En el
momento de la vida en que el desarrollo intelectual se produce a base de hablar
y de moverse, la escuela dice a los pequeños siéntate y calla. No sé
en qué momento pero esta frase la he usado en alguna otra ocasión. Desde que la
fragüé, hace ya muchos años, se ha convertido en un santo y seña profesional
que me orienta y que me indica por dónde no se debe ir. Hemos hablado de la
lectura y de la escritura y de las perversiones que la estructura escolar ha
llegado a tener como referentes aceptables, como leer 60 palabras por minuto,
para enfrentarse a primero con apenas seis años de edad. Y nos hemos quedado
tan panchos. El lenguaje se lee y se escribe pero, sobre todo, se habla. Y aquí
de lo que se trata es de que los pequeños aprendan a inhibir las irresistibles
tendencias comunicativas hablándose y moviéndose para alcanzar en cada uno la
insoportable condición de isla que, una vez asumida con mucho esfuerzo,
estaremos lamentando el resto de nuestra vida. Sé que parece endiablado, pero
es que lo es y no quiero edulcorarlo por nada del mundo.
Entre
los 0 y los 3 años, las personas somos una fábrica de desarrollo muscular. Es
irresistible el deseo de conocer cada músculo y de ponerlo en movimiento en
toda su capacidad. Nos resulta casi insoportable a los adultos, sencillamente
porque ya pasamos esa etapa hace muchos años. Pero en vez de comprender esa
situación y tratar de encontrar posibilidades para que los pequeños pongan los
suyos en movimiento como están exigiendo con todas sus fuerzas, que sería lo
lógico y lo razonable, lo que buscamos casi siempre es desactivar esa fuerza interior
que tienen y, casi siempre con mucho
dolor y con mucha frustración, terminamos imponiendo nuestras normas
coercitivas por encima de su fuerza explosiva natural y el resultado es que los
pequeños aprender a templarse por imperativo adulto y solo sacan a la luz sus
impulsos naturales, bien a nuestras espaldas o cuando logran zafarse de nuestra
vigilancia. En ambos casos un desarrollo penoso, pobre y con conciencia de
ilegalidad. Vamos abriendo un abismo entre lo que se desea y lo que se permite
que se irá ampliando con el paso del tiempo.
Con el
lenguaje hablado, otro que tal. Hacia los 3 años ya se dominan más o menos los
distintos sonidos de cada lengua y, a partir de ahí, los pequeños se lanzan a
combinar esos sonidos como energúmenos, tanto si responden a palabras con
sentido como si no. Es como una orgía de los sonidos. Si respetamos y
protegemos esa tendencia, lo que debe pasar es que poco a poco esas cotorras que
no meten la lengua en paladar pronunciando lo comprensible y lo incomprensible,
vayan acoplándose a los significados de su lengua materna y entre los cinco o
seis años los veamos dominando su lengua con toda la soltura que les ha dado
ese ejercicio desenfrenado previo. Como normalmente lo que sucede es que nos
molestan con toda esa verborrea que se traen consigo mismos, terminamos con
mucho esfuerzo, sobre todo en la escuela, imponiéndoles un doloroso silencio,
pues lo aceptan de muy mala gana en general y nos escuchan lo que les decimos
mientras intentan zafarse de nuestra vigilancia todo lo que pueden para volver
a sus andadas.
Nunca he
entendido el empeño que la familia y, sobre todo, de la escuela, de caminar
contracorriente poniéndose frente a las tendencias naturales de los pequeños en
vez de remar a su favor, hacer que se sientan acogidos, respetados y
favorecidos, con todos los medios que la sociedad pone a su disposición remando
a favor de ellos. Esto que debería ser lo lógico, lo natural, lo deseable, se
convierte en una rareza, las veces que sucede, o sencillamente en una guerra
sin cuartel entre alumnos y maestros, en la que inevitablemente son los
maestros los que tienen que perder porque los pequeños tienen que crecer y
convertirse en .personas capaces, bien con el concurso de los maestros y de la
institución escolar, o sin ella. Sé que me está resultando el texto dramático
pero, creedme, la realidad es mucho más dramática de lo que mis pobres
capacidades exponen en estos renglones. Otra cosa es que intentemos cubrirlo
con un manto de normativa que nos justifique. En medio se queda la dicha de
vivir y un sin fín de posibilidades perdidas.
Si tenemos en cuenta que la misma palabra infancia significa los que no hablan o, más bien, a los que no se les reconoce el derecho de hablar nada puede sorprender.
ResponderEliminarYo este curso vuelvo a disfrutar viendo el despertar de mis alumnos de un año al lenguaje, emitiendo sonidos que poco a poco van adquiriendo sentido, y sobre todo ejercitando la verborrea en un divertido juego que sólo intento apagar en el tiempo de la siesta, para que no despierten a sus compañeros.
Recordarás, por tanto, tiempos pasados y ojalá que sea con placer. A medida que uno profundiza se da cuenta hasta qué punto está montado el bloqueo de la cultura aprendida con lo que significa fluído natural. En el habla llegar hasta tenerse como desgajada del propio lenguaje cuando resulta ser, ni más ni menos que su fundamento y su raíz. Lo que nos queda por aprender, amigo. Un abrazo.
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