Ahora
no hay escapatoria. Las primeras nieves, el cambio de hora que hace que empiece
a anochecer a las seis de la tarde, el contacto con los cero grados de
madrugada, signos todos inconfundibles de que el otoño nos ocupa de pleno. Para
mi gusto nos adentramos en los dos meses más tristes del año pero eso va en
gustos. Tampoco falta quien celebra ese dominio de las sombras aunque no sea mi
caso. Es cierto que, incluso para mí, esta estación tiene aspectos de belleza
incomparable. Debería ser obligatorio pasearse por la Alpujarra y gozar de esas
gamas de amarillos, rojizos y marrones increíbles que cada familia de árboles
nos pone delante de los ojos antes de que el invierno termine con el ciclo
vital y todo quede desnudo hasta que pasen unos pocos meses y la vida se
muestre de nuevo en todo su esplendor. Lo primero que habría que calibrar con
los pequeños es que el frío que se va apoderando de todos les debía permitir
moverse. Muchas veces resulta agobiante verlos completamente abrigados y sin
poderse mover.
El
propio cuerpo es perfectamente capaz de generar calor si dispone de suficiente
movimiento. Eso no impide entender que hace frío y que debemos cubrirnos para
sobrellevar las temperaturas, la lluvia y los demás accidentes meteorológicos
que nos cubren cada día. En esta ciudad, Granada, sabemos bastante de fríos
porque la estación lo impone pero también porque apenas a 30 kilómetros del
casco urbano, se encuentra Sierra Nevada, Sulair de los musulmanes, que ahora
se cubre de blanco hasta bien entrada la primavera, aunque hay umbrías que no
terminan de deshelarse en todo el año y
el viento que nos llega de la nieve nos hace movernos todo el invierno en
contacto con los 0 grados y de ahí para abajo. Los pequeños deben conocer con
su cuerpo el lugar en el que viven y aprender a desenvolverse con esas
características. Por encima del frío los pequeños van a querer jugar porque en
ello les va la vida. Esto tenemos que saberlo y disponer para ellos espacios y
tiempos para que lleven a cabo su asignatura por excelencia: el juego.
Dentro
del aula he tenido predilección con
disponer de una cocinita pequeña que nos sirviera para ofrecer los resultados
de las transformaciones más elementales que, por más sencillas que nos parezcan
y que lo son, la mayoría de .los pequeños no las han presenciado. Los ciclos
del agua están al alcance de la mano y seguro que todos los conocen de manera
aislada pero lo que dudo que hayan experimentado es echar en un cazo unos
cubitos de hielo, verlos cómo por efecto del calor se vuelven líquidos en unos
minutos y dejarlos calentar de nuevo y que se conviertan en vapor delante de
sus ojos y, una vez que el vapor se acaba darnos cuenta de que el cazo está
completamente vacío. Lo he realizado muchas veces y siempre impacta porque todo
sucede en pocos minutos. La humilde realización de una tortilla es otro de los
ejemplos que impresionan. El estrellar el huevo, batirlo delante de sus ojos y
que vean cómo cambia de textura y de color para convertirse en una rica
tortilla que termina repartida y degustada en pequeños trozos. Esos
experimentos caben en cualquier época, pero el otoño es especialmente rico
en sabores al amor de la lumbre.
En nuestra escuela ya es tradición celebrar el otoño con dos acontecimientos: la elaboración de un gran mandala otoñal en el patio de la entrada, con materiales naturales de la estación aportados por las familias o recogidos de nuestro entorno, y con intervención de todos los niños de la escuela en la primera actividad 0-6 del curso; y la fiesta de la castañera, esta sí en los dos ciclos, por respeto a los de 0-3 que todavía andan llorando la adaptación.
ResponderEliminarUna magnífica idea que, como sabes, alguna otra escuela ritualiza con alguna variante en lo que llaman FIESTA DE OTOÑO. En cualquier caso merece la pena escenificar un cambio de gran calibre en el aspecto exterior de nuestro mundo y en nosotros mismos. Un abrazo
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