He
decidido llamar orgullo al texto de hoy y no me he detenido ni un momento
siquiera en averiguar su contenido. Sé que lo identifico con un montón de gente
por la calle, vestidos y pintados de colores, cantando y bailando como locos,
mirándose unos a otros como si se conocieran de toda la vida, manifestando un
gozo sin límite y creando alegría con sus propios cuerpos y con los de sus
vecinos. Quiero ser uno de ellos, sabiendo que mi placer en estos momentos no
forma parte de manifestaciones parecidas. En tiempos pasados también manifesté
gozos similares y hoy quería estar cerca de los que los están manifestando. Quiero ser de los que gozan,
aportar mi gozo a millones de otros gozos posibles y participar con quienes
sienten el gozo de vivir y quieren comunicarlo y compartirlo unos con otros.
Formar parte de su gozo, de su risa . Mirarlos y que me miren, porque me
siento uno de ellos. Quiero estar cerca, tocarlos como si fueran yo mismo,
acariciarlos y besarlos como si me lo estuvieran haciendo a mí mismo, sin
necesidad de saber quiénes son ni a dónde van. Simplemente gozar con ellos.
Me di
cuenta de que había un empeño especial por concentrarse en Budapest y recordé
dos cosas: que su alcalde había manifestado estar a favor del orgullo y que su
presidente Víktor Orban no paraba de despotricar en contra, desde mucho tiempo
atrás. Es más, que en su participación en la Unión Europea, de la que Hungría,
su país, es miembro, su presencia como representante, funciona como un grano en
el culo, oponiéndose a cada paso contra las iniciativas comunes y llegando a paralizar con su voto en contra
determinados acuerdos que precisan de unanimidad. Lo veo en la tele con gesto
bastante sonriente y no puedo entender de qué se ríe cuando su actitud parece
dirigida a caminar en contra de la dirección del resto de los estados. No puedo
pensar que se sienta muy gracioso por verse señalado, casi siempre como el
típico metepatas que está esperando que se defina cualquier acuerdo para decir
que se opone. Me alegro que Budapest se haya mostrado especialmente abarrotada
de gozo, tanto suyo propio como europeo en general, a ver si su primer ministro
es capaz de escuchar lo que suena a su alrededor.
Me
gustaría más que en lugar de un día del orgullo, el orgullo se manifestara cada
día, aunque fuera sin tanto jolgorio, pero acepto esta estridencia porque
entiendo que cuando hay tanta gente que necesita mostrarse y hacerse vista,
tendrá que ser, sin más remedio, porque siente que en cada día encuentra niveles
de opresión que le incomodan. En ese caso, no hay más remedio que aceptar los
excesos que puedan servir como señales que nos indiquen que la amplitud del
camino tiene demasiadas estrecheces y necesitamos autovías más amplias que nos
permitan a todos circular con sufíciente
amplitud para que podamos circular con comodidad de todos los géneros y de
todos los colores, con la certeza de que todos nos vamos a sentir respetados y
seguros de que este mundo del que formamos parte nos acoge a todos y no
sobramos ninguno, por más diversidad que manifestemos. Al contrario.
La pobreza ideológica de la que venimos ha costado tanta sangre y tanto sufrimiento y desgraciadamente lo sigue costando hoy en día como para que nuestra reacción necesitara mayor contundencia en sus respuestas contrarias, hasta que todos entendiéramos que el mundo en el que vivimos es de todos, que todos tenemos que disponer de un espacio en su interior y que mientras falte cualquiera, la totalidad no estará completa y habrá tensiones que nos irán diciendo que nos sigue faltando. Mientras las religiones, los espacios o cualquier otro poder de los que puedan condicionarnos, nos oprima a los individuos y nos haga pasar por aros con los que no estamos de acuerdo, no podremos darnos por satisfechos. Necesitamos cultura de inclusión a manos llenas hasta lograr que nadie se sienta al margen de este mundo que tiene que ser de todos. Ese tiene que ser nuestro verdadero orgullo.
Querido Antonio, qué difícil es explicar lo evidente!!! Muchas gracias por tus reflexiones. Un beso
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