El mes
de septiembre que hoy comienza será, como siempre en este país, en el que
arranca el nuevo curso. Parece que los ciclos formativos van por semanas de
menor a mayor, lo que quiere decir que mañana empiezan los nuestros, los más
pequeños. Atendiendo a la gran profundidad del cambio que supone iniciar la
vida en común con los iguales, los previos que debían llevar en sus cabezas son
un correcto conocimiento del nuevo espacio en el que se van a desenvolver, las
nuevas personas que van a estar a su cuidado y los nuevos compañeros con los
que van a convivir a partir de ahora. Hay fotos que suelen aparecer en la
prensa del comienzo del curso de los más pequeños con las que no me gustaría
encontrarme: llorando y casi arrastrando de la mano de sus familiares, cargados
con mochilas que les cubren toda la espalda, en filas como si fueran a la
guerra, y otras con las que sí: podrían entrar junto a sus familias, en
pequeños grupos hablando entre ellos como quien va a llegar a un lugar que
conoce y no teme sino que desea, maestros y maestras esperando en la puerta,
con la sonrisa en los labios, dispuestos a darles la bienvenida y llamándoles
por sus nombres propios y no por sus apellidos.
No sé si
será suficiente con los que he dicho para modificar la imagen del comienzo del
curso de algo terrorífico a los que llevan a los pequeños arrastrando como si
fueran a un matadero por otra en la que se les ve llegar a un lugar que ya
conocen de antemano y en el que esperan encontrar a personas mayores que los van
a cuidar, que saben cómo se llaman y que los llaman por sus nombres desde el
primer momento y a un montón de compañeros y compañeras, algunos ya conocidos,
con los que van a compartir la vida desde mañana y van a jugar y a crecer
juntos en ese espacio amigo impresionante, que se ha dado en llamar escuela.
Desde luego lo que me parecería una tortura es verlos arrastrando hasta la
puerta y escuchar las barraqueras desde el quinto pino mientras los adultos lo
asumen como algo normal ignorando que de semejante secuencia va a depender gran
parte de la visión de la escuela y de lo nuevo que ese menor está
interiorizando.
Yo creo
que la noción se encuentra dentro de la memoria colectiva y no hace falta
insistir mucho en ello pero, por si acaso, el primer día, como tantas primeras
experiencias que la vida nos depara: nacimiento, primer amor, primer beso o
primer día de escuela se van a gravar en nosotros para siempre. Razón de más
para que en todos los casos dediquemos tiempo y esfuerzo para que esas
experiencias, especialmente profundas, dejen en los pequeños un dulce sabor que
interioricen con placer y que deseen repetir una y mil veces. Su vida posterior
estará marcada por esta primera lección, tanto si es positiva, como deseamos
fervientemente, como si, desgraciadamente, es negativa y después habrá que
mantener en el subconsciente durante años cuando la realidad pudo ser muy otra,
a poco que las personas responsables: maestros o familiares, se hubieran
preocupado de que la primera experiencia hubiera sido positiva. Por qué no
pueden entrar los pequeños a la escuela riendo y jugando, me sigo preguntando
yo.
En este
país hace muy pocos años que se empezó a perseguir por parte de las autoridades
las llamadas novatadas que eran
jugarretas y bromas pesadas y hasta crueles con las que los compañeros de
cursos superiores recibían a los nuevos. Estoy seguro que se siguen dando,
porque la crueldad está muy arraigada en la naturaleza humana por desgracia,
pero ahora, por lo menos, se encuentran con el aparato del poder enfrente y no
de cómplice. Esto se produce con los más mayores, sobre todo con los
universitarios. Los más pequeños, tradicionalmente ignorados, resultan ser los
más permeables a las primeras experiencias, tanto positivas como negativas.
Razón de más para que empleemos un tiempo precioso en preparar la recepción del
primer día por la enorme trascendencia
para el futuro de que el contenido sea grato o terrorífico. Viva la
sonrisa, vivan los compañeros, viva la escuela y viva el futuro. Ojalá esa sea
la lección que aprendan los pequeños su primer día de escuela.
Mañana empezamos los maestros y cocineros a dejar la escuela lista para el lunes 9 en que entrarán los niños. En esa preparación tienen una especial atención las familias nuevas, con las que nos vamos a reunir en dos ocasiones: una entrevista inicial con el tutor de su hijo para que nos cuenten cómo ven a su niño y una reunión de todas las familias nuevas con los maestros del grupo para conocerse entre ellos, comentar entre ellos y con nosotros sus dudas e inquietudes y explicarles el sentido que tiene el período de adaptación.
ResponderEliminarCuando empiecen a venir el día 9, lo hará cada niño con su madre o padre y sólo un niño por tutor cada día de entrada. El día siguiente ya se queda el niño sin familiar, sólo un par de horas, y progresivamente va ampliando su horario. Esto organizativamente es un follón, porque tenemos familiares por la escuela durante casi un mes, o bien porque están en el día de acompañamiento, o bien porque vienen a recogerlos antes. Sin embargo, seguimos creyendo en la virtud de esta medida para suavizar el tránsito de la vida familiar a la escolar.