Ya he
comentado más de una vez en esta tribuna que la añoranza de tiempos pasados no
deja de ser una quimera, una máscara con la que muchas veces intentamos
disfrazar el presente en momentos en que nos viene gordo, cuando la realidad es
que somos incapaces de responder a los retos que nos ofrece la actualidad y
tratamos de disfrazarlos en sueños del pasado. En educación, como en tantas
otras cosas, cada día vamos mejorando con ligeros pasos adelante, con algunos
hacia atrás, que de todo hay y aprendiendo a duras penas que el camino es largo
y las dudas muchas. En los ochenta partíamos de unos niveles de calidad bajos
aunque en España la que se llamó Ley Villar no era desdeñable. Fue fácil
abrazarse a la LOGSE, una ley descafeinada pero positiva globalmente. Llegamos
a creernos que estábamos haciendo algo importante y hoy no dudo que lo hicimos.
Nos volvimos modernos en educación como en otras muchas cosas. Tiempo después,
a qué negarlo, fueron apareciendo las perversiones prácticas de una buena ley.
Algunos pensamos incluso que nuestra mentalidad, cosa insólita, no estaba a la
altura.
Pero no
quiero sino pasar por encima del contexto y dejar constancia del terreno en el
que nos tocó jugar. Dos señales, inseguridad y desconfianza, nos llevaron a ir
pervirtiendo un texto legal abierto y moderno para introducirlo en el túnel de la
garantía de resultados mínimos sin darnos cuenta de que por ese camino
terminaríamos por vaciar de contenido una propuesta ambiciosa y de altos
vuelos. Hoy estamos en fase de receso en ambiciones si bien es verdad que hemos
abierto el abanico de exigencias y hemos ganado en otros espacios: seguridad,
alimentación, salud…, en los que es posible que estuviéramos necesitados y no
tuviéramos suficiente conciencia. Seguramente por nuestra juventud también
aquellos años lo fueron de ilusión en el futuro. Mi amiga María Rosa Pettri,
italiana, cuando venía a nuestros congresos nos decía: Parece que os queréis comer la historia. Tenéis que daros tiempo porque
los cambios han de ir más despacio. Entonces
no lo entendíamos porque todo nos parecía poco. Hoy sabemos que hasta se puede
andar para atrás.
Cuando
teníamos la ambición en las manos nos empezó a temblar la inseguridad de no ser
capaces de estar a la altura o bien de que los pequeños no fueran capaces de
responder con la profundidad y la amplitud con que los estudios técnicos nos lo
aseguraban y nosotros lo veíamos en
nuestro trabajo diario, sencillamente porque siempre se quedaban flecos sin
resolver y nos metían la duda en el cuerpo. Esos gérmenes fueron haciendo mella
y nos fueron cortando alas cuando las posibilidades legales nos permitían
seguir volando y descubriendo horizontes nuevos que estaban a nuestro alcance,
hasta que ayudados por cambios políticos conservadores que accedieron al poder
por el desgaste de la izquierda, nos hicieron dirigirnos a los cuarteles de
invierno de la seguridad administrativa y como segando nuestra capacidad de
soñar para afianzarnos en las estrictas condiciones materiales, muy respetables
también pero mucho menos ilusionantes. Aquí estamos hoy, mucho mejor dotados en
medios sin duda, pero con la capacidad de soñar un poco embotada.
Esto que
antecede no quiere ser ningún lamento. En todo caso intenta ser un poco de
sentido de realidad para que tengamos conciencia de dónde nos encontramos. No
vale angustiarnos porque el futuro sigue estando ahí delante y nos sigue
esperando como siempre. Necesitamos, eso sí, superar las inseguridades que nos
encorsetan y nos llegan a anquilosar nuestras capacidades y saber que los
pequeños a nuestro cuidado necesitan que se confíe en sus posibilidades, como
siempre, y se les escuche porque cada día nos están enviando mensajes de lo que
son capaces de aportar a su crecimiento y a su desarrollo. El viejo refrán de no me des pan, ponme donde haya, fue
válido ayer, lo es hoy y seguro que lo va a seguir siendo mañana. No sé si
hemos perdido tiempo o si necesitábamos este tiempo menos ambicioso para
asegurarnos un poco más en el suelo que pisamos y sentirnos seguros en el
momento en que nos decidamos a reanudar la marcha. “Es posible que sea verdad,
amiga María Rosa, que teníamos que darnos tiempo”.
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