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domingo, 11 de octubre de 2020

LÍMITES

 


         La lucha política es el fundamento de la democracia. El juego del poder y del contrapoder significan  la garantía del equilibrio inestable que permite que nadie sea capaz de imponerse sin límites al conjunto de la sociedad. En muchos momentos se extiende la idea de que todos los políticos no son más que zánganos cuya función es explotar los recursos de la gente en su propio beneficio. Termina extendiéndose la idea de que lo mejor es pasar de los políticos porque todos son iguales y la política termina siendo el hartazgo de la mayoría. En ese momento es cuando aparecen salva patrias que aprovechan el deterioro para trabajar en su propio beneficio. Con el tema de COVIT 19 lo estamos viendo palpablemente. Los técnicos establecen desde el principio que el pilar fundamental para resolverlo es el acuerdo entre las distintas fuerzas políticas y vemos cómo cada uno maniobra por los lugares más insólitos para concluir de manera inexorable con un desacuerdo final.



         La premisa de la que parto se puede aplicar a cualquiera de las pugnas que se producen y estoy seguro de que en este momento que la lucha contra la pandemia afecta al mundo entero, las pugas políticas están presentes en todos los países entre las fuerzas de gobierno y las de oposición. En España lo están de tal manera que parece no tener fin. Los dos partidos hegemónicos llagaron a sentarse la semana anterior al objeto de alcanzar un punto  que permitiera avanzar mínimamente unidos y parece que alcanzaron un acuerdo casi inmediato, pero cuando empezábamos a respirar tranquilos, no habían pasado 24 horas y de nuevo aparecieron las diferencias irreconciliables. Hoy es el día en el que el gobierno ha impuesto unilateralmente una serie de criterios a seguir y hemos consagrado el desacuerdo a sabiendas de que la desavenencia  era y sigue siendo justamente lo que los expertos mantenían desde el principio como la peor manera de afrontar la pandemia.



         Podría dedicarme a cargar sobre las tesis de una de las partes porque yo tengo una opinión, como cada uno, sobre la mejor forma de salir de este enorme pozo de futuro en el que estamos metidos. No me faltan ganas, la verdad. Lo que pasa es que eso sería seguirle el juego a quienes consideran que lo mejor que se debe hacer es seguir con la bronca, a sabiendas de que es precisamente la bronca la manera más difícil de llegar a acuerdos y que son los acuerdos precisamente la piedra angular sobre la que tiene que descansar cualquier posibilidad de solución. Por esta razón me niego a entrar en la pugna sobre si son galgos o podencos. Sencillamente la considero una guerra inútil. Prefiero dedicarme a sufrir mientras los límites de los dos discursos hegemónicos se desinflan por su propia incompetencia y termina luciendo la razón en alguna medida. Sí me queda claro que las distintas posiciones son temas políticos que unos y otros exhiben contra el adversario y que el virus campa por sus respetos frente a tanta incompetencia.



         No creo que estemos asistiendo a una pugna especialmente irracional, aunque es verdad que lo parece. Cuando nos movemos cada día a golpe de reproche y a golpe de descalificación es difícil no entrar al trapo con una posición o con otra, por más que estemos viendo que se trata de posiciones sin salida. Y es que no son posiciones sin salida. Son posiciones sin salida para la pandemia pero no para los juegos de poder internos dentro del país, en este caso España, del mismo modo que podríamos centrarnos también en los juegos de poder que aparecen en EEUU por causa de las inminentes elecciones de principios de noviembre con las posiciones de cada uno de los dos candidatos. Lo que no quita para que uno se recluya en su rincón y constate que por detrás de los discursos que aparecen no hay más que un desinterés por los problemas reales, en este caso por la solución de la pandemia y sí, en cambio, por las luchas de poder, que son las que justifican las distintas posiciones aunque ni unos ni otros lo dicen claramente.



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