La
lucha política es el fundamento de la democracia. El juego del poder y del
contrapoder significan la garantía del
equilibrio inestable que permite que nadie sea capaz de imponerse sin límites
al conjunto de la sociedad. En muchos momentos se extiende la idea de que todos
los políticos no son más que zánganos cuya función es explotar los recursos de
la gente en su propio beneficio. Termina extendiéndose la idea de que lo mejor
es pasar de los políticos porque todos son iguales y la política termina siendo
el hartazgo de la mayoría. En ese momento es cuando aparecen salva patrias que
aprovechan el deterioro para trabajar en su propio beneficio. Con el tema de COVIT 19 lo estamos viendo palpablemente.
Los técnicos establecen desde el principio que el pilar fundamental para
resolverlo es el acuerdo entre las distintas fuerzas políticas y vemos cómo
cada uno maniobra por los lugares más insólitos para concluir de manera
inexorable con un desacuerdo final.
La
premisa de la que parto se puede aplicar a cualquiera de las pugnas que se
producen y estoy seguro de que en este momento que la lucha contra la pandemia
afecta al mundo entero, las pugas políticas están presentes en todos los países
entre las fuerzas de gobierno y las de oposición. En España lo están de tal
manera que parece no tener fin. Los dos partidos hegemónicos llagaron a
sentarse la semana anterior al objeto de alcanzar un punto que permitiera avanzar mínimamente unidos y
parece que alcanzaron un acuerdo casi inmediato, pero cuando empezábamos a
respirar tranquilos, no habían pasado 24 horas y de nuevo aparecieron las
diferencias irreconciliables. Hoy es el día en el que el gobierno ha impuesto
unilateralmente una serie de criterios a seguir y hemos consagrado el
desacuerdo a sabiendas de que la desavenencia
era y sigue siendo justamente lo que los expertos mantenían desde el
principio como la peor manera de afrontar la pandemia.
Podría
dedicarme a cargar sobre las tesis de una de las partes porque yo tengo una
opinión, como cada uno, sobre la mejor forma de salir de este enorme pozo de
futuro en el que estamos metidos. No me faltan ganas, la verdad. Lo que pasa es
que eso sería seguirle el juego a quienes consideran que lo mejor que se debe
hacer es seguir con la bronca, a sabiendas de que es precisamente la bronca la
manera más difícil de llegar a acuerdos y que son los acuerdos precisamente la
piedra angular sobre la que tiene que descansar cualquier posibilidad de
solución. Por esta razón me niego a entrar en la pugna sobre si son galgos o
podencos. Sencillamente la considero una guerra inútil. Prefiero dedicarme a
sufrir mientras los límites de los dos discursos hegemónicos se desinflan por
su propia incompetencia y termina luciendo la razón en alguna medida. Sí me
queda claro que las distintas posiciones son temas políticos que unos y otros
exhiben contra el adversario y que el virus campa por sus respetos frente a
tanta incompetencia.
No
creo que estemos asistiendo a una pugna especialmente irracional, aunque es
verdad que lo parece. Cuando nos movemos cada día a golpe de reproche y a golpe
de descalificación es difícil no entrar al trapo con una posición o con otra,
por más que estemos viendo que se trata de posiciones sin salida. Y es que no
son posiciones sin salida. Son posiciones sin salida para la pandemia pero no
para los juegos de poder internos dentro del país, en este caso España, del
mismo modo que podríamos centrarnos también en los juegos de poder que aparecen
en EEUU por causa de las inminentes elecciones de principios de noviembre con
las posiciones de cada uno de los dos candidatos. Lo que no quita para que uno
se recluya en su rincón y constate que por detrás de los discursos que aparecen
no hay más que un desinterés por los problemas reales, en este caso por la
solución de la pandemia y sí, en cambio, por las luchas de poder, que son las
que justifican las distintas posiciones aunque ni unos ni otros lo dicen
claramente.
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