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domingo, 6 de octubre de 2019

APREMIO



         Ya la semana pasada tratábamos el tema de los conocimientos a destiempo como una manera de andar hacia atrás. Para la interpretación general de la vida tenemos pocas dudas. A nadie se le ocurre ponerse a comer una fruta si no está madura. Tampoco sería muy razonable habitar una casa a la que le falta la techumbre. Es una manera de decir que cada cosa tiene su tiempo y cada conocimiento su momento. El proceso de aprendizaje con frecuencia se convierte en una carrera de alta velocidad con la pretensión inútil y hasta contraproducente de llegar cuanto antes a saber qué letra es la a, por ejemplo, cómo se escribe tu nombre o cualquiera de los tópicos que cada cultura usa en un momento determinado. Y ante semejantes contrasentidos nos podemos quedar tan panchos como si hubiéramos realizado una obra de moros cuando lo que realmente conseguimos es, en el mejor de los casos, un efecto inocuo y la mayor parte de las veces, desencadenar procesos perversos en el normal desarrollo de los pequeños.

         Mientras fui docente no nos ocupábamos de enseñar a leer a los de cinco años. Nos las veíamos y nos las deseábamos para frenar las apetencias de las familias, que eran las que más remetían con la dichosa lectura y escritura. Con los niños no había ningún problema porque el que quería leer, sencillamente leía porque en clase siempre disponía de una aceptable biblioteca o escribía lo que le parecía oportuno sin ningún problema. Pero las familias ya era otra cosa, bien porque los hijos del vecino ya leían y el nuestro todavía no era capaz o falacias de ese calibre. Al comienzo de mi docencia conocí exámenes de lectura y exigencia de hasta 60 palabras por minuto. Aberraciones que llegaban incluso a hacer que un pequeño repitiera el último curso de párvulos porque no alcanzaba la suficiente velocidad lectora. ¡Con cinco años y ya repitiendo!. Y se quedaban tan tranquilos vendiendo su idoneidad técnica a la sociedad de su tiempo. Los nuestros llegaban a primero y casi todos se encuadraban en el pelotón de los retrasados porque normalmente no leían. Otra cosa muy distinta era cuando llegaban las navidades porque la tornas habían cambiado como de la noche al día y casi todos leían sin problema, sencillamente porque era el momento oportuno.

         Hay refranes que debíamos meternos en la sesera con cincel y martillo. No por mucho madrugar amanece más temprano, o vísteme despacio que tengo prisa o sentencias lapidarias por el estilo forman parte de la cultura popular, son usados con frecuencia para ámbitos de la vida muy diversos pero todos encaminados a respetar los niveles de desarrollo y a conseguir una armonía entre lo que una persona es capaz y lo que le exigimos. La cantidad de aberraciones que podemos introducir en las vidas de los pequeños, sencillamente por no ser respetuosos con los tiempos y someter a los aprendices a esfuerzos inadecuados de comprensión, con lo fácil que resulta aceptar que cada uno tiene su propio desarrollo y que hay en la vida tiempos para todo y nosotros lo mejor que podemos hacer es ponernos a favor del respetos a los pequeños y a sus capacidades. Algunas familias nos han reconocido, tiempo después, lo cómodos que han evolucionado sus hijos sin que nadie les haya forzado a lograr cotas para las que no estaban maduros. Pero la mayoría han pasado página y puede que mantengan la duda de lo que sus hijos hubieran sido capaces de saber si se les hubiera apretado un poco en el aprendizaje.

         La vida no se puede convertir en una carrera de obstáculos que tenemos que superar, a todas horas con la lengua fuera. No entiendo si para eso merece la pena el esfuerzo si no aprendemos a gozar de lo que aprendemos y de cómo nos relacionamos con los demás. La escalinata de las dificultades no resulta amarga si se supera en compañía y con el ritmo adecuado. El apremio es muy mal consejero porque, una vez que se inicia puede no tener fin, con lo que la educación puede convertirse en un agobio, cuando lo primero a lo que tenemos que aprender es, sencillamente, a vivir y no es fácil. Cuántas veces nos encontramos dando indicaciones a los pequeños que nosotros no cumplimos, consejos doy que para mí no tengo o haced lo que yo os diga pero no hagáis lo que yo haga. Como puede verse, ni siquiera me remito a la ciencia, que no hace sino confirmar lo que comento. Me quedo en lo que podríamos llamar sentido común que pienso que tiene suficiente eficacia para superar los contrasentidos más comunes.


2 comentarios:

  1. Cuando hablo del aprendizaje de lectura y escritura a grupos de maestros, suelo empezar preguntando por sus hábitos lectores. Como te pasará a ti, si preguntas lo mismo, suelo leer más libros que cualquiera de los asistentes. Una vez demostrado por esa sencilla encuesta que yo soy el más interesado en la lectura de los presentes, empiezo a argumentar por qué no quiero niños descifradores de letras sino enamorados de la lectura, como yo. Y a partir de ahí, las prisas no pueden servir más que para generar rechazo a la lectura.

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  2. Me resulta inquietante que una cosa tan clara desde el punto de vista técnico se convierta en la realidad eni casi un imposible. Parece como si hubiera una nieble sobre el concepto que lo hace difuminarse. Un abrazo, amigo

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