Una
vez que ya ha pasado una semana de curso, los maestros habrán tenido ocasión de
superar el bache de las vacaciones y la normalidad se habrá terminado
imponiendo. Las aguas habrán vuelto a su cauce. Todo en orden de nuevo. Bien es
verdad que eso significa a su vez tomar como modelo de comportamiento de los
pequeños el que la escuela promueve. Podríamos tomar también cualquier otro: el
que tienen en su casa, el que manifiestan con los abuelos…. Habría muchas
normalidades si nos ponemos a profundizar pero nos centramos en la escuela como
guía, un poco por principio y también porque nos abarca los tiempos más
productivos de la jornada y a un gran
número de personas.
La
vida nos fuerza a multitud de adaptaciones y el saber adaptarse a tiempos
distintos, acciones distintas, personas distintas es todo un valor que debemos
defender. Pero la adaptación tiene un
coste importante para la persona, cuya tendencia es a que todo suceda en el terreno de lo conocido y huir de las
sorpresas que suponen las novedades y que fuerzan a sacar respuestas nuevas
para los nuevos retos. Las adaptaciones
significan un esfuerzo y poner en cuestión las costumbres que vienen
configurando nuestra vida. Son, por tanto, deseables desde el punto de vista
del crecimiento personal, pero en educación todo hay que medirlo y saber que
las cosas se han de producir con sus límites correspondientes. Podríamos
cuestionar una vida que nunca se sale de la misma rutina porque empobrece a la
persona que la vive y le reduce sus
posibilidades de crecimiento y de conocimiento de situaciones nuevas, pero lo
mismo tendríamos que cuestionar otra que esté cambiando cada día porque la
persona se termina perdiendo entre tantas novedades y no tiene tiempo de echar
raíces en ninguna.
Y
es que la vida precisa armonía, ni demasiado mucho ni demasiado poco. Que haya cosas y situaciones diversas a las
que debamos irnos adaptando, pero a la vez con un ritmo que nos permita
identificar lo nuevo que nos vaya sucediendo y nos dé tiempo a incorporarlo a
nuestra vida como una propuesta diferenciada que para adaptarnos a ella tenemos
que estructurar comportamientos también diferenciados y que a la vez estén a
nuestro alcance. Recuerdo hace años que en la escuela nos entró la furia de las
salidas y llegó un momento en que los pequeños no tenían una conciencia clara
de a dónde venían. Lo tuvimos que reflexionar en profundidad y cambiar de rumbo
porque los niños llegaban por la mañana y ya estaban preparándose para salir
como empezaba a ser lo habitual. Y resulta que una actividad, la de salir y
conocer el entorno, que es buena de por sí, termina distorsionando la
percepción de los niños que empiezan a dudar de que la clase sea su punto de
referencia básico. Aquello se cambió y creo que conseguimos un mayor grado de
equilibrio.
Lo
mismo se puede decir de los afectos. De los muchos entre los que se han de
desenvolver los pequeños: padre, madre, abuelos, compañeros, familiares,
vecinos…, resulta que todos y cada uno de ellos pueden ser enriquecedores y de
hecho lo son, pero han de vivirse es unas proporciones que no pongan en
cuestión la armonía que requiere el crecimiento personal. Seguramente no sobra
ninguna de las posibles influencias afectivas y todas pueden ser positivas pero
tanto puede molestar un exceso de normativa como puede significar el afecto
paterno, como un exceso de mimo que puede aportar el afecto de los abuelos como
podemos echar en falta la intimidad necesaria si sólo nos relacionamos con
compañeros… Y quiero insistir en que los componentes que cada sector aporta al
conjunto pueden ser perfectamente válidos y deseables. Lo que sucede es que al
final, la madurez de las personas ha de salir de una adecuada proporción de
todas las influencias posibles.
Y es
que la vida quiere un poco de todo.
Necesita del frío y del calor, de la humedad y de la sequía, del viento y de la
calma chicha… y de ese conjunto, más o menos armonizado, es de donde surge como
resultado la madurez de la persona.
Qué dificil es elegir entre la rutina que supone equilibrio y la improvisación de un día de fiesta que quiere durar siempre.
ResponderEliminarUn saludo
Todo hace que la vida vaya con prisa y como escribes no podemos echar raices como un buen árbol.. somos hojas al viento... muy buenas reflexiones que nos dejas...
ResponderEliminarUn Saludos Antonio hasta allí
Antonio, hay comentarios que te salen redondos. Sólo entro para decir que me ha encantado.
ResponderEliminarMe siento honrado de lo que medices. No sé si será por viejo o por qué, pero ten cuidado con lo que hablas porque yo me creo lo que me digas. De todas formas, yo que tú no me haría mucho caso y metería lo que me pareciera, tanto si viene a cuento como si no. Por gusto solamente. Un abrazo
EliminarLa experiencia es la madre de todas las Ciencias. Y sabes aplicarla en este tema con mucha coherencia...
ResponderEliminarUn cordial saludo
Mark de Zabaleta
un saludo afectuosísimo desde 'la normalidad' (ojalá en mi caso vuelva a ser rutina deseable...SALUD
ResponderEliminarPisé casa hace una par de horas
abrazo
Compruebo que a pesar de noe estar en activo el mundo de la dociencia, esta, sigue inmersa en tu vida. Una larga vida dedicada a la docencia nunca se puede olvidar, estoy segura de que en tu mente hay guardada grandes anécdotas.
ResponderEliminarhttp://ventanadefoto.blogspot.com.es/
Hola, Antonio
ResponderEliminarIndudablemente es el establecimiento educativo el que ha de impartir la educación de acuerdo a lo preestablecido pues creo que es lo mejor para que los críos aprendan a adaptar su conducta a los reglamentos y situaciones escolares.
De todas maneras tú eres el docto en el asunto y cada vez que te leo salgo con un nuevo conocimiento, muchas gracias.
Un fuerte abrazo de año nuevo :)
Hola mi magico,
ResponderEliminarVeo que tambien este ano vamos poder deleitarnos con la belleza de tus textos llenos de originalidad!!y completos de argumentos interesantes.Espero estés bien mi amigo.
besitos con ternura.