Tradicionalmente
el tiempo de verano se ha convertido en un interminable espacio de algo más de
dos meses, durante los cuales la escuela permanece cerrada, sus espacios
susceptibles de arreglos, en el caso de que sean precisos y, de no ser así, las
calles eran el espacio idóneo, disponible para juegos de cierta libertad. Desde
los primeros setenta del siglo pasado, aprovechando las muchas deficiencias de
vida que tenían los niños en condiciones normales, buscábamos aulas cercanas a
la costa para que pudieran pasar un par de semanas en libertad con sus
compañeros, gozando del mar y sus cualidades en lo que dimos en llamar COLONIAS. A muchos de nosotros nos
sirvió de excusa para conocer el mar y gozamos de privilegio de pisar su arena
y presenciamos el espectáculo interminable de la extensión azul sin fin y hasta
darnos un incipiente paseo en barca de donde guardamos para siempre pequeños
grupos de delfines que se acercaban a nosotros y dejaban en nuestra mente
aquellos saltos juguetones que ya nunca hemos podido olvidar.
A
medida que aquellos días gozando del agua y del calor de la playa se fueron
generalizando, otras actividades parecidas como cortijos en medio de los montes
para aprovechar la pureza del aire y lo agradable de sus temperaturas, tanto de
día como de noche, permitieron a grupos de niños a partir de 8 años más o
menos, vivir fuera de la estructura familiar, aprendiendo a estructurar un
sistema de vida al margen de la familia y promoviendo una manera de convivir de
manera cooperativa, con un nivel de libertad diferenciado de la normativa
escolar, pero también de la disciplina de familia. En grupos más o menos
pequeños, los niños han aprendido a
vivir relacionándose con ellos mismos y articulando un sistema de vida en el que todos van aprendiendo a convivir en
grupo, organizando estructuras de comportamiento horizontales, con compañeros de
una edad parecida, con problemas y soluciones similares.
Lo que
en los primeros setenta no eran más que experiencias más o menos aisladas, poco
a poco se fueron generalizando para diversificar formas de vida que fueran
complementando comportamientos que vinieran a completar las estructuras más o
menos cerradas, de la familia y de la escuela. Hoy que ya han generalizado, más
o menos, estas estructuras complementarias, se han abierto para grandes grupos
de pequeños, formas de vida que sirven para enriquecer nuevas experiencias.
Otros complementos enriquecedores pueden ser también los cambios de espacio y
el contacto con compañeros, con diversos compromisos que amplíen y
diversifiquen nuevas formas de vida. De aquellas exigencias que aprendíamos
como hechos insólitos, hemos ido asumiendo nuevas maneras de relación que
enriquecen la convivencia.
La propia diversidad que se ha ido imponiendo como nueva forma de vida, también nos va enseñando que la diversidad es una forma de riqueza. Estamos llegando a una situación en la que se nos muestra que la vida nos ofrece distintas maneras de resolver nuestras problemáticas cotidianas, de modo que nos vamos dando cuenta de, hasta qué punto, somos capaces de resolver distintas situaciones nuevas, nos va dotando de nuevas posibilidades de afrontar nuevas posibilidades de resolver problemas que pudieran enquistar cauces a solución de problemas que podemos no encontrarles salida en momentos determinados. La diversidad nos hace capaces de afrontar situaciones nuevas hasta encontrar soluciones nuevas para problemas a los que en momentos determinados, podemos no encontrarles salida. Caminar por caminos nuevos también significa encontrar nuevas formas de vida.
Fuimos pioneros Antonio.
ResponderEliminarCierto, Miguel. Completamente cierto. Un abrazo.
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