Por
fin pude ayer comer en familia, como todos los sábados. Mi hermano Paco,
después de los 14 días de aislamiento, ha sido analizado de nuevo por PCR y ha
dado negativo. Se le notaba en la cara y en su media lengua, a la que no daba
descanso y con la que pretendía llenar el vacío verbal del último confinamiento
y explicarse ante nosotros algo mejor que habitualmente. Seguimos sin entender
su positivo porque, hasta donde alcanza nuestro sentido común, no podemos asumir
cómo es posible que con una movilidad tan reducida como la suya dé positivo,
cuando todos sus contactos habituales han dado negativo. En fin, con una
incógnita más sobre las espaldas, volvemos a la nueva normalidad, dispuestos, como siempre, a gozar de la vida
hasta la última gota mientras podamos. Mi Paco, a pesar de estar limpio ya,
tendrá que quedarse en la casa porque el Centro Ocupacional al que asiste,
permanecerá cerrado, no sabemos hasta cuándo.
La media de infectados de la zona supera los 70/100000, que es el límite
establecido por la Junta de Andalucía para poder abrir.
Los
controles que se van estableciendo no terminan de hacernos superar las
dificultades provocadas por el covit-19
pero sí nos dicen que pese al aumento de las infecciones tanto como en la
primera ola de contagio de marzo y hasta más, la angustia por la infección no
llega al nivel de entonces ni los hospitales se encuentran tan repletos de
enfermos como entonces, aunque es verdad que España es grande y que no todos los
territorios están como nosotros. Los hay como Asturias, por ejemplo, con la
menor tasa de infección de España y otros como Madrid que a partir de mañana
tienen que incrementar sus medidas de restricción porque el número de
infectados se acerca peligrosamente al millar por cada cien mil habitantes y
las camas hospitalarias empiezan a saturarse. En Andalucía no llegamos tan
alto, si bien tampoco terminamos de bajar a niveles tranquilizadores, entre
otras cosas porque se hacen muchos test y, pese a la mitad de asintomáticos,
aparecen demasiado positivos todavía.
Conocemos
las medidas de control que hay que adoptar para convivir con la infección, que
es la fórmula que se ha elegido hasta el momento, con la vista puesta en la
gran esperanza de que llegue la vacuna, que parece que se encuentra a la altura
de fin de año según los más optimistas. Vamos encauzando la angustia como
podemos, sabiendo que la puerta de salida no existe y que nuestra capacidad de
resistencia está muy limitada porque no disponemos de ninguna medida eficaz por
el momento contra la pandemia. Cada día que pasa se demuestra que un elemento
tan simple y tan molesto como la mascarilla y la distancia de seguridad, están
resultando ser los más eficaces medios
para mantener a raya el contagio. Creo que la gente lo va sabiendo pero
el tiempo se va convirtiendo en un fuerte enemigo para el cumplimiento de estas
medidas porque ya son seis meses de cambio de costumbres y, por lo que se ve,
no es fácil hacerse con los imperativos que marca el virus.
No
tenemos soluciones a la mano todavía, con lo que se demuestra que somos
bastante más indefensos de lo que pensábamos. Sí podemos, según parece,
convivir con el bicho hasta que alguna de las vacunas llegue y nos salve. Eso,
al menos, estamos vendiendo un día sí y otro también, sabiendo de antemano que
la solución no va a ser tan simple. Es verdad que las vacunas están cada día
más cerca pero también es cierto que su nivel de fiabilidad no lo conocemos al
detalle. Es posible que no lleguen tan pronto como esperamos, que su nivel de
eficacia no sea tan completo como necesitamos y que tengamos que contar con
ponernos más de una porque una sola no baste. Es una lucha contra la angustia y
contra la inseguridad que llevamos unos días mejor y otros peor. La solución no
podrá ser solo química sino que tendremos que terminar asumiendo que nuestra
vida tendrá que ser distinta en adelante, aunque también hay que admitir que el
virus puede desaparecer de la noche a la mañana u si te he visto no me acuerdo.
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