Muchas
veces intento eludir los avatares que van apareciendo en estas propuestas de
cada domingo. No es porque no me interesen los vaivenes de la vida; lo que pasa
es que sé que hay muchos medios que la cuentan y lo que uno puede hacer desde
aquí, es demasiado pequeño. Una repetición apenas y en peores condiciones que
una primera página de cualquier periódico, con la diferencia de la importante
difusión que toma cualquiera de ellos. Termino aludiendo, desde mi humildad,
por participar como ciudadano del mundo de los aconteceres más sobresalientes
con que nos vemos inundados. Echo mucho de menos prestar más ojos a la vida
pequeña y profundizar en sus interioridades para obtener lecciones de menos
extensión que las primeras páginas, pero puede que de más profundidad en las
lecciones que cada uno vive de su peripecia individual. Hoy quiero ahondar un
poco en nuestras particularidades y dejar de lado los grandes acontecimientos.
Recibo
hace unos días un mensaje, de un número que no conozco en el que alguien me
cita a acudir a un restaurante de Pinillos Genil en donde ayer estarían
reunidos algunos alumnos del Ave María de los que yo fui su superior hace mil
años porque todos alcanzan ya los 70 años, por lo menos. Me recuerdan de
entonces y quisieran verme. Se me pide que responda con la presencia, pero que
no diga nada para que sea sorpresa. El grupo que no sabe nada de esta trama me
manda esta foto y este texto: Antonio,
te recordamos con mucho cariño… Con
mucho, mucho cariño. ¿Sabrías quiénes somos?. Coincidimos en 3º A. Ave María. A
lo que yo respondo: Demasiado guapo veo por aquí. No
puedo precisar tanto porque ya no me da ni el tiempo ni la memoria pero en fin
para agradarme y para mandaros un abrazo, seguro que sí. Ahí va.
La cosa hubiera quedado así y ellos hubieran
cumplido y todos tan contentos. Pero algo me dijo que el encargo de aquel
teléfono había que seguirlo y decidí presentarme.
Y allí
me planté sin que ellos lo supieran. Ya me barruntaba que el teléfono era de
Miguel López Melero, con el que me he visto pocas veces desde entonces, pero
nos hemos seguido por cuestiones familiares que no vienen al caso. Me llevó mi
hijo Nino, me soltó con ellos y se fue. Allí estuvimos contando batallitas
varias horas y seguro que estaríamos todavía porque había mucho que contar y no
parábamos. En un momento determinado, después de inmortalizar con una hermosa
imagen, cada mochuelo volvió a su nido. Por lo que vi, ya empezaron a
planificar el siguiente encuentro que, por lo que pude escuchar de aquí y de
allá, pretende comenzar en Santiago de Cuba, ya acordarán cuándo. Miro la foto
y lo primero que veo es que no hay más que hombres pero es que la vivencia que
se conmemora es solo de hombres. Por no complicarme demasiado la vida, me paro
aquí, pero me guardo sensaciones y hasta amoríos propios de la adolescencia que
sólo podíamos exteriorizar de unos con otros.
Agradezco
la conexión que propició Miguel, que pretendo que continúe por razón de que nos
une nuestra dedicación a las personas con capacidades diferentes, él desde el
punto de vista académico desde la Universidad de Málaga y yo desde mi
representación familiar en las Hermanas Hospitalarias, ahora que terminamos la
fusión que emprendimos hace dos años.
Qué bien!
ResponderEliminarQue sean muchos más.
Felicidades 😊
Como fue sorpresa, no se espera y por eso impresiona más. Un beso
EliminarGracias por el emotivo e inspirador relato. Puede imaginar mi corazón lo que sería ese encuentro. Besos a mares
ResponderEliminarPor imprevisible y por profundo. Un beso
EliminarGracias por tu presencia Antonio. El mensaje con la foto te lo envié yo; se lo dejé a leer a Miguel L. Melero y aun así no me dijo que te había invitado. Canalla. Echamos un buen rato. Algunos no nos veíamos desde que teníamos trece años. Como puedes suponer la comida estuvo llena de recuerdos y anécdotas. Muchos relacionados con tu persona y el cariño que te profesamos. Pues eso, Antonio. Que muy bien.
ResponderEliminarLos dos sabemos quién es Miguel y de lo que es capaz. Un beso, guapo.
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