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domingo, 9 de agosto de 2020

FAMILIA


         Desde mediados de marzo que la primera ola del covit 19 desplegó su poder, a lo que más tiempo hemos dedicado ha sido a recontar los destrozos en forma de fallecimientos y a tirarnos los trastos a la cabeza sobre si eran galgos o podencos. En este momento en el que parece que entramos en la segunda, no solo no nos hemos puesto de acuerdo en si las bajas han sido 28500 o 45000, en función de si el recuento lo hemos hecho con el test PCR constatado o si contamos los muertos por PCR mas aledaños. No sé qué ganamos con esta discusión inútil ni a quién beneficia unos miles de muertos más que menos con una u otra etiqueta. Mientras tanto ha pasado el tiempo. Hemos esperado el fin del confinamiento como el que cuenta los días que le quedan de cárcel para salir en libertad y disfrutar de la vida de siempre. Ha llegado el momento y hemos aprendido que las cosas no son iguales que aquellas que abandonamos a mediados de marzo. Que lo que el gobierno ha dado en llamar NUEVA NORMALIDAD, nueva sí que es, pero de normalidad tiene poca. Y en este lío es en el que estamos en este momento.


         Hemos visto que los pobres se han rebelado, no por rebeldes sino por pobres, carentes de las mínimas condiciones vitales, que los jóvenes han dicho aquí estoy yo, se han apoderado de la noche y han buscado el desmadre como territorio propio sin ser muy conscientes de que esto del covit 19 también iba con ellos y el tercer grupo de riesgo le hemos llamado familia porque de los antros familiares es de donde están saliendo positivos a manta. Una vez que las puertas de las casas se cierran no podemos contar si dentro han quedado diez o cuántos, si se dejan puestas las mascarillas o las arrinconan en las chimeneas, si se tocan con los codos para saludarse o se dan besos y abrazos como siempre ni si cogen la cinta métrica para garantizar la distancia de seguridad entre unos y otros.


         Todavía no han pasado dos meses de nueva normalidad y ya estamos discutiendo si entramos en la segunda ola o si solo son brotes, rebrotes o le llamamos x a lo que tenemos encima. Lo cierto es que cada día tenemos más infectados, que hasta el 60% son asintomáticos pero que, aunque ellos no lo sufran, a pesar de tener el virus dentro, sí que pueden infectar a cualquiera que esté a su alrededor. Los ansiados tests por los que tanto clamábamos al principio, han llegado por fin en cantidad suficiente pero ahora sabemos que su nivel de información es limitado y hasta engañoso en algunos casos, de modo que la mejor protección resulta ser las mascarillas y las distancias de seguridad y eso, a pesar de las persistentes recomendaciones y de las sanciones por incumplimiento, depende de las decisiones individuales y de la voluntad de cumplimiento de cada uno. En un alarde de arrogancia he escuchado a un joven decir por la tele: “He buscado al virus por todos los sitios y hasta el momento no lo he encontrado”.


         Los tres meses de la primera ola la solución sanitaria era lo primero y se resolvió razonablemente bien porque no miramos al aspecto económico ni al social. Ahora vemos que el pozo en el que nos hemos hundido es muy profundo y nos va a costar dios y ayuda salir de él. Tenemos algunas armas para combatir el virus, que hemos aprendido, pero también hemos perfeccionado nuestra voluntad de discrepancia y el virus sigue presente a pesar de que las grandes farmacéuticas nos bombardean con la zanahoria de la inminente vacuna que no llega, aunque las acciones de esas empresas en la bolsa sí que suben porque la bolsa no entiende de resultados, que hasta el momento no existen, sino de expectativas y parece que siempre necesitamos creer y decidimos creer en soluciones anunciadas antes que agarrarnos a las medidas reales que puede que no logren hasta el momento solucionar el tema pero nos pueden permitir mejorar la vida y adaptarnos a la nueva situación en la que el virus nos tiene metidos hasta las trancas. 

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