La
semana que viene nos enfrentamos al comienzo del nuevo curso escolar con todos
los temores del mundo pero por primera vez, eso he percibido en los discursos,
convencidos de que los riesgos que se corren por comenzar son menores que los
que se correrían por no comenzar. Y se puntualiza, yo creo que con acierto, que
el principal riesgo no es el de las horas de instrucción perdidas, que lo es. Es
el derivado de la pérdida de la socialización de los menores. Por fin creo que
se pone el dedo en la llaga. La importancia de la socialización no creo que
podamos medirla en cantidades del tipo que sea. Hay aspectos de la civilización
que no se pueden medir en cantidades sino que forman parte de nuestro ser como
nos hemos conocido hasta el momento. Si aceptamos prescindir de la
socialización puede que desde el punto de vista cuantitativo no pasara nada
pero estaríamos iniciando un camino sin retorno hacia una noción de persona
distinta a la que nuestra historia común nos ha aportado hasta hoy.
En una
sociedad libre nada se hace sin admitir la contestación y ya tenemos en las
calles grupos más o menos numerosos que nos predican que la vacuna es un
invento, que las mascarillas nos complican la vida mucho más de lo que nos la
resuelven y que todas estas medidas que se imponen no tienen como objetivo
ningún tipo de curación sino que son maneras que usa el poder para someternos
cada día más y para jugar con nosotros en una espiral diabólica de dominio sin
fin. Nadie discute que estamos iniciando una segunda ola de infección y los
números no paran de subir si bien es verdad que, hasta el momento, no se está
pareciendo mucho a la primera. Las infecciones parecen más leves,
aproximadamente la mitad de los infectado no presentan síntomas y los altos
números no han puesto aun en serio peligro las capacidades hospitalarias
disponibles.
La
semana próxima con el intento de normalizar la vida de los escolares y por
tanto la del conjunto de la población que, de una u otra manera, está ligada al
curso escolar directa o indirectamente. Entonces veremos más claramente si el
horizonte de la normalidad se ensancha como muchos esperamos o no es más que un
espejismo que nos complica mucho más que nos resuelve. Habrá que contar siempre,
desde luego, con que la ola negacionista, no sé si movida por su propio miedo o
por su arrogancia, no solo no va a parar de vocearnos que cualquier medida que
se platee no tiene más sentido que el de hacernos un poco más esclavos del
poder, sobre todo si, como en nuestro caso, se trata de un poder social
comunista y separatista como si, en el caso de que así fuera, que no lo es, no
tuviera la misma legitimidad de los votos de millones de ciudadanos que así lo
han querido. Una democracia, afortunadamente, no tiene más calificativo que los
votos que la sustentan y eso no se puede discutir.
Espero
seguir teniendo fuerzas y ganas para seguir contando el recorrido de esta
experiencia colectiva, completamente desconocida hasta el momento. De la gripe
española de 1918, que es lo más cercano que la historia ha conocido, no
disponemos de testimonios directos que pudieran orientarnos sobre los mejores
caminos a seguir. Tendremos que mantener el yunque de la paciencia bien
templado, no solo para moldear nuestras propias dudas y nuestro propio miedo a
lo desconocido sino curtirlo con las voces en contra que no están faltando y
que parece que van a seguir. Estaría bien que aparte de mostrarnos los males
del infierno a los que no les hagamos caso, nos ofrecieran alguna alternativa
en positivo por si sus protestas pudieran aportar algo de luz a toda esta
maraña de dudas y hasta de errores, propias del proceloso mar de la compleja
realidad por la que estamos atravesando. Tenemos que hacernos fuertes en las
dudas y no dejar nunca de mirar hacia la salida, único destino que no debemos
perder de vista ni un momento.
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