En los
últimos días hemos oído que los poderes públicos van a invertir en Escuelas
Infantiles de 0 a 3 años para ampliar la red pública. Nadie nunca pidió que
hubiera plazas públicas para todos los pequeños. Como mucho para los que
demanden. La oferta no superó en ningún momento el 20 por ciento. Ahora puede
aumentar algo porque parece que se ha tomado en serio esta necesidad social que
no debe ser muy apremiante electoralmente. Bienvenido sea y veremos en qué se
traduce al final. El mundo al revés. En los primeros años de la vida que es
cuando se ventila lo esencial de cada persona, inversiones cicateras y muy por
debajo de las necesidades. En los estudios superiores, cuando las personas
disponen de facultades para defenderse por sí mismos, ahí la gran inversión.
Nada en contra de la última pero sí mucho en contra de la falta de sensibilidad
y de visión a largo plazo por la cicatería de la primera.
Esta
semana comienza el curso en los niveles elementales y la prensa nos ofrece
secuencias que pretenden ejemplificarlo a base de imágenes que
indefectiblemente nos muestran a pequeños llorando a grito pelado o agarrados a
una pierna que, aunque no se vea la cara adulta, desde luego se supone que
corresponde a su padre o a su madre. Y parece que con eso todos quedamos
informados de lo que se está tratando. La visión no puede ser más desoladora. Como
si a los menores se les estuviera empujando para que entraran en centros de
tortura que ellos suponen o saben y a los que se niegan con todas sus fuerzas a
acceder. Una vergüenza más y una muestra inequívoca de insensibilidad por parte
de los adultos y del sistema. No tiene por qué ser así y hay formas, doy
sobradamente fe, de que los pequeños
pueden desear la escuela, los posibles amigos que van a encontrar y una manera
de crecer que la comunidad escolar les va a ofrecer que en la familia es sencillamente imposible.
En los
equipos de trabajo en los que he participado a lo largo de toda mi docencia
cualquier miembro ha ejercido su actividad sin jerarquización alguna y con
relación a los pequeños con la conciencia de que cualquier actividad tenía y
tiene todo el valor educativo como para que haya que poner los cinco sentidos
profesionales para llevarla a la práctica en las mejores condiciones. He visto
en la prensa que hay centros en los que se llama por teléfono las familias para que vengan a recoger a sus
pequeños y les cambien la ropa cuando se hacen sus necesidades encima. En los
primeros años sé que es imposible porque los centros disponen para mi vergüenza
de personal auxiliar dedicado a esos menesteres. Nunca hemos dividido nuestro
trabajo de ese modo y en nuestros equipos cualquiera ha cambiado los pañales cuando
le ha correspondido, con la conciencia de que estaba realizando un acto tan
educativo como cuando nos hemos paseado por el barrio.
Los
profesionales deberíamos mirar un hacia dentro y contemplar nuestra misión como
una aportación global hacia los pequeños que no entienden de barcos y que nos
harán un día a toda la sociedad pagar muy caro las consecuencias de haberlos
metido a rastras el primer día de escuela porque nadie les ha explicado a dónde
van y las maravillas que se van a encontrar en ese espacio inmenso que los
espera. Y no digo nada lo que tardará en quitarse de la cabeza la secuencia del
niño que espera en un rincón mientras todos lo miran como un apestado, a que
alguien de su familia llegue a la clase para cambiarlo de ropa porque no ha
controlado sus esfínteres, como si las personas responsables de su educación y
cuidado no encontraran digno de su trabajo cambiar de ropa a alguien que se ha
manchado porque está en sus primeros años y el hecho de que sus esfínteres no
se controlen al cien por cien entra dentro de la normalidad. ¡Cuánto nos queda
por aprender!.
Y a este paso, poquico mas aprenderemos....
ResponderEliminarPero no nos rendiremo!!!!😀
Creo que tenemos la obligación de seguir llamando al pan, pan y al vino vino para que quien quiera escuchar pueda hacerlo y actuar en consecuencia. Un beso
EliminarRealmente interesante ...
ResponderEliminarSaludos
Mark de Zabaleta