Ya la
semana pasada tratábamos el tema de los conocimientos a destiempo como una
manera de andar hacia atrás. Para la interpretación general de la vida tenemos
pocas dudas. A nadie se le ocurre ponerse a comer una fruta si no está madura.
Tampoco sería muy razonable habitar una casa a la que le falta la techumbre. Es
una manera de decir que cada cosa tiene su tiempo y cada conocimiento su
momento. El proceso de aprendizaje con frecuencia se convierte en una carrera
de alta velocidad con la pretensión inútil y hasta contraproducente de llegar
cuanto antes a saber qué letra es la a, por ejemplo, cómo se escribe tu nombre
o cualquiera de los tópicos que cada cultura usa en un momento determinado. Y
ante semejantes contrasentidos nos podemos quedar tan panchos como si
hubiéramos realizado una obra de moros cuando lo que realmente conseguimos es,
en el mejor de los casos, un efecto inocuo y la mayor parte de las veces,
desencadenar procesos perversos en el normal desarrollo de los pequeños.
Mientras
fui docente no nos ocupábamos de enseñar a leer a los de cinco años. Nos las
veíamos y nos las deseábamos para frenar las apetencias de las familias, que
eran las que más remetían con la dichosa lectura y escritura. Con los niños no
había ningún problema porque el que quería leer, sencillamente leía porque en
clase siempre disponía de una aceptable biblioteca o escribía lo que le parecía
oportuno sin ningún problema. Pero las familias ya era otra cosa, bien porque
los hijos del vecino ya leían y el nuestro todavía no era capaz o falacias de
ese calibre. Al comienzo de mi docencia conocí exámenes de lectura y exigencia
de hasta 60 palabras por minuto. Aberraciones que llegaban incluso a hacer que
un pequeño repitiera el último curso de párvulos porque no alcanzaba la suficiente
velocidad lectora. ¡Con cinco años y ya repitiendo!. Y se quedaban tan
tranquilos vendiendo su idoneidad técnica a la sociedad de su tiempo. Los
nuestros llegaban a primero y casi todos se encuadraban en el pelotón de los
retrasados porque normalmente no leían. Otra cosa muy distinta era cuando
llegaban las navidades porque la tornas habían cambiado como de la noche al día
y casi todos leían sin problema, sencillamente porque era el momento oportuno.
Hay
refranes que debíamos meternos en la sesera con cincel y martillo. No por mucho madrugar amanece más temprano,
o vísteme despacio que tengo prisa
o sentencias lapidarias por el estilo forman parte de la cultura popular, son
usados con frecuencia para ámbitos de la vida muy diversos pero todos encaminados
a respetar los niveles de desarrollo y a conseguir una armonía entre lo que una
persona es capaz y lo que le exigimos. La cantidad de aberraciones que podemos
introducir en las vidas de los pequeños, sencillamente por no ser respetuosos
con los tiempos y someter a los aprendices a esfuerzos inadecuados de
comprensión, con lo fácil que resulta aceptar que cada uno tiene su propio
desarrollo y que hay en la vida tiempos para todo y nosotros lo mejor que
podemos hacer es ponernos a favor del respetos a los pequeños y a sus
capacidades. Algunas familias nos han reconocido, tiempo después, lo cómodos
que han evolucionado sus hijos sin que nadie les haya forzado a lograr cotas
para las que no estaban maduros. Pero la mayoría han pasado página y puede que
mantengan la duda de lo que sus hijos hubieran sido capaces de saber si se les
hubiera apretado un poco en el aprendizaje.
La
vida no se puede convertir en una carrera de obstáculos que tenemos que
superar, a todas horas con la lengua fuera. No entiendo si para eso merece la
pena el esfuerzo si no aprendemos a gozar de lo que aprendemos y de cómo nos
relacionamos con los demás. La escalinata de las dificultades no resulta amarga
si se supera en compañía y con el ritmo adecuado. El apremio es muy mal
consejero porque, una vez que se inicia puede no tener fin, con lo que la
educación puede convertirse en un agobio, cuando lo primero a lo que tenemos
que aprender es, sencillamente, a vivir y no es fácil. Cuántas veces nos
encontramos dando indicaciones a los pequeños que nosotros no cumplimos, consejos doy que para mí no tengo o haced lo que yo os diga pero no hagáis lo
que yo haga. Como puede verse, ni siquiera me remito a la ciencia, que no
hace sino confirmar lo que comento. Me quedo en lo que podríamos llamar sentido
común que pienso que tiene suficiente eficacia para superar los contrasentidos
más comunes.
Cuando hablo del aprendizaje de lectura y escritura a grupos de maestros, suelo empezar preguntando por sus hábitos lectores. Como te pasará a ti, si preguntas lo mismo, suelo leer más libros que cualquiera de los asistentes. Una vez demostrado por esa sencilla encuesta que yo soy el más interesado en la lectura de los presentes, empiezo a argumentar por qué no quiero niños descifradores de letras sino enamorados de la lectura, como yo. Y a partir de ahí, las prisas no pueden servir más que para generar rechazo a la lectura.
ResponderEliminarMe resulta inquietante que una cosa tan clara desde el punto de vista técnico se convierta en la realidad eni casi un imposible. Parece como si hubiera una nieble sobre el concepto que lo hace difuminarse. Un abrazo, amigo
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