Desde
mediados de marzo que la primera ola del covit
19 desplegó su poder, a lo que más tiempo hemos dedicado ha sido a recontar
los destrozos en forma de fallecimientos y a tirarnos los trastos a la cabeza
sobre si eran galgos o podencos. En este momento en el que parece que entramos
en la segunda, no solo no nos hemos puesto de acuerdo en si las bajas han sido
28500 o 45000, en función de si el recuento lo hemos hecho con el test PCR
constatado o si contamos los muertos por PCR mas aledaños. No sé qué ganamos
con esta discusión inútil ni a quién beneficia unos miles de muertos más que
menos con una u otra etiqueta. Mientras tanto ha pasado el tiempo. Hemos
esperado el fin del confinamiento como el que cuenta los días que le quedan de
cárcel para salir en libertad y disfrutar de la vida de siempre. Ha llegado el
momento y hemos aprendido que las cosas no son iguales que aquellas que
abandonamos a mediados de marzo. Que lo que el gobierno ha dado en llamar NUEVA NORMALIDAD, nueva sí que es, pero
de normalidad tiene poca. Y en este lío es en el que estamos en este momento.
Hemos
visto que los pobres se han rebelado, no por rebeldes sino por pobres, carentes
de las mínimas condiciones vitales, que los jóvenes han dicho aquí estoy yo, se
han apoderado de la noche y han buscado el desmadre como territorio propio sin
ser muy conscientes de que esto del covit
19 también iba con ellos y el tercer grupo de riesgo le hemos llamado
familia porque de los antros familiares es de donde están saliendo positivos a
manta. Una vez que las puertas de las casas se cierran no podemos contar si
dentro han quedado diez o cuántos, si se dejan puestas las mascarillas o las
arrinconan en las chimeneas, si se tocan con los codos para saludarse o se dan
besos y abrazos como siempre ni si cogen la cinta métrica para garantizar la
distancia de seguridad entre unos y otros.
Todavía
no han pasado dos meses de nueva
normalidad y ya estamos discutiendo si entramos en la segunda ola o si solo
son brotes, rebrotes o le llamamos x a lo que tenemos encima. Lo cierto es que
cada día tenemos más infectados, que hasta el 60% son asintomáticos pero que,
aunque ellos no lo sufran, a pesar de tener el virus dentro, sí que pueden
infectar a cualquiera que esté a su alrededor. Los ansiados tests por los que
tanto clamábamos al principio, han llegado por fin en cantidad suficiente pero
ahora sabemos que su nivel de información es limitado y hasta engañoso en
algunos casos, de modo que la mejor protección resulta ser las mascarillas y
las distancias de seguridad y eso, a pesar de las persistentes recomendaciones
y de las sanciones por incumplimiento, depende de las decisiones individuales y
de la voluntad de cumplimiento de cada uno. En un alarde de arrogancia he
escuchado a un joven decir por la tele: “He buscado al virus por todos los
sitios y hasta el momento no lo he encontrado”.
Los tres meses de la primera ola la solución sanitaria era lo primero y se resolvió razonablemente bien porque no miramos al aspecto económico ni al social. Ahora vemos que el pozo en el que nos hemos hundido es muy profundo y nos va a costar dios y ayuda salir de él. Tenemos algunas armas para combatir el virus, que hemos aprendido, pero también hemos perfeccionado nuestra voluntad de discrepancia y el virus sigue presente a pesar de que las grandes farmacéuticas nos bombardean con la zanahoria de la inminente vacuna que no llega, aunque las acciones de esas empresas en la bolsa sí que suben porque la bolsa no entiende de resultados, que hasta el momento no existen, sino de expectativas y parece que siempre necesitamos creer y decidimos creer en soluciones anunciadas antes que agarrarnos a las medidas reales que puede que no logren hasta el momento solucionar el tema pero nos pueden permitir mejorar la vida y adaptarnos a la nueva situación en la que el virus nos tiene metidos hasta las trancas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario