La
docencia en general da por concluido el curso 2023-2024 y entramos en plenas
vacaciones de verano. En primavera hemos recuperado gran parte del déficit de
agua dulce que veníamos arrastrando de años anteriores y en este momento el
volumen almacenado es bastante superior al del año pasado, si bien hay grandes
diferencias entre unas zonas y otras. Mientras la zona mediterránea y el
Guadalquivir se recuperan con gran dificultad, la España húmeda anda
desembalsando agua para garantizar los niveles de seguridad imprescindibles. De
cualquier modo, la situación crítica que vivíamos el año pasado por esta época,
parece que se aleja, esperemos que por mucho tiempo, y entramos en una fase de
normalidad entre las reservas disponibles y las necesidades de abastecimiento
que tenemos a disposición. Entramos en el
verano con un mayor equilibrio climático que el de aquellos amenazadores
días de 40º o más que sufríamos el año pasado. Este verano también los
viviremos pero da la sensación de que más armónicamente que aquellas olas
tórridas, un poco a destiempo, del año
pasado.
Nos
hemos acostumbrado a la guerra de Ucrania, más de dos años ya, que parece el
cuento de nunca acabar, y la matanza indiscriminada de Gaza, que empezó como
respuesta del ataque terrorista de Hamas, en octubre del año pasado, del que
nadie ha respondido en Israel hasta el momento y que se extiende implacable de
modo que parece que más que una respuesta proporcionada a Hamás, se está
convirtiendo en una ratonera para los palestinos de Gaza, que cada día se
encuentran más indefensos frente a los ataques de Israel, cuyo primer ministro Netanyahu
no encuentra la fórmula de conseguir un alto el fuego ni permitir que los
camiones que esperan, cargados de ayuda humanitaria para los palestinos, puedan
atravesar la frontera porque las reservas palestinas se acaban y les falta lo
más básico para la supervivencia sin que en este momento nadie sea capaz de
garantizar el cumplimiento de las normas internacionales para el pueblo
palestino.
Con
este panorama nos adentramos en un verano
más, con unas reservas de agua dulce que no son peores que las del año pasado,
pero con una situación de guerra bastante más agónica y de mucho mayor desgaste
que la que hayamos conocido nunca. En el caso de Ucrania, lo que empezó siendo
un paseo de unos días para Rusia, se ha convertido en una larga guerra de
desgaste a la que no se le ve salida a corto plazo. Y la franja de Gaza, que ya
era una prisión a cielo abierto, después de la respuesta a Hamás, parece que
Israel ha decidido ignorar por completo las normas de la guerra, de modo que
hoy los palestinos cada día se encuentran más desprotegidos sin que tampoco se
le vea un fin a corto plazo al conflicto. Con estos mimbres bordeando el día a
día, salvo en la leve mejora de las reservas de agua, la posible solución de
los dos conflictos abiertos detrás de la puerta, como quien dice, por más que
las fuerzas en conflicto, se rasguen las vestiduras, echando la culpa al
contrario, de la situación por la que atraviesan.
En ambos casos, el mundo entero se encuentra involucrado en el conflicto y lo que en un principio parecía que la paz se encontraba al alcance de la mano, hoy se ha convertido en un problema geoestratégico de muy difícil solución porque el movimiento de cada una de sus piezas hace que el resto de los componentes terminen descomponiendo la situación del resto de los miembros en conflicto. Al final, se ve cada vez con más claridad que unos miembros están relacionados con otros y no hay manera de mover uno cualquiera de los componentes sin que todas las piezas del tablero terminen movidas por completo. Tampoco es fácil de despegar las influencias de unos y de otros sin que los distintos miembros dejen de depender de sus bloques correspondientes, de modo que resulta muy problemático separar unas influencias de otras porque todos estamos unidos de alguna manera.
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