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domingo, 10 de noviembre de 2019

OTOÑO


         Ahora no hay escapatoria. Las primeras nieves, el cambio de hora que hace que empiece a anochecer a las seis de la tarde, el contacto con los cero grados de madrugada, signos todos inconfundibles de que el otoño nos ocupa de pleno. Para mi gusto nos adentramos en los dos meses más tristes del año pero eso va en gustos. Tampoco falta quien celebra ese dominio de las sombras aunque no sea mi caso. Es cierto que, incluso para mí, esta estación tiene aspectos de belleza incomparable. Debería ser obligatorio pasearse por la Alpujarra y gozar de esas gamas de amarillos, rojizos y marrones increíbles que cada familia de árboles nos pone delante de los ojos antes de que el invierno termine con el ciclo vital y todo quede desnudo hasta que pasen unos pocos meses y la vida se muestre de nuevo en todo su esplendor. Lo primero que habría que calibrar con los pequeños es que el frío que se va apoderando de todos les debía permitir moverse. Muchas veces resulta agobiante verlos completamente abrigados y sin poderse mover.

         El propio cuerpo es perfectamente capaz de generar calor si dispone de suficiente movimiento. Eso no impide entender que hace frío y que debemos cubrirnos para sobrellevar las temperaturas, la lluvia y los demás accidentes meteorológicos que nos cubren cada día. En esta ciudad, Granada, sabemos bastante de fríos porque la estación lo impone pero también porque apenas a 30 kilómetros del casco urbano, se encuentra Sierra Nevada, Sulair de los musulmanes, que ahora se cubre de blanco hasta bien entrada la primavera, aunque hay umbrías que no terminan de deshelarse en todo el año  y el viento que nos llega de la nieve nos hace movernos todo el invierno en contacto con los 0 grados y de ahí para abajo. Los pequeños deben conocer con su cuerpo el lugar en el que viven y aprender a desenvolverse con esas características. Por encima del frío los pequeños van a querer jugar porque en ello les va la vida. Esto tenemos que saberlo y disponer para ellos espacios y tiempos para que lleven a cabo su asignatura por excelencia: el juego.

         Dentro del  aula he tenido predilección con disponer de una cocinita pequeña que nos sirviera para ofrecer los resultados de las transformaciones más elementales que, por más sencillas que nos parezcan y que lo son, la mayoría de .los pequeños no las han presenciado. Los ciclos del agua están al alcance de la mano y seguro que todos los conocen de manera aislada pero lo que dudo que hayan experimentado es echar en un cazo unos cubitos de hielo, verlos cómo por efecto del calor se vuelven líquidos en unos minutos y dejarlos calentar de nuevo y que se conviertan en vapor delante de sus ojos y, una vez que el vapor se acaba darnos cuenta de que el cazo está completamente vacío. Lo he realizado muchas veces y siempre impacta porque todo sucede en pocos minutos. La humilde realización de una tortilla es otro de los ejemplos que impresionan. El estrellar el huevo, batirlo delante de sus ojos y que vean cómo cambia de textura y de color para convertirse en una rica tortilla que termina repartida y degustada en pequeños trozos. Esos experimentos caben en cualquier época, pero el otoño es especialmente rico en  sabores al amor de la lumbre.

         En nuestro cole hay varios caquis que son la delicia de muchos ahora que maduran y que pueden ser degustados a placer. En las pruebas de cualquier tipo hay que tener manga ancha porque hay quienes se vuelven locos con lo nuevo mientras que también hay quien no acepta probar nada que se salga de su rutina de cada día. Un membrillo troceado y mezclado con los trozos de un boniato y hervidos con agua abundante, una rama de canela y azúcar al gusto puede ser un manjar de dioses para quien lo acepte de buen grado. O asar unas castañas, pelarlas y dejarlas de un día para otro y al día siguiente cocerlas también con agua abundante, una rama de canela y azúcar al final del cocido, una vez que el caldo espesa y se convierte casi en un puré. El otoño ofrece opciones abundantes para conocer sabores y descubrir que la naturaleza es siempre una sorpresa, estemos en la estación que estemos.

2 comentarios:

  1. En nuestra escuela ya es tradición celebrar el otoño con dos acontecimientos: la elaboración de un gran mandala otoñal en el patio de la entrada, con materiales naturales de la estación aportados por las familias o recogidos de nuestro entorno, y con intervención de todos los niños de la escuela en la primera actividad 0-6 del curso; y la fiesta de la castañera, esta sí en los dos ciclos, por respeto a los de 0-3 que todavía andan llorando la adaptación.

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  2. Una magnífica idea que, como sabes, alguna otra escuela ritualiza con alguna variante en lo que llaman FIESTA DE OTOÑO. En cualquier caso merece la pena escenificar un cambio de gran calibre en el aspecto exterior de nuestro mundo y en nosotros mismos. Un abrazo

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