplo de las mascotas, sobre todo los perros que están más a la vista de todos pero, como es propio en mí, de quien hablo es de las personas pequeñas. Quizá la playa pueda servirnos como paradigma ya que los núcleos urbanos han quedado despoblados, se aparca de lujo en julio y agosto, y hemos trasladado una enorme masa humana al borde del mar. El problema de los pequeños es en esencia el mismo que en las ciudades: nadie los escucha. Un perro se para a oler porque los perros huelen por naturaleza y el dueño se impacienta y le da un tirón de la correa para convertirlo en alguien que obedece, tenga las inclinaciones que tenga por naturaleza. Algo así les pasa a los pequeños. Tanto en la playa como en cualquier otro espacio su verdadera obligación es la de obedecer. Lo de menos es si necesita un espacio determinado para jugar con el agua, por ejemplo. Lo que cuenta es que no moleste y que el ritmo dominante de los adultos sea el que se imponga en última instancia.

         Los perros me sirven como ejemplo de sometimiento pero el sistema es perfectamente idéntico al de cualquier otro sometimiento como suele ser el de los pequeños. No ignoramos que el agua es un elemento extremadamente apetecible para los niños. Muchas veces llegamos a pensar que no se cansan y tenemos que sacarlos cuando ya les vemos la piel arrugada de tanto tiempo en contacto. Es verdad que les apetece pero no es menos cierto que parece que llegan a poseer el agua a escondidas o a ratos o a pesar de la persecución sistemática a la que los sometemos: no salpiques, no tires piedras, ten cuidado que cubre, ven que te eche crema, no me mojes que me molesta…, y apreciaciones por el estilo. Con este ritmo normativo los pequeños terminan abrazando el líquido elemento como si se tratara de una tabla de salvación que les permite evadirse un poco de nuestro circuito de ordeno y mando y se abandonan al gozo del agua con desesperación porque saben que no les va a durar a su alcance ni mucho menos lo que desean o necesitan.

         Al final el asunto está en quién manda en cada momento y con cada elemento. No voy a cometer ahora la ligereza de sugerir que sean los pequeños los que manden porque ya es sabido que, sea con el agua o con cualquier otro orden de la vida, su capacidad no está preparada aun y somos nosotros los adultos los responsables de hacer que crezcan en armonía y que vayan alcanzando sus plenas capacidades a su tiempo. Lo que sí es fundamental es que nos demos cuenta de que son seres capaces con el agua y con todo y que nuestra función debe ser la de ayudarles a que sean cada día más capaces, no la de cortarle las alas en el momento en que veamos aparecer el primer plumón. Estos procesos de evolución se han de conseguir armonizando los ritmos de cada uno. Es normal que el ritmo del abuelo no sea el mismo que el del padre o el del hijo, pero sí tenemos que ser conscientes de que todos los ritmos son legítimos y respetables. Cada uno debe tener su espacio de realización porque todos tienen sus derechos. La vida no es de amos y de criados sino de personas libres que tienen que convivir.


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