Cuando
el domingo pasado tomé la decisión de contaros el encuentro, que al final quedó
explicado, tuve mis dudas de si sería un asunto demasiado pequeño para ser
compartido por cualquiera que pudiera leerlo. Hoy las dudas permanecen pero mi
decisión de haberlo contado se reafirma. Puedo aceptar su limitada dimensión
pero se compensa con una intensidad que no calibré como debiera mientras lo
escribía. Sé que el texto de hoy va a tener más amplitud pero no puedo
garantizar que su intensidad alcance la cota mostrada por el pequeño grupo de
adolescentes que mostraron su intimidad desde la altura de sus setenta años de
hoy. He gozado de haberlo escrito y he aprendido de su contenido. Por tanto,
satisfecho. Hoy sueño con colas interminables de personas acercándose a los
colegios electorales con su voto en la mano y llenando las urnas de papeletas
con las decisiones de los protagonistas que las vayan introduciendo. En cuanto
termine mi texto, no faltará la mía. Tengo mi propia opinión que no coincide
con ninguna de las que han ocupado los titulares de estos días, pero es la mía
y el poder introducirla me permite sentirme ciudadano de Europa.
No
puedo eludir el malestar de haber terminado la campaña electoral con la
autorización judicial de que el día de ayer, una serie de personas pudieran
haber rezado un rosario en plena calle, frente a la sede de un partido político
con banderas preconstitucionales, que terminaron, como era previsible, con
soflamas políticas, en un día reservado a la reflexión. No entendí esa decisión
y no estoy de acuerdo con ella ni
considero que nadie, por el simple hecho de ser juez, se sienta impune y no
responda ante nadie y por más que contravenga las normas que nos hemos dado
para todos. Sentí vergüenza por un espectáculo que me pareció ignominioso y
nada edificante. De todas formas, una razón más para que no falte ni una sola
de las papeletas posibles. Todas las opiniones deben salir a la luz y contar en
el recuento final, al margen de las miserias que se hayan quedado en el camino,
que no han sido pocas.
La
campaña electoral tampoco me ha parecido un ejemplo de pluralidad ni de equilibrio
para que los asuntos de Europa se hayan puesto encima de la mesa y las
distintas formas de verlos hayan quedado manifiestas para que cada ciudadano
decida la opción que considere oportuna. Por momentos los discursos parecían
propios de una secta y en vez de analizar las opciones en liza, daba la
impresión de una guerra de discursos cuyo objetivo no era otro de que el de que
cada uno pudiera ocultar el del contrario. En estos momentos es donde la
diversidad de puntos de vista salen a la luz y somos capaces de lo mejor y de
lo peor. No ha faltado quien, valiéndose del cargo que ostentó un día, animó a
quien quisiera escucharle, que se enfrentara a las tesis del gobierno con lo
que pudiera porque, según su criterio, contra el gobierno, todo podía ser válido.
En
cada país de Europa, las elecciones se han
producido con algunas variantes. Hay países que ya han votado. Otros,
como el nuestro, lo está haciendo a lo largo del día de hoy. Lo cierto es que
hasta las once de esta noche no se podrán proclamar los resultados. A partir de
entonces saldrán a la luz las verdaderas intenciones de los millones de
europeos que ha decidido meter una papeleta en la urna, con su opinión sobre el
destino de Europa para los próximos años. Todas las miserias quedarán en el
recuerdo y será solo la memoria la que será capaz de mostrar la verdadera cara
de cada elector, si es que en algún momento decide recordar sus verdaderas
intenciones. Lo que van a contar van a ser lo que digan las papeletas que se
hayan introducido en las urnas y probablemente mañana empezaremos a conocer los
números finales y los repartos de votos y de escaños de los 61 que aporta
España al conjunto de Europa. Será nuestra decisión y la vida seguirá.
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