A lo
tonto a lo tonto esta semana cumplimos seis meses viviendo al ritmo que marca
la pandemia del covit 19. Y eso en
España. Ya sabemos que todo el mundo está igual, si bien cada zona se encuentra
en distinta fase. Mientras nosotros parece que estamos remontando la segunda ola,
hay países que todavía no han alcanzado la cima de la primera. Y no faltan
quienes apenas se están enterando de la envergadura del virus. Nueva Zelanda,
por ejemplo. Por no dispersar este discurso demasiado nos ceñiremos a nuestro
espacio, que comparte con el resto las necesidades comunes de lucha frente al
virus pero que al mismo tiempo tiene especificidades internas que nos diferencian
de cualquier otro país. La presencia, por ejemplo del gobierno de coalición de
la izquierda, de implantación reciente, hace que la derecha tradicional no
termine de interiorizar su pérdida del poder y se comporte con dudosa lealtad
democrática poniendo todas las zancadillas que puede a ver si en alguna de
ellas tropezara el nuevo poder recién llegado y volvieran las aguas a su cauce.
Esta
coyuntura política está enrareciendo la situación de manera especial porque la
lucha política está mucho menos centrada en resolver los problemas sanitaros
que la presencia del virus plantea que en agitar las aguas coyunturales por si
agudizando la pugna de cada día saliera alguna grieta que diera al traste con
el experimento de la izquierda. Con lo cual, en realidad son dos frentes
abiertos con los que hay que enfrentarse desde el gobierno y mucho más dificultoso
cualquier recorrido en la solución de la pandemia. Ya es difícil de por sí
enfrentar una problemática que es nueva para todos y de las que nadie tiene
recetas de salida. Pero si encima hay que andar tirándose los trastos a la
cabeza con regates de política cortoplacista no permitiendo al gobierno recién
constituido el más mínimo respiro, vivimos en un estado de crispación
artificialmente complicado, como si no fuera suficiente encajar las
dificultades que el virus pone encima de la mesa.
Los
primeros ataques furibundos de la oposición, aparte de tensar la vida política,
exagerando dificultades, no parecen haber conseguido otros réditos. Bueno…, sí.
Estamos aprendiendo todos que los límites de la contienda política legítima se
estiran y se estiran hasta el punto de que cada vez se hace más irrespirable y
dificultoso asumir la alternancia en el poder que debería ser el fundamento normal
de la democracia. La derecha está poniendo de manifiesto que tiene serias
dificultades para permitir con nobleza que los resortes de poder, que debe
dejar porque así lo han querido las urnas concentrando una mayoría alternativa,
no deben estar sometidos al juego sucio de bloqueos forzados por mantener
reductos de poder que ya no le corresponden. Este es el juego de las mayorías
que debe funcionar con fluidez para contribuir a la convivencia. El ejercicio
del gobierno ya dispone de dificultades suficientes, y más con esta pandemia
que nos ha caído, para complicar la vida bloqueando, por ejemplo, la renovación
gobierno del poder judicial cuando la actual cúpula hace ya dos años que tiene
su mandato cumplido. Eso se llama simplemente juego sucio.
Volviendo
a nuestro virus, que nos tiene un poco patas arriba, no estaría de más que nos
diéramos cuenta de que está con nosotros y que por más pataletas que
emprendamos sobre si las medidas deben ser unas u otras, lo cierto es que sigue
haciéndonos bailar al ritmo que marca su microscópica voluntad y poniéndonos de
nuevo en dificultades cuando a poco que se razone tenemos que ver sin más
remedio que los cauces de salida son difíciles y la idea de remar todos en una
misma dirección podría allanar en alguna medida el acceso a las soluciones.
Podríamos aprender de la realidad, sobre todo en estos momentos en que se nos
ofrecen dificultades nuevas y desconocidas hasta el momento. Una ocasión de oro
para mostrar capacidades sorpresivas. Pero mucho me temo que esto de
facilitarnos la vida está más lejos de nuestro alcance de lo que parece.
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