Por más
que los estudios comparativos internacionales nos digan que andamos en
conocimientos más bien regular estamos centrados en fórmulas cuantitativas y de
resultados rápidos que no hace falta ser muy sabio para vaticinar que no nos
van a hacer prosperar porque la prisa no es la mejor consejera precisamente.
Hago referencia a los idiomas por centrar la atención en algo concreto. Podría
referirme a cualquiera de las muchas
deficiencias que nos embargan. Cada día, afortunadamente vamos siendo más
biligües, bien porque vivimos en zonas con lengua propia o porque uno de los
progenitores nació en otro ámbito ligüístico. En ese caso no hay que dudar.
Esos pequeños deben crecer usando la lengua del lugar más la materna. Como
norma tardarán un poco más en digerir la diferenciación y el dominio de ambas
pero terminarán por desenvolverse en las dos y santas pascuas. Son sus
particularidades y cada uno tiene las que tiene.
Otra
cosa muy distinta es lo que se entiende como segundo idioma, hoy el inglés. Me
parece un error que en los primeros años se intente introducir la segunda
lengua cuando todos los estudios solventes lo que nos indican es que lo primero
que deben hacer los menores es afianzar la lengua materna y eso no suele pasar
antes de los cinco años. No puedo ser muy preciso con los bilingües naturales
porque mi experiencia con ellos ha sido muy corta. Mezclar antes de los cinco
años una segunda lengua no es más que confundir a los menores y hacer que no
asuman la nueva y, sin embargo, tampoco puedan asumir la materna con la
solvencia precisa. Decir a los locos por la prisa que no por mucho madrugar amanece más temprano parece un empeño inútil
por más que esté cargado de razón porque
no hay peor sordo que el que no quiere oír y parece que lo más sencillo hoy
y siempre es que los pequeños acumulen conocimientos en tiempo record cuando
sería mucho más razonable templar el ritmo y permitir que interioricen lo que
aprenden en la medida en que lo requiera su capacidad de maduración.
Insisto
en que he tomado el tema de los idiomas como podría haber tomado cualquier
otro. Nunca se resuelve, por ejemplo, el tema del aprendizaje de la lectura y
por más que la ciencia nos machaque con la inutilidad de hacer que los pequeños
lean cuanto antes, más para satisfacer a sus familias o a la sociedad que para
otra cosa, parece que no hay modo de que entendamos que tenemos que retrasar la
edad de aprender a leer si queremos que la mayoría aprendan cuando es su
momento y con la capacidad de comprensión adecuada y no tengamos que hacer la
ridiculez, doy fe de que es cierto, de que, una vez que los pequeños leen tengamos
que poner en práctica una asignatura nueva que se llama lectura comprensiva, sencillamente porque hemos adelantado el
proceso y es verdad que muchos pequeños terminan leyendo pero no se enteran de
lo que leen. Creo que situaciones así no son más que la constatación de un
fracaso metodológico que no tendría por qué pasar si nos paráramos un poco a
mirar a nuestros alumnos y a ofrecerles un sistema de trabajo que vaya a favor
de sus capacidades y no contra ellas.
Pongo el
ejemplo de Lola y de Keity, madre e hija. Lola me dice que su hija se ríe de
ella y le dice que no sabe hablar, sencillamente porque me confiesa que le
habla a la niña en castellano y no sabe hablarlo muy bien porque ella es
británica. La niña, por el contrario, domina el castellano y el inglés. Por
supuesto que el asunto cambió por completo cuando el miedo de la madre porque
su hija no aprendiera el español se disipó y cuando Lola le habló a su hija en
su propia lengua. Sencillamente Keity tenía que tomar conciencia de que era una
niña bilingüe y esa iba a ser su vida siempre. Para nada tenía que competir con
su madre sobre quién de las dos sabía hablar mejor que la otra sino que cada
una sabía lo que tenía que saber. Keity podría explicar a su madre palabras del
español que ella no supiera y Lola podría hacer lo mismo con su hija con las
deficiencias en inglés que detectara. Me sorprendo que estas cosas que la
ciencia tiene sobradamente demostradas sigan siendo materias pendientes en
nuestra práctica, con argumentos espurios que no se corresponden con la
realidad.
La entrada del inglés en la escuela infantil supuso ceder una parcela de nuestro trabajo a alguien ajeno al grupo que constituimos los niños y el maestro de una clase. Hemos vivido diferentes formas de hacer, pero el resultado siempre es el mismo: no da tiempo a crear una buena base de entendimiento, de conocimiento mutuo, de relación afectiva. Es el único momento del tiempo escolar en que el saber, la asignatura, el aprendizaje está por encima de la relación personal, de lo educativo. Por eso yo he estado siempre en contra de los especialistas, ya sea en psicomotricidad, en educación artística o en inglés.
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